La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 34

GABRIELA

Habían pasado días desde que me senté frente a Dante en su oficina, ofreciéndole galletas como si eso pudiera aliviar la tensión que flotaba entre nosotros. No sabía qué esperaba lograr con eso, pero necesitaba hacer algo que me recordara que todavía podía tener control sobre al menos una parte de mi vida.

Ahora, mientras me apoyaba en el marco de la ventana de mi habitación, miraba las altas paredes que rodeaban la casa. El sol comenzaba a caer, tiñendo el cielo de naranjas y rojos. Me sentía atrapada, no sólo físicamente, sino también en esta extraña relación que estaba formando con Dante.

"Esto no cambia nada."

Sus palabras seguían repitiéndose en mi mente. Pero sabía que no eran ciertas. Algo estaba cambiando, lo sentía cada vez que nuestras miradas se cruzaban, cada vez que nos encontrábamos en el mismo espacio. Era como si estuviéramos jugando un juego que ninguno de los dos sabía cómo ganar.

Un golpe suave en la puerta interrumpió mis pensamientos.

—Adelante —dije, girándome hacia el sonido.

La puerta se abrió, y Enzo apareció. Siempre tenía esa expresión impasible, pero hoy parecía más serio que de costumbre.

—Dante quiere verte —dijo simplemente.

—¿Otra vez? —pregunté, tratando de sonar indiferente, aunque mi corazón comenzó a latir más rápido.

Enzo no respondió, sólo esperó pacientemente mientras yo tomaba un respiro profundo y salía de la habitación. Caminamos en silencio por los pasillos, mi mente llenándose de preguntas. ¿Qué querría ahora? ¿Otra prueba? ¿Otro intento de demostrarme que no pertenecía a su mundo?

Cuando llegamos a su oficina, Enzo abrió la puerta y me hizo un gesto para entrar. Dante estaba sentado detrás de su escritorio, sus ojos fijos en un montón de papeles, pero levantó la vista tan pronto como crucé el umbral.

—Gabriela —dijo, su tono tan neutral como siempre, aunque había algo en su mirada que me puso nerviosa.

—¿Qué necesitas ahora, Dante? —pregunté, cruzándome de brazos mientras me acercaba.

Él no respondió de inmediato. En lugar de eso, tomó un cigarro de la mesa y lo encendió, inhalando profundamente antes de soltar el humo.

—Quiero hacerte una pregunta —dijo finalmente.

—¿Otra de tus pruebas?

Dante sonrió ligeramente, pero no era una sonrisa amable.

—No esta vez. Sólo quiero saber algo: si tuvieras la oportunidad de escapar ahora mismo, ¿lo harías?

La pregunta me tomó por sorpresa. Lo miré fijamente, tratando de entender sus intenciones.

—¿A dónde quieres llegar con esto?

—Es una pregunta sencilla, Gabriela. ¿Te irías?

Quería decir que sí, que correría lo más lejos posible de esta casa, de este mundo, de él. Pero la respuesta no era tan simple. Algo me retenía aquí, algo más que las paredes y la vigilancia constante.

—No lo sé —admití finalmente, mi voz más baja de lo que quería.

Dante se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio mientras sus ojos se fijaban en los míos.

—Esa no es una respuesta.

—Es la única que tengo —respondí, sintiendo cómo mi frustración comenzaba a crecer.

Por un momento, no dijo nada. Sólo me observó, como si estuviera buscando algo en mi expresión, algo que no podía encontrar.

—Está bien, muñeca. No te preocupes. No te estoy dando la opción de irte. Todavía no.

Sus palabras me hicieron apretar los puños, pero no dije nada. Sabía que estaba probándome, empujándome para ver cuánto podía soportar.

—¿Eso era todo? —pregunté, lista para salir de la habitación.

—Por ahora, sí. Pero, Gabriela —su voz se suavizó ligeramente—. No creas que no estoy viendo lo que intentas hacer. Este juego que estás jugando... es peligroso.

Lo miré una última vez antes de girarme y salir de su oficina. Sus palabras seguían resonando en mi mente mientras caminaba de regreso a mi habitación.

No podía negar que tenía razón. Este juego era peligroso, pero no tenía otra opción. Si quería sobrevivir, tendría que seguir jugando.




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