La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 35

DANTE

La noche cayó, y mientras caminaba hacia la habitación de Gabriela, sabía que no debía estar ahí. Cada paso que daba me recordaba que esto era un error, uno que había comenzado días atrás en la cocina. Ese beso... No había podido sacarlo de mi mente. Su sabor, su calor, la forma en que su cuerpo había respondido al mío.

Abrí la puerta sin anunciarme, y ella estaba ahí, sentada en la cama. Sus ojos se encontraron con los míos, y por un momento, el mundo pareció detenerse. No había necesidad de palabras. Ambos sabíamos por qué estaba aquí.

Caminé hacia la cama y me senté a su lado. El silencio entre nosotros era pesado, cargado de una tensión que había estado creciendo desde aquel momento en la cocina. No había intentado acercarme a ella después de eso, pero ahora, parecía inevitable.

Nos miramos fijamente, como si tratáramos de leer los pensamientos del otro. Poco a poco, nos acercábamos, como si algo más fuerte que nosotros nos estuviera empujando.

—¿Puedo confesarte algo? —preguntó, su voz suave, pero firme.

Asentí, sin estar seguro de por qué, pero incapaz de detenerme.

—Gracias —dijo, su mirada buscando la mía—. Gracias por no torturarme más.

Me incliné hacia ella, mis labios a centímetros de los suyos, mi mirada fija en sus ojos.

—No fue nada —respondí, mi voz baja y ronca—. Simplemente supe que no tenías nada útil que ofrecerme.

Ella parpadeó, confusa.

—¿Cómo lo supiste?

—Muchos habrían vendido hasta a su madre después de la primera tortura. Pero tú no dijiste nada. Y eso que Alessandro es sólo tu esposo.

—No creo que lo sea tanto, siendo sincera —murmuró.

—¿Por qué dices eso?

—Llevo aquí, ¿qué? ¿Un mes? Y no ha venido a buscarme.

Mis labios rozaron los suyos en ese instante, un gesto que se sintió tanto inevitable como necesario. Este no era nuestro primer beso, pero tenía un peso diferente, como si cada segundo que pasaba entre nosotros hubiera llevado a esto.

El beso comenzó suave, explorando, como si ambos estuviéramos probando los límites de lo que era permitido. Pero rápidamente se convirtió en algo más. La suavidad dio paso a una urgencia que no podíamos ignorar.

Mis manos se movieron hacia su cintura, sujetándola con fuerza mientras la subía a mi regazo. Sentirla tan cerca, su calor contra mí, encendió un fuego que no podía apagar.

—Dante... —susurró entre besos, su voz cargada de deseo y algo más.

—Cállate, muñeca —gruñí, mi tono bajo mientras profundizaba el beso, mi lengua invadiendo su boca, reclamándola.

Un gemido suave escapó de sus labios, y sentí mi cuerpo reaccionar instantáneamente. Mi mano subió a su cabello, enredándolo en un puño firme mientras inclinaba su cabeza hacia atrás, exponiendo su cuello.

—Dante... por favor —jadeó, su voz entrecortada mientras sus uñas se clavaban en mis hombros.

—¿Por favor qué? —gruñí contra su piel, mi aliento caliente sobre su cuello mientras mi lengua trazaba un camino hacia su clavícula.

—No pares —dijo, su voz un gemido suplicante que hizo que mi agarre en su cintura se apretara aún más.

La acosté de espaldas sobre la cama, inclinándome sobre ella mientras mis labios volvían a capturar los suyos. Su cuerpo se arqueó bajo el mío, y el sonido de mi nombre saliendo de sus labios me volvió loco.

—Di mi nombre otra vez, muñeca —ordené, mi voz baja y cargada de deseo mientras mis manos exploraban cada curva de su cuerpo.

—Dante... —gemía, su voz temblando con cada movimiento, mientras sus manos se aferraban a mí como si fuera lo único que la mantenía en pie.

Era salvaje, intenso, como si el mundo fuera a terminar en ese momento y nada más importara. El deseo que había estado creciendo entre nosotros finalmente había explotado, y no había forma de detenerlo ahora.




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