DANTE
No habíamos terminado. No podía parar, ni quería. Gabriela estaba completamente mía esta noche, y me aseguraría de que cada rincón de esta habitación le recordara lo que habíamos hecho aquí.
La miré mientras intentaba recuperar el aliento, su cuerpo todavía temblando bajo el mío. Me incliné hacia ella, rozando su oído con mis labios, dejando que mi voz baja y ronca llenara el silencio.
—Si eres mía por esta noche, Gabriela, quiero que te acuerdes de mí cada vez que estés con ese cabrón de tu esposo. Quiero que sientas esto... lo que soy capaz de hacerte.
No le di tiempo para responder. La levanté de nuevo, sus piernas rodeando mi cintura mientras caminaba con ella hacia la pared. La miré a los ojos mientras la colocaba contra el frío concreto, dejando que sintiera el contraste entre mi calor y la pared helada.
—Dante... —jadeó, su voz apenas un susurro.
—Dilo otra vez, muñeca. Dime quién está dentro de ti.
—Tú... tú, Dante —susurró, pero su voz se rompió en un gemido cuando volví a entrar en ella lentamente, cada centímetro llenándola por completo.
—Eso es, Gabriela. Mírame, siente cada movimiento.
Me moví dentro de ella, lento pero intenso, mis manos sosteniéndola firme mientras sus gemidos se hacían cada vez más altos. Sus uñas se aferraron a mis hombros, su cuerpo temblando con cada embestida. No la dejé escapar de mi mirada ni un segundo, queriendo grabar este momento en su memoria.
Cuando su cuerpo se tensó y el clímax la recorrió de nuevo, no me detuve. La bajé cuidadosamente, pero antes de que pudiera recuperarse, la llevé al suelo.
La recosté sobre la alfombra, su cuerpo aún temblando, y me incliné sobre ella, mis labios encontrando los suyos mientras mis manos recorrían cada curva de su cuerpo. Mis movimientos eran lentos, explorando, como si cada lugar donde la tocara fuera una promesa de lo que vendría después.
—Dante... por favor... —jadeó, pero sus palabras se perdieron cuando volví a entrar en ella.
Esta vez, mis movimientos eran más suaves, más calculados, como si quisiera que sintiera cada segundo. Sus gemidos llenaban la habitación, sus manos aferrándose a mis brazos mientras su cuerpo se movía al ritmo del mío.
—Mírame, Gabriela —le susurré, mi voz baja mientras mis labios rozaban los suyos—. Quiero que recuerdes esto. Quiero que recuerdes cada maldito segundo.
Una vez más, su cuerpo se tensó, su voz quebrándose mientras alcanzaba otro clímax. La observé mientras se rendía por completo, su rostro marcado por el placer, y supe que no podía detenerme ahí.
La llevé de vuelta a la cama, sus ojos llenos de algo que no podía descifrar. La acosté suavemente, inclinándome sobre ella mientras nuestras respiraciones se mezclaban.
—Todavía no hemos terminado —murmuré, volviendo a besarla mientras mis manos se movían por su cuerpo.
Volví a entrar en ella, esta vez aún más lento, asegurándome de que sintiera cada centímetro. Su cuerpo se arqueó bajo el mío, sus gemidos convirtiéndose en suspiros ahogados mientras me movía con un ritmo que la dejaba sin aliento.
—Dante... no puedo más... —susurró, pero no me detuve.
—Sí puedes, muñeca. Confía en mí, puedo llevarte más lejos.
La habitación se llenó de sonidos: nuestros jadeos, sus gemidos, y el eco de nuestros cuerpos moviéndose juntos. La llevé al límite una y otra vez, asegurándome de que cada rincón de esta habitación fuera testigo de lo que habíamos hecho aquí.
Yo mismo estaba al borde, pero me obligué a aguantar. Esto no era sobre mí; era sobre grabarme en ella, asegurándome de que, incluso si quería, no pudiera olvidar esta noche.
Finalmente, cuando su cuerpo se derrumbó una vez más, ambos caímos juntos en la cama, exhaustos pero satisfechos. La miré mientras intentaba recuperar el aliento, y supe que esta noche era algo que ninguno de los dos podría borrar.
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Editado: 11.01.2025