La leyenda de las Luar

Tercera opción

De nuevo, lunes por la mañana. No comprendía cómo el tiempo se me pasaba con tanta rapidez, deseaba que los fines de semana fueran un tanto… más largos.

—Buenos días, Sombra. —Estaba amasando la manta, sin prestarme atención.

Fui directa al armario y cogí las primeras prendas que encontré: unos pantalones vaqueros negros y una sudadera azul. Nada del otro mundo, no tenía ganas de estar perdiendo mi tiempo.

Me vestí y bajé al piso de abajo, allí encontré a mis padres, sentados en la mesa, tomándose el primer café de la mañana.

—Buenos días —les saludé con una sonrisa en el rostro.

—Buenos días, cariño. —Mi madre hablaba casi en susurros, eso me hizo darme cuenta de que mi padre estaba hablando por teléfono. Claro, estaba con unas negociaciones importantes.

Cogí una tostada y me despedí de ellos, no quería pararme a hablar y ellos tampoco parecían tener intención de hacerlo.

Me puse la mochila a la espalda y salí de casa rumbo a la estación. Estaba convencida de que iba a tener un buen día: había tenido una mala racha, así que ya me tocaba. Al menos eso esperaba, suplicaba que fuera así.

Me puse los auriculares y subí el volumen de la música en cuanto encontré la canción que quería. Si no fuera porque me encontraba en plena calle, me hubiera puesto a bailar.

Llegué a la estación, fui a buscar la tarjeta y…

—¿Dónde estás? —musité al registrar todos los bolsillos de la mochila.

No la encontraba, no sabía dónde la había dejado y no me daba tiempo a volver a casa para buscarla; podía comprar un billete, pero no tenía dinero para ello. Me encontraba en una encrucijada, pero vi sus zapatillas e inmediatamente levanté la mirada. Me topé con sus ojos. Me estaba mirando con la tarjeta en la mano, no dudé en quitarme los auriculares.

—¿No la llevas? —preguntó al verme un tanto nerviosa.

—No, creo que la olvidé en el pantalón el otro día. —Estaba segura de que era eso, ahora mismo estaría en el cesto de la ropa sucia—. Tendré que volver a casa para buscarla.

La pasó por el escáner y me señaló para que pasase. Al principio dudé, pero no tardé en hacerle caso. Luego, cuando las puertas se cerraron, repitió la acción pasando él.

—No te hubiera dado tiempo —dijo guardándola en la mochila—. Además, nunca pasan revisión.

En eso tenía razón, pero no quería saltar aquellas puertas como si nada, si me hubieran pillado me sentiría muy avergonzada y no quería estar dando explicaciones.

—Ya —musité—. Gracias.

—De nada.

Caminó hacia las escaleras y comenzó a subirlas. Era cierto eso de que intentaba ser amable, pero es que lo que estaba pasando me hacía desconfiar; no lo conocía y lo estaba odiando de una forma descomunal. No tenía razones para ello.

Le seguí con rapidez, quería preguntarle un par de cosas.

—Eamon. —Se detuvo al llegar al primer banco. Se giró y me miró de arriba abajo, no sé por qué, pero esperaba que estuviera molesto conmigo por lo que le dije el viernes, pero no era así—. Quería preguntarte algo. —Me paré a unos metros de él.

—Dime. —Su mirada era demasiado intensa.

No sabía cómo decir aquello, no quería que me tomase como una loca o me mirase directamente con mala cara.

—¿Le dijiste a alguien lo que pasó el viernes?

Se quedó unos segundos en silencio, pensando en su respuesta, intentaba que sus pensamientos no se colasen en mi mente, me estaba esforzando demasiado en ello.

—Creo que todos saben ya lo que pasó. —Se encogió de hombros como si nada—. Alec fue quien lo contó.

Por un momento pensaba que me había quedado sin respiración, no había entendido mi pregunta o la estaba obviando.

—No, eso no.

—Ya, lo que pasó en el tren —asintió apartándome la mirada—. ¿Crees que si lo cuento alguien me creería?

—No lo sé. —No sabía muy bien qué contestarle—. Supongo que depende como lo cuentes.

—¿Acaso quieres que lo diga? —Pestañeó varias veces y volvió a fijar sus ojos en mí—. No sé, sentía que era algo que no debía de contar.

Tragué saliva, en ningún momento le había pedido discreción y mucho menos secretismo, pero él se había mantenido callado. Como si en el fondo supiera que me repercutiría demasiado.

—Lo siento, es que pensaba que ya habías dicho algo.

—Pues no, siento decepcionarte.

Se sentía confuso y dudoso, sus pensamientos eran muy liosos y ahora no dejaba de pensar en lo mismo una y otra vez. No comprendía qué era lo que estaba pasando, pero es que yo no podía ayudarle, ya que tampoco sabía lo que ocurría.

Se giró y comenzó a caminar sobre sus pasos, pero la conversación no había terminado.

—¿Qué me estabas hablando de un hechizo? —No me miraba al preguntarlo.

Me pasé la mano por el pelo y me mordí la lengua, era un tema muy complicado.

—No puedo decirte nada. —Esperaba que entendiera que era una súplica para que no siguiera preguntando.

Se detuvo y se giró a mirarme, asintió repetidas veces. No pareció conformarse con la respuesta, pero tampoco iba a insistir.

«Es demasiado difícil».

Sus ojos buscaron los míos, estaban cargados de tantas dudas que me estaba doliendo. Sus dudas eran peligrosas para mí, pero es que mis preguntas y mi magia le ponían en peligro a él. No quería que nadie se diera cuenta de que podía ver lo que los demás no, que las Luar se dieran cuenta de que aquel mortal no era tan corriente como el resto… Oh, no, he visto miles de veces lo que eran capaces de hacer cuando las cosas se salían de control, y no quería que eso le sucediera a él. No era un mal mortal, es más, era el único bueno que había encontrado hasta ahora y eso era terrorífico.

—Te has colado en mi mente, pero también en mis sueños, ¿cómo lo has hecho?

Esta vez, quien estaba confusa era yo. Aún no dominaba ese hechizo, ni siquiera me parecía divertido y nunca lo había usado, no me gustaba colarme en los sueños de los demás porque era una zona demasiado sensible. Allí puedes encontrar desde sus temores hasta sus debilidades.



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En el texto hay: amor prohibido, brujas, luar

Editado: 11.05.2024

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