DANTE
La luz del día entraba por las cortinas, iluminando el despacho y haciendo que cada rincón pareciera más visible de lo que debería. Pero no me importaba. Mis ojos estaban fijos en Gabriela, con su vestido subido, sus piernas temblando ligeramente mientras intentaba aferrarse al borde de la situación.
No iba a dejar que este momento terminara tan fácilmente. Me acerqué a ella, y sin decir una palabra, deslicé mis manos hacia sus caderas. Con un movimiento decidido, la levanté del suelo y la coloqué sobre el escritorio, haciéndola soltar un jadeo de sorpresa.
—Dante... ¿qué estás haciendo? —murmuró, aunque no hizo ningún intento por detenerme.
—Lo que debería haber hecho desde el principio, muñeca —respondí con una sonrisa oscura mientras me inclinaba hacia ella.
Gabriela intentó apartar su mirada, pero la sostuve con firmeza, mis manos recorriendo lentamente sus muslos antes de encontrar su cintura. La posición la dejaba completamente expuesta ante mí, y cada movimiento suyo me hacía perder un poco más el control.
—Dante... esto es una locura, —jadeó, su voz temblorosa mientras yo me posicionaba frente a ella.
—Claro que lo es —respondí, mi tono bajo mientras mis labios encontraban los suyos en un beso feroz—. Pero dime, muñeca, ¿no es la mejor locura que has vivido?
Sin esperar respuesta, la sostuve por las caderas y entré en ella de un movimiento firme. Su cabeza cayó hacia atrás, y un gemido alto escapó de sus labios, resonando en la habitación.
—Dante... —jadeó, sus manos buscando desesperadamente algo a lo que aferrarse mientras yo comenzaba a moverme dentro de ella.
Mis manos se apretaron en sus caderas, sujetándola con fuerza mientras marcaba un ritmo lento al principio, dejando que ambos sintiéramos cada segundo de ese momento. La luz del día bañaba su rostro, iluminando cada expresión de placer mientras su cuerpo reaccionaba al mío.
—No tienes idea de cuánto he querido hacer esto.—gruñí, inclinándome para besar su cuello mientras mis movimientos se volvían más intensos.
Ella dejó escapar un gemido más alto, sus piernas envolviéndose alrededor de mi cintura para acercarme aún más. Sus uñas se hundieron ligeramente en mis hombros, y su cuerpo se arqueó hacia el mío, buscando más contacto, más intensidad.
—Dante... esto es una locura —murmuró, su voz quebrada por el ritmo de mis movimientos.
—Dilo, muñeca. Dime cuánto lo disfrutas —le susurré mientras mis labios viajaban desde su cuello hasta su clavícula.
Gabriela dejó escapar un gemido que hizo eco en la habitación, y sus manos se aferraron con más fuerza a mi espalda. Mis movimientos se volvieron más rápidos, más profundos, llevándola al límite una y otra vez.
—Dante... no pares —jadeó, sus palabras casi perdiéndose entre los sonidos de su respiración entrecortada.
—No tenía intención de hacerlo —respondí, mi voz ronca mientras continuaba.
La habitación parecía más cálida, el sol entrando por las ventanas y bañándonos con su luz. Cada sonido que salía de sus labios, cada jadeo, cada gemido, me llevaba más cerca del borde.
Cuando finalmente sentí cómo su cuerpo se tensaba bajo el mío, supe que estaba alcanzando el clímax. Un grito ahogado escapó de sus labios, y su cuerpo se arqueó completamente hacia mí mientras se entregaba al placer.
Pero no me detuve.
—Voy a asegurarme de que recuerdes cada segundo de esto —gruñí mientras seguía moviéndome dentro de ella, decidido a llevarla más allá de lo que había imaginado posible.
Ella me miró con los ojos entrecerrados, su rostro aún iluminado por la luz del día, y dejó escapar otro gemido que resonó en toda la habitación.
—Dante... por favor... —jadeó, su voz quebrada mientras intentaba recuperar el control.
—Eso es, muñeca —dije mientras aumentaba el ritmo, sujetándola con más fuerza— Dame todo.
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Editado: 12.03.2025