La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 36

DANTE

La atmósfera en la habitación se volvió más pesada con cada segundo que pasaba. Mis labios estaban sobre los suyos, nuestras respiraciones se entrelazaban, y mis manos exploraban su cuerpo con una necesidad que no podía contener. Esto era un error, lo sabía, pero no había vuelta atrás.

Me separé un segundo, buscando sus ojos, mi voz ronca y llena de deseo.

—Esto es un error, Gabriela.

Ella no respondió con palabras, sólo tomó mi rostro entre sus manos y volvió a besarme, con una intensidad que no dejaba lugar a dudas. No había espacio para el arrepentimiento ahora.

Mis manos bajaron a su cintura, encontrando el borde de su ropa. Con movimientos firmes pero pacientes, empecé a deshacerme de cada prenda que llevaba. La tela caía al suelo, dejando al descubierto su piel suave y cálida bajo mis dedos. Cuando me aparté para mirarla, estaba completamente desnuda frente a mí, vulnerable pero increíblemente hermosa.

—Joder... —murmuré, mi mirada recorriendo cada curva de su cuerpo—. No tienes idea de lo que haces conmigo.

Gabriela no dijo nada. Sus manos se movieron hacia mi camisa, desabrochándola con urgencia mientras yo terminaba de deshacerme de mi ropa. Cuando estuve completamente desnudo, sentí su mirada recorrerme, y el fuego entre nosotros se intensificó.

Nos encontramos de nuevo en un beso, pero esta vez fue más salvaje, más desesperado. La recosté sobre la cama, colocándome sobre ella, y mis labios se movieron desde su cuello hacia abajo, explorando cada centímetro de su piel.

—Dante... —jadeó, su voz temblando mientras mis labios descendían.

—Cállate, muñeca. Esta noche es mía, y te aseguro que no olvidarás nada.

Cuando llegué a su centro, ella se tensó ligeramente, pero mis manos la sostuvieron firme. La miré una última vez antes de bajar mi boca a su piel más íntima. El primer contacto arrancó un gemido profundo de sus labios, y yo no pude evitar sonreír.

—Eres deliciosa, Gabriela —murmuré contra su piel, dejando que mi lengua trazara un camino lento y tortuoso.

—Dante... Dios, no pares —jadeó, su espalda arqueándose mientras sus manos se aferraban a las sábanas.

Mis movimientos se hicieron más intensos, más calculados. Mi lengua se movía con precisión, arrancándole gemidos y jadeos que llenaban la habitación. Sus caderas comenzaron a moverse involuntariamente contra mi rostro, y mis manos apretaron sus muslos, manteniéndola exactamente donde la quería.

—Dante... voy a... —su voz se quebró en un gemido alto mientras su cuerpo temblaba bajo mi control.

No paré hasta que la llevé completamente al clímax, sintiendo cómo se tensaba y se derrumbaba a la vez. Cuando finalmente subí sobre ella, su rostro estaba sonrojado, su pecho subía y bajaba rápidamente, y sus ojos brillaban con algo más que deseo.

—No he terminado contigo, muñeca —murmuré, posicionándome entre sus piernas.

Ella abrió las piernas para recibirme, y con un movimiento rápido, me hundí en su interior de golpe. Ambos dejamos escapar un jadeo al mismo tiempo, el calor y la intensidad del momento dejando una marca imposible de ignorar.

—Joder, Gabriela... estás tan apretada —gruñí, mis caderas comenzando a moverse casi de inmediato.

—Dante... Dios... —jadeó, su voz entrecortada mientras sus uñas se clavaban en mi espalda.

Mis movimientos eran rápidos, intensos, como si no pudiera contenerme. Su cuerpo se ajustaba perfectamente al mío, y cada vez que me hundía en ella, un nuevo gemido escapaba de sus labios.

—¿Cuánto tiempo, Gabriela? —gruñí, inclinándome hacia su oído—. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que un hombre te hizo sentir esto?

Ella no respondió con palabras, sólo con un gemido ahogado mientras sus caderas se movían al ritmo del mío.

—Eso pensé —dije, mi voz ronca mientras mis manos se aferraban a sus caderas, empujándola más cerca de mí.

La habitación se llenó de sonidos: nuestros jadeos, sus gemidos, el eco de nuestros cuerpos moviéndose juntos. Cada segundo era más intenso, más ardiente, y no había nada en el mundo que pudiera detenernos ahora.

—Dante... —gimió, su voz temblorosa mientras su cuerpo comenzaba a tensarse nuevamente.

—Eso es, muñeca. Déjate llevar.

Mis movimientos se hicieron aún más rápidos, más profundos, hasta que finalmente sentí cómo se derrumbaba bajo mí, su cuerpo temblando mientras alcanzaba el clímax. El sonido de su nombre escapó de mis labios mientras yo también la seguía, perdiéndome completamente en ella.




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