La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 40

DANTE

Los disparos resonaban en el aire mientras salía de la casa. Mis hombres ya tenían el control de la situación, pero eso no significaba que me relajaría. Cualquier ataque, por pequeño que fuera, era una amenaza que debía ser eliminada de raíz.

Me giré hacia Enzo, quien estaba dando órdenes a un grupo de hombres.

—¿Cuántos eran? —pregunté, mi voz firme mientras evaluaba la escena.

—Menos de diez. Ya casi acabamos con todos, pero hay algo extraño, —respondió, su tono medido pero serio.

—¿Qué es extraño?

—No sabemos con certeza si son hombres de Alessandro.

Mi mandíbula se tensó, y mi mirada se endureció.

—¿Y qué demonios esperas para verificar quién se atrevió a atacarme?

—Ya ordené que trajeran a uno con vida, —respondió Enzo.

Asentí y observé cómo se desenvolvía el enfrentamiento. Un disparo sonó cerca, y vi a uno de mis hombres caer al suelo con una herida en la pierna. Saqué mi pistola sin pensarlo y disparé en la dirección de quien lo había atacado.

—Enzo, entra a ese hombre herido en la casa. Yo los cubriré. No podemos dejar que lo maten, —le ordené, mi voz cortante mientras seguía disparando hacia los atacantes.

Enzo asintió y, con la ayuda de otros hombres, logró llevar al herido al interior de la casa mientras yo cubría su retirada. Mi pistola se movía con precisión, derribando a cualquiera que se atreviera a asomar la cabeza.

Los disparos finalmente cesaron, y pronto trajeron a uno de los atacantes con vida. Lo lanzaron al suelo frente a mí, sus manos atadas a la espalda, su rostro lleno de miedo y sudor.

Me acerqué, colocando la pistola en su cabeza.

—¿Quién te envió? —pregunté, mi voz baja pero letal.

El hombre temblaba, pero no respondió. Mi paciencia se agotó al instante. Sin pensarlo, disparé a su pierna, arrancándole un grito de dolor.

—Habla. ¿Quién te envió? —ordené nuevamente, mi tono frío.

—¡Juro que no sé! Sólo me pagaron por venir a esta dirección. ¡No sé quién fue!

Lo miré fijamente, intentando decidir si decía la verdad o simplemente intentaba salvar su miserable vida. Me giré hacia Enzo, quien también parecía desconfiar de la respuesta.

—Esto es extraño, y no me gusta nada —murmuré antes de apuntar nuevamente al hombre. Esta vez no dudé. Disparé a su cabeza, viendo cómo su cuerpo caía al suelo sin vida.

Mis hombres soltaron el cadáver, dejando que cayera como el peso muerto que era.

Me giré hacia Enzo, mi mente ya trabajando en las posibles explicaciones para este ataque.

—Ve a revisar cómo está Gabriela y baja para que investiguemos quién diablos los contrató —le ordené, mi tono cortante.

Enzo asintió y se dirigió hacia la casa mientras yo regresaba a mi oficina. La rabia hervía bajo la superficie, no sólo por el ataque, sino por la incertidumbre. Esto no tenía el sello de Alessandro, y eso hacía que todo fuera más peligroso.

Me serví un vaso de whisky y me senté, intentando descifrar las piezas del rompecabezas. Alessandro no enviaría a un grupo tan pequeño y desorganizado. Esto era algo más. Algo peor.

Mis pensamientos se interrumpieron cuando la puerta de mi oficina se abrió y Enzo entró apresuradamente.

—Señor —dijo, su tono más grave de lo usual— Gabriela ha escapado.

Mi vaso se quedó suspendido en el aire, y el silencio que siguió fue más aterrador que cualquier disparo. Me levanté lentamente, mi mirada fija en Enzo.

—¿Qué demonios acabas de decir? —pregunté, mi voz baja pero cargada de furia contenida.

—No está en su habitación, señor. Revisé toda la casa. Parece que aprovechó el caos para huir.

El vaso en mi mano cayó al suelo, rompiéndose en pedazos. Mi mandíbula se tensó, y mi mente se llenó de imágenes de Gabriela corriendo, alejándose de mí, justo cuando pensaba que la tenía completamente bajo mi control.

—Encuéntrala, Enzo. Ahora.




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