La leyenda de las Luar

Encontronazos

En cuanto sus ojos se cruzaron con los míos y supe lo que estaba pasando, me levanté del asiento de manera instantánea. Hui de la escena del crimen sin mirar atrás, me escabullí entre la gente agarrando con fuerza mi mochila. Algo estaba ocurriendo, había conseguido leer mis pensamientos; que sí, lo sabía, iban hacia él, pero nuca supe que eso podía ser posible. Nadie me había avisado y sentí demasiado terror.

De alguna manera, cuando pensaba en decirle algo, él lo escuchaba; no sabía cómo o por qué, pero estaba segura de que se trataba de algo así. Sin embargo, no tenía ningún sentido… ¿Había descubierto un hechizo que no sabía hasta ahora? ¿Qué era lo que había hecho para que eso sucediera? ¿Qué narices debía hacer? Estaba claro, debía hacer que olvidase todo, no podía recordar nada de lo que había pasado, ya que, si no, iba a ser muy difícil de explicar. Yo no quería dar explicaciones y mucho menos a un mortal cualquiera.

Me encerré en el baño del tren hasta que llegamos a la parada, entonces, salí casi corriendo. No quería que me viera, no quería hacer contacto visual. No podía meterse en mi cabeza como tal, pero tenía miedo de que pudiera hacerlo. Era como si mis pensamientos no estuvieran a salvo, como si él pudiera lastimarme al escucharlos.

Llegué al instituto más rápido que nunca, supongo que era por la rapidez que había salido de la estación. En mi vida había corrido tanto, ni aunque estuviera llegando tarde a algún sitio. La cosa es que yo nunca llegaba tarde a ningún lado, ni siquiera al instituto, me hubiera gustado saltarme alguna que otra clase, pero era una cobarde que no se atrevía… No del todo.

Llegué a mi taquilla e introduje los números, mis manos temblaban y me encontraba algo nerviosa, quería tranquilizarme. Todo tenía una lógica explicación y estaba segura de que iba a encontrarla tarde o temprano. Estaba casi segura de que era por la luna llena del viernes, el poder se me había acumulado y ahora no sabía muy bien qué hacer con él, por eso se manifestaba de aquel modo tan extraño y absurdo.

Saqué la libreta y el libro de la mochila, metiéndolos ambos a presión. Por una vez en mi vida deseaba ir a clase, olvidarme de lo que había ocurrido hacía tan solo quince minutos. Centrarme en la historia del señor Monter.

—¡Cira! —Alec apareció por el pasillo con una sonrisa—. ¿Qué tal estás?

Cerré la taquilla de golpe y le miré, fingiendo no estar nerviosa.

—Bien, muy bien. —Me crucé de brazos, pensaba que así disimularía un poco más—. ¿Cómo acabó la fiesta?

—Eso te iba a comentar. —Me imitó la postura y se apoyó en las taquillas—. Te fuiste muy pronto.

«Me fui en cuanto comenzaste a vomitar querido Alec… No es que se pudiera tener una charla muy productiva en tu estado».

—Lo sé, estaba muy cansada. —No era mentira, mejor eso que la verdad completa.

—Vaya. —Se pasó la mano por el pelo y se incorporó para ponerse recto—. ¿No te gustó? ¿Por la música?

—No, no. —Le mostré una sonrisa sincera—. Es que yo no soy de beber; la fiesta estuvo bien, pero no puedo seguir el ritmo.

—Oh, claro. —Comenzó a reírse, ¿estaba ligando? —. Menos mal, pensaba que era por otra cosa.

Negué con la cabeza y levanté inconscientemente la mirada, él acababa de aparecer en mi campo visual. Llevaba el libro en la mano, no parecía estar prestando atención a nadie, no parecía preocupado o nervioso… A lo mejor me lo había imaginado todo. Podía ser así y dejarlo todo en una anécdota graciosa y fácil de contar para mi tía.

Sus ojos azules se encontraron con los míos, fue una milésima de segundo, aparté la mirada y me centré en Alec. No quería leerle el pensamiento, no quería saber en qué pensaba, no quería nada de él… Debía de evadirle completamente, olvidarme de que existía.

—¿Y qué dices? —De repente la voz de Alec apareció en mis oídos, como si no le hubiera escuchado, como si para mí no estuviera hablando.

—Perdona. —Negué con la cabeza y una sonrisa avergonzada apareció en mis labios—. ¿Puedes repetírmelo?

—Sí —asintió muy nervioso, le sudaban las manos, le temblaba la voz, notaba lo que le estaba pasando—. Te preguntaba si quieres que quedemos alguna vez tú y yo, ya sabes, a solas.

Pestañeé varias veces, ¿me estaba pidiendo salir? ¿Habíamos llegado a esas alturas?

—La chica rara tiene novio, me lo apunto.

Le busqué con la mirada, su voz había rebotado en mi cabeza con mucha fuerza, pero no lo veía. Tampoco quería girar el cuello como si fuera un búho, estaba segura de que se encontraba en el pasillo. Se encontraba pensando en mí, por eso le escuchaba.

«Cira, céntrate. Olvídate de que existe. Nada ha ocurrido».

—¿Te importa si me lo pienso? —Alec esperaba mi respuesta—. Es que ahora mismo estoy muy nerviosa por saber la nota.

—Claro. —Me tocó el hombro con la intención de hacerme un gesto cariñoso; no me era extraño, él era así. Amigo y cariñoso con todos, sobre todo si se pasaba con la bebida.

Lo gracioso es que me estuviera pidiendo salir después de besar a una chica el viernes, lo vi con mis propios ojos, y no era un beso sencillo. Se comían literalmente la boca. Verlos era repulsivo, otro motivo por el cual me fui. Además, sus pensamientos me dejaron muy claro lo que quería con ella. Si tanto le gustaba yo… Supongo que así era el amor mortal.

El timbre sonó y caminé hacia la clase, deseaba sentarme y desconectar prácticamente de todos y todo. Por suerte, fui de las primeras en entrar, pude sentarme al final, algo que ese día agradecía.

Unos segundos más tarde el aula se llenó por completo, todos ocupaban los primeros asientos para estar cerca del señor Monter. Se pensaban que así podían hacerle la pelota para rascar nota, no se daban cuenta de que eso no funcionaba, él luego hacía lo que quería. Sabía quienes le chantajeaban, había llegado a su posición por algo.



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En el texto hay: amor prohibido, brujas, luar

Editado: 11.05.2024

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