La leyenda de las Luar

Entre vagones

Decidí volver con Alec, ya que no tenía más opciones. Había intentado lo más básico y sencillo, pero había fallado en el intento. Yo jamás fallaba y mucho menos en algo así, ¿qué me estaba pasando?

Miré mis manos desconfiando de mi poder, aquello debía de ser una mala pesadilla, mi magia no podía fallarme. En realidad, me estaba fallando a mí misma.

Miré a Alec, tenía una sonrisa en el rostro. Sin lugar a duda había bebido mucho más de lo que pensaba, lo veía en sus ojos, pero no iba a criticarle ni mucho menos regañarle. No era su madre o padre, él sabría qué hacer.

—Pensaba que te habías ido. —Caminé a su lado hasta la hoguera más cercana—. Pero no, aquí estás.

Sus amigos nos estaban mirando, cuchicheaban entre ellos y parecían esperar algo.

—¿Tenías que decirme algo? —Me crucé de brazos y miré como se llevaba el vaso a la boca dando el último trago.

Tan solo era cuestión de tiempo para que se cayera al suelo rendido.

Cogió una botella del suelo y se rellenó el vaso hasta arriba, la volvió a dejar en su sitio y asintió un par de veces. Mientras tanto, yo intenté buscar a Eamon con la mirada, pero no lograba encontrarle.

De repente noté sus labios presionando los míos, estaba besándome y lo había hecho de manera repentina, la verdad es que no me lo esperaba. Sus labios sabían a licor y estaban realmente fríos, pero lo peor no fue eso, lo peor fue que me derramó aquel vaso lleno de licor por encima de la ropa.

Me separé de él inmediatamente, no podía creerme que aquello estuviera sucediendo.

—Lo siento, lo siento —repitió, tirando el vaso ahora vacío al suelo y llevándose las manos a la boca.

Me pasé la mano por las ropas, pero lo único que hacía era expandir más aquella mancha trasparente. Olía demasiado mal y ahora notaba el frío, todo por aquel maldito beso inesperado.

—Cira, de verdad que lo siento. —Comenzó a buscarse en los bolsillos, supongo que algún pañuelo o algo.

Levanté una mano para que se callase, la verdad es que no quería escuchar sus disculpas. No iba a solucionar nada diciendo tan solo eso.

Dos de sus amigos se acercaron y me ofrecieron un paquete de pañuelos, el cual obviamente no negué porque lo necesitaba.

Saqué uno de la bolsita y comencé a presionarlo con la intención de que absorbiera el líquido, pero aquello tampoco funcionaba.

—Es que estabas tan bonita. —Lo único que salía de la boca de Alec eran balbuceos—. Quería besarte.

—Alec, cállate —dijo Darío con el intento de mejorar la situación.

Alec los miró sin comprender qué era lo que estaba haciendo mal, pero es que tan solo tenía que mirar mi camiseta. Lo gracioso es que ahí no acabó todo.

—Es que eres tan bonita. —Sonrió, pero de la nada esa alegría que tenía en su rostro desapareció.

Vomitó encima de mí. Se apartó después, pero ya era muy tarde, mis ropas no podían estar peor, me arrepentía enormemente de haber ido.

—Lo siento. —Se limpió la boca con la mano.

Saqué otro pañuelo e intenté limpiarme, pero es que me daba demasiado asco: quería desaparecer, todas las miradas estaban centradas en mí.

—Joder, Cira. —Jon se pasó la mano por la frente—. Te prometo que no ha bebido tanto.

—Ya. —No hacía más que restregar la mancha.

Resoplé y lancé los pañuelos al suelo, me pasé la lengua por los labios y los miré.

—Deberíais llevarlo a casa, no creo que esté en condiciones como para aguantar más tiempo en pie. —Esperaba que notaran mi tono serio. Y estaba siendo amable, mi primera opción realmente fue maldecirles.

Me di la vuelta y me volví por donde había venido. Había cometido el mayor error de mi vida, ir a aquella maldita fiesta, porque sí, para mí estaba maldita. Llevaba una semana horrible y no hacía más que empeorar, estaba segura de que la Luna estaría enfadada conmigo y por ello había decidido enviarme un castigo.

—¡Cira! —Alec chilló mi nombre, pero no pensaba quedarme, ya se ocuparían sus amigos de él—. ¡Cira, lo siento, vuelve!

Odiaba absolutamente todo lo que me estaba pasando, si aquello era una etapa deseaba que terminase ya, que aquella mala racha se cortase de lleno. No podía soportarlo mucho más y eso me creó una angustia en el pecho, solo deseaba llorar y sumergirme en mi propio mundo. No lograba conectar con nada, y por más que intentasen convencerme, no se trataba de algo pasajero.

Intenté limpiarme la camiseta y los pantalones con un hechizo, pero estaba tan desanimada que no me salía.

—Por favor —supliqué concentrándome y con la voz temblorosa.

Una chispa blanca apareció en mis manos, pero se esfumó. No estaba absolutamente para nada y eso me estaba hundiendo por completo. Ya no podía realizar sin siquiera un maldito hechizo de limpieza para quitarme aquel vómito de encima, pero el problema mayor había sido el hechizo que intenté hacerle a Eamon. No comprendía cómo había podido fallar, cómo se había dado cuenta… Eso me dejaba muchas más preguntas en mi cabeza, pero estaba claro que no iba a poder resolvérmelas. Al menos no en ese momento, solo deseaba volver a mi casa y meterme entre las sábanas con Sombra.

Saqué la tarjeta de mi bolsillo y la pasé por el escáner para acceder al tren. Había llegado justo a tiempo y este estaba parado con las puertas abiertas. Al menos no tenía mala suerte en lo que a eso se refería.

Entré en el primer vagón, seguía restregando el pañuelo con fuerza y furia contra las manchas, pero estaba claro que lo único que lo iba a lavar iba a ser la lavadora.

—Maldita sea Alec —musité sin levantar la mirada—. «Sí, ven a la fiesta; sí, quiero que vengas». ¿Para qué? ¿Para tener restos de tu cena en mis ropas?

Lancé los papeles en la primera basura que encontré y levanté la mirada, vi sus ojos. Me observaba con curiosidad, podía sentir que estaba intrigado por saber lo que me había pasado, pero yo estaba aún más intrigada por saber qué hacía tan pronto en el tren. ¿Acaso él también se iba a casa?



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En el texto hay: amor prohibido, brujas, luar

Editado: 11.05.2024

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