La Jugada Perfecta {1}

Capítulo 42

GABRIELA

No sabía quién era ese hombre que me había sacado de la casa de Dante, pero lo había hecho con una precisión calculada. No me dio más explicaciones mientras me dejaba frente a una enorme casa.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté, mi voz temblorosa.

—Estás en la casa de Alessandro. Aquí estarás a salvo —dijo.

—¿Quién eres?

—Eso no importa. Lo único que puedo decirte es que alguien pagó mucho para sacarte de ahí. Supongo que fue Alessandro.

Antes de que pudiera responder, el hombre arrancó el carro y se marchó. Me quedé de pie, observando la mansión frente a mí. No podía procesar del todo lo que estaba pasando, pero sabía que estaba más cerca de mi esposo. Caminé hacia la puerta principal, donde varios hombres me apuntaron con sus armas.

En cuanto me reconocieron, bajaron las pistolas de inmediato.

—Señora Ricci —dijo uno de ellos, claramente sorprendido al verme.

Me ayudaron a entrar, sus expresiones reflejaban una mezcla de alivio y preocupación.

—¿Dónde está Alessandro? —pregunté mientras observaba el interior de la casa.

—Salió, señora. Dijo que iba a buscarla.

—Alguien me trajo aquí. Supongo que fue porque él lo ordenó —dije.

—Entonces regresará pronto —respondió otro de ellos.

Asentí, aunque algo no me cuadraba del todo. Uno de los hombres me indicó dónde estaba la habitación de Alessandro. Subí y, al entrar, todo en la habitación me resultó extrañamente familiar y distante a la vez. Me duché, dejando que el agua caliente lavara la tensión de mi cuerpo, y luego me puse ropa limpia que encontré en el armario.

Bajé hacia la sala, mi estómago rugiendo. Fui a la cocina y preparé un plato con frutas. Estaba a punto de sentarme en la mesa cuando el sonido de la puerta principal al abrirse me hizo detenerme.

Caminé hacia la entrada con el plato en la mano, pero lo que vi hizo que mi mundo se detuviera. Mi corazón se aceleró al instante.

Alessandro.

Sus ojos abiertos, mirando hacia la nada, con un disparo limpio entre las cejas.

El plato se me cayó de las manos, rompiéndose contra el suelo.

—¡Alessandro! —grité mientras corría hacia él.

Los hombres lo depositaron cuidadosamente en el suelo. Me arrodillé junto a su cuerpo, tomando su rostro entre mis manos, pero no había vida en él.

—No... no, no, no —murmuré, mi voz quebrándose mientras las lágrimas corrían por mi rostro. El dolor que sentí era más profundo de lo que jamás hubiera imaginado.

Uno de los hombres se acercó, su expresión sombría. Me levanté lentamente, mi mirada llena de rabia y desesperación.

—¿Quién hizo esto? ¿Quién lo mató?

—No lo sabemos, señora.

—¿Y dónde diablos estaban ustedes? —grité, mi voz temblando de ira.

—El señor Ricci había enviado a buscarla, señora. Dijo que iba hacia otro lugar.

Me giré hacia ellos, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano.

—Quiero que averigüen quién se atrevió a matarlo.

Antes de que pudieran responder, la puerta volvió a abrirse de golpe. Álvaro entró tambaleándose, con un disparo en el brazo.

—¡Álvaro! Tú estabas con mi esposo, ¿qué pasó? —pregunté mientras corría hacia él.

—Sí, señora Ricci. Estábamos juntos, junto con Luca. Pero él no sobrevivió. Apenas tuve tiempo de salir con el cuerpo del jefe —respondió, su voz llena de agotamiento.

—¿Quién hizo esto? ¿Fueron los hombres de Dante?

—No, señora. Fueron los hombres de Vittorio.

Mi rostro se congeló al escuchar el nombre.

—Eso no puede ser. Vittorio es aliado de Alessandro.

—Ya no, señora. El señor Ricci le declaró la guerra después de que Vittorio le robara.

El impacto de sus palabras me dejó sin aliento. La sala se llenó de murmullos, los hombres que quedaban intercambiaban miradas nerviosas.

—¿Qué vamos a hacer ahora sin el jefe? —preguntó uno de ellos, rompiendo el silencio.

Álvaro dio un paso adelante, su mirada fija en mí.

—Usted tiene que tomar el poder ahora, señora.

—¿Yo? No sé nada de esto.

—Si no lo hace, Vittorio tomará la mafia de su esposo. Y si eso pasa, estamos acabados.

Respiré hondo, tratando de calmar el caos en mi mente. Sabía que tenía razón. No tenía otra opción.

—Bien, asumiré el cargo, pero necesitaré su ayuda.

—Estamos con usted, señora Ricci —dijo Álvaro, su tono firme.

—Lo primero que tenemos que hacer es mudarnos de casa. Vittorio es poderoso, y esta noche hemos perdido a muchos hombres y aliados con la muerte de Alessandro.

Todos asintieron, esperando mis órdenes. Por primera vez, sentí el peso de lo que significaba estar en este mundo, y aunque no sabía qué me esperaba, una cosa era segura: no me iba a rendir.




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