La leyenda de las Luar

Ritual Lunar

Me atreví a saltarme las últimas horas, no era capaz de ir a clase por miedo a hacerle daño a alguien con mis pequeños pero intensos arrebatos de ira.

Por suerte, al llegar a casa no me encontré con nadie, podía meterme en la cama sin dar explicaciones. Más tarde ya pensaría en alguna mentira piadosa que contarles a mis padres.

Sombra se había alegrado al verme, no dudó en maullar y venir hacia mí, no estaba acostumbrado a verme a esas horas y desde luego se sorprendió.

Me tumbé en la cama y me perdí entre las mantas, pero antes cogí mi libro de hechizos y comencé a practicar. Sabía que no debía, que podía esperar hasta la noche… No quería. Algo me decía que no pasaba nada, que lo hiciera sin peligro alguno, tan solo estaba entrenando, no había nada de malo en ello. Necesitaba relajarme, y la única manera que encontraba era esa, aparte de los ronroneos de Sombra, quién no se apartaba de mi lado. Él al menos no pensaba que fuera rara. Aunque en realidad, ni siquiera podía saber en qué pensaba, su mente funcionaba de una manera diferente a la mía, por tanto, no podía meterme en ella.

No hubiera estado mal, en muchas ocasiones me hubiera gustado saber en qué pensaba, como, por ejemplo, cuando se dedica a rascar el espejo del baño lleno de vapor. A mí me resulta muy gracioso, pero no sé qué piensa él y eso es algo realmente intrigante.

Aunque a veces sentía cuando tenía hambre o sueño… Tardé mucho en descifrarlo, pero lo logré.

Había olvidado completamente que esa noche tenía un ritual. La noche de las Luar, siempre era el tres de cada mes y nadie podía faltar, y eso me incluía a mí, claramente. No podía ponerle excusas a mi tía y mucho menos intentar escabullirme de alguna manera.

Practiqué y descansé, me iba turnando según me apetecía, pero es que me encontraba completamente desanimada, aquel idiota había conseguido que eso sucediera. Todo por esos malditos pensamientos de su cabeza, me obligaba a escucharle, me obligaba a meterme en su mente y yo, de alguna manera, le dejaba entrar a la mía.

Tenía ganas de reunirme con las Luar, no me sentía tan excluida, era parte de ellas, todas éramos iguales y eso nos unía. Pero no todo era de color de rosa, en realidad había mucha rivalidad. Digamos que todas deseaban tener un poder extraordinario, pero no es algo que se pueda elegir. Puedes alcanzarlo a la larga con mucha práctica e insistencia; o puedes nacer con el don, como yo. Fui marcada por la Luna, ella decidió que yo era la indicada para tener un poder tan grande que haría sombra al resto… No lo había elegido, era una etiqueta impuesta que, aunque quisiera, no podía deshacerme de ella.

Por ello a mí me miraban diferente, estaba claro que era envidia, mi tía me lo había dicho miles de veces. Que no les hiciera caso, que ignorara sus pensamientos celosos y sus miradas extrañas… Y tenía razón, no debía de escucharlas, no debía prestarles atención, no me iba a llevar a ninguna parte. Era una Luar extraordinaria y me sentía orgullosa de ello, no iba a cambiar eso por nadie. Siempre iba con la cabeza bien alta.

No obstante, me daba rabia que no entendiesen que yo no elegí nacer así. Yo no quise ser una de las Luar más importantes. Solo me veían como una rival, como alguien que estaba por encima de ellas.

El día pasó volando, pero suponía que se trataba por mis constantes siestas y por las tres primeras horas de clase, el caso es que al fin llegó la noche. Estaba deseando ver a Keyla, en reunirme con las demás Luar y sentirme como en casa. Estar en un ambiente conocido y similar.

Me vestí con un vestido blanco largo, de tirantes y una pierna al descubierto. Mi tía lo vio en la tienda y no dudó en comprármelo: era perfecto para nuestras reuniones, debíamos de estar lo más elegantes posible para ver a la Luna, para pedirle todo lo que queríamos, para agradecerle por nuestra magia. Ir de una forma limpia, acendrada.

Me maquillé un poco, tampoco demasiado, no quería llamar la atención por ello. Un poco de rímel, lápiz de ojos negro y un pintalabios gris. El labial era de mis favoritos, me recordaba muchísimo al color de la luna, un grisáceo casi blanquecino que quedaba bien con cualquier cosa que te pusieras.

Con el pelo me hice poco, me lo recogí de los dos lados y lo dejé caído por detrás. No me iba a esforzar absolutamente nada, y tampoco quería usar la magia. Iba a reservarme para la noche, merecía la pena.

Bajé las escaleras y a la primera que vi fue a mi tía, ella se encargaba de contarles una patraña a mis padres, no sabía cómo, pero siempre funcionaba.

—¿Ya te encuentras mejor? —Mi padre me miró de arriba abajo.

—Sí, muchísimo mejor, solo necesitaba descansar.

Asintió mientras miraba a Keyla, no le estaba dando permiso, él sabía que no podía negarse a nada de lo que ella propusiera. Era un tanto caprichosa y convincente, no necesitaba usar magia para ello, con abrir la boca le bastaba.

Me miró y después a la puerta, estaba invitándome a irnos. No lo dudé ni un segundo y me despedí de mi padre con un movimiento de mano, tenía tantas ganas de irme. Estaba nerviosa y eso no era muy común en mí.

El coche de Keyla estaba en la mismísima puerta, me subí nada más lo desbloqueó. Quería contarle lo que me había sucedido, pero no era el momento, no quería arruinar esa maravillosa noche, no iba a hablar de un mortal.

Condujo por las calles a oscuras mientras de fondo sonaba una de nuestras canciones, nos encantaba cantarla a todo volumen dejándonos la voz. Era una forma de tranquilizarnos y a la vez pasárnoslo bien, ella conseguía las dos cosas en una.

No tardamos mucho en llegar a los acantilados; sí, el mismo sitio donde ese fin de semana se iba a celebrar una fiesta, pero es que era nuestro lugar de culto. Los mortales habían decidido utilizarlos para sus cosas inmundas y sucias.

Keyla cogió unas antorchas del maletero, me ofreció una y se quedó con la otra. No íbamos a quemar a nadie, más bien iluminar con luz lunar.



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En el texto hay: amor prohibido, brujas, luar

Editado: 11.05.2024

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