DANTE
Estaba en mi oficina, repasando las grabaciones de seguridad y los informes sobre Vittorio, cuando Enzo entró con una expresión que denotaba urgencia.
—¿Qué pasa ahora, Enzo? —pregunté sin apartar la mirada de las imágenes.
—Gabriela está aquí.
Mis manos se detuvieron, y levanté la mirada lentamente hacia él.
—¿Qué demonios acabas de decir?
—Está aquí, jefe. Apenas han pasado unas horas desde que escapó, pero volvió... con algunos hombres. Dice que quiere hablar contigo.
Me recosté en mi silla, procesando la información. Gabriela no había desaparecido por completo, como imaginé. Había vuelto, y algo me decía que no era para suplicar clemencia.
—Déjala entrar —ordené, mi tono neutro, aunque la curiosidad comenzaba a apoderarse de mí.
Unos minutos después, la puerta se abrió, y ahí estaba ella. Gabriela, con la misma determinación que había mostrado antes, pero con algo más. Tal vez desesperación, o quizás una valentía que ni siquiera ella entendía del todo. Entró con un hombre a su lado, claramente uno de los pocos que le quedaban leales. Su mirada me buscó, y cuando nuestros ojos se encontraron, su postura se endureció aún más.
—Puedes irte —dije, dirigiéndome al tipo que la acompañaba.
Él no se movió, como si pensara que su presencia era imprescindible para protegerla. Un error.
Saqué mi pistola lentamente y la apunté directamente a su cabeza.
—No repito las órdenes —advertí, mi tono gélido.
Antes de que pudiera hacer algo más, Gabriela se interpuso entre nosotros, levantando las manos.
—No es necesario usar la violencia —dijo, su voz firme pero tranquila. Luego se giró hacia su hombre, haciéndole una seña para que saliera.
El tipo vaciló, pero finalmente obedeció y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él. Ahora estábamos solos.
Gabriela caminó hacia la silla frente a mi escritorio y se sentó con una postura firme, aunque podía ver cómo la tensión se acumulaba en sus hombros.
—No pensé que volvería a verte tan pronto, muñeca —dije, recostándome en mi silla mientras la observaba con una ligera sonrisa—. ¿Qué, te arrepentiste de haber escapado?
—No estoy aquí para discutir el pasado, Dante —respondió, su tono frío.
Eso captó mi atención. Era la primera vez que usaba mi nombre de esa forma, directa, casi con autoridad.
—Entonces, ¿a qué debo el honor de tu visita? Porque supongo que no viniste aquí solo para recordarme lo que dejamos pendiente.
Gabriela tomó aire, claramente intentando mantener la calma.
—Estoy aquí por una alianza.
Solté una carcajada seca, inclinándome hacia adelante.
—¿Una alianza? ¿Tú, Gabriela Ricci, la recién nombrada jefa de una mafia que apenas puede mantenerse de pie, quieres hacer una alianza conmigo?
—Exactamente.
—Esto va a ser bueno —dije, entrelazando los dedos frente a mí—. Adelante, sorpréndeme.
—Mira, Dante, sé que nuestras historias no empiezan con el pie derecho. Tú me secuestraste, y yo no tengo ningún motivo para confiar en ti. Pero Alessandro está muerto, y Vittorio me quiere fuera del mapa. Si me destruye, no se detendrá ahí. Tú serás el siguiente.
La observé en silencio, evaluando sus palabras.
—¿Y qué me ofreces a cambio de esta maravillosa alianza que propones?
—Dinero. Contactos. Lo que quede de los recursos de Alessandro es tuyo si me ayudas a mantenerme con vida.
Reí de nuevo, esta vez con más sarcasmo.
—¿Dinero? ¿Contactos? Muñeca, tengo más de ambos de lo que podrías imaginar. ¿Por qué debería molestarme en salvarte cuando puedo sentarme y ver cómo Vittorio te aplasta?
Su mandíbula se tensó, pero no retrocedió.
—Porque, aunque no lo quieras admitir, Vittorio representa un problema para ti también. Si toma el control de lo que queda de la mafia Ricci, tendrá más territorio, más hombres y más recursos para ir tras ti.
—¿Y qué te hace pensar que no puedo con él?
—Puedes con él ahora, tal vez. Pero si Vittorio sigue creciendo, te superará eventualmente. Lo sabes tan bien como yo.
Me quedé en silencio, sopesando sus palabras. Tenía razón en algo: Vittorio no era solo su problema, sino también mío.
—Esto no te convierte en una líder, Gabriela. Ni siquiera sabes sostener una pistola, y vienes aquí como si pudieras ofrecerme algo más que una carga.
Ella se inclinó hacia adelante, su mirada encendida.
—Entonces enséñame.
Eso me tomó por sorpresa.
—¿Qué dijiste?
—Enséñame. Hazme fuerte. Dame las herramientas que necesito para que esta alianza valga la pena para ti. No vine aquí a mendigar, Dante. Vine a proponerte algo que nos beneficie a los dos.
La habitación quedó en silencio, salvo por el leve tic-tac del reloj en la pared. Gabriela había jugado su carta, y aunque no quería admitirlo, había algo en ella que me hacía considerar su propuesta.
Finalmente, hablé.
—Esto será bajo mis términos. Si decido ayudarte, harás exactamente lo que diga, sin cuestionarlo. Si quiero que sostengas un arma, lo harás. Si quiero que dispares, lo harás. ¿Entendido?
—Entendido —respondió sin dudar.
—Perfecto. Entonces veremos si esta alianza tuya tiene algún valor, muñeca.
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Editado: 12.03.2025