La leyenda de las Luar

Cambios radicales

Me abracé a la manta con fuerza, estaba realmente a gusto y quería disfrutar del poco tiempo que me quedaba en la cama. No sabía qué hora era y tampoco me interesaba mirar el despertador, lo único que me importaba en ese instante era que dentro de mis sábanas había demasiada calidez como para salir. No quería ni sacar un brazo o una pierna, no entendía como mi cama parecía más cómoda de lo normal.

Sombra comenzó a restregarse contra mi rostro, una y otra vez, como si quisiera levantarme.

—Sombra, aún no ha sonado el despertador. —Me tapé la cara con muchas mantas e intenté ignorarle, pero es que no dejaba de insistir.

Golpeaba su cola contra mi cara y no dejaba de dar vueltas, como si quisiera decirme algo. Sus patas chafaban mi cuerpo, arañaba las mantas y maullaba con mucha fuerza.

—Sombra, por favor. —Le aparté con delicadeza.

Apoyé la cabeza contra las almohadas e intenté seguir descansando, de repente noté como se lanzaba contra mí, en un intento desesperado de despertarme y que me levantase.

Me pisoteó la cara con sus patas y de la nada maulló a pleno pulmón, como si le hubiera herido. Entonces no dudé en ver qué pasaba.

Se acababa de sentar y había levantado su pata para lavarse, como si nada, como si ya hubiese cumplido con su propósito.

—¿Qué ocurre? —Pasé mi mano por los ojos y me giré para mirar el reloj.

En cuanto vi que aquel trasto marcaba las siete y media no dudé en tirarme de la cama, jamás había llegado tarde y ese día no debía de ser diferente.

—¡Sombra! —Le miré mientras sacaba ropa del armario—. ¿Por qué no me has despertado antes?

Oh, sí, mi solución era echarle la culpa al gato. Ya tenía suficiente con aguantar mis tonterías.

Me conformé con unas mayas negras y una sudadera cualquiera, no iba a pararme a mirar modelitos y menos a esas horas. Iba a perder el tren, por una vez quería que se retrasase, pero no iba a hacer que eso sucediera.

Cogí mi mochila y sin peinarme ni nada bajé corriendo las escaleras, no pude ni fijarme si mis padres estaban en la cocina, directamente salí disparada por la puerta. Se me habían olvidado los auriculares y el móvil, pero eso era lo de menos. Pocas veces lo utilizaba si no era para hablar con mi tía.

Corrí toda la cuesta abajo para llegar a la estación, no me iba a dar tiempo y, además, iba a llegar tarde al instituto, cosa imperdonable. Como mi tía se enterase… No iba a ser muy maja conmigo, y realmente da mucho miedo cuando se enfada. Parece que un ente maligno la haya poseído.

Busqué con rapidez la tarjeta en la mochila, aún no había llegado, pero quería tenerla preparada para simplemente pasarla y entrar.

Bajé las escaleras para entrar a la estación y justo escuché como el tren se marchaba, no había llegado a tiempo, unos minutos más y podía haberlo cogido.

—Mierda —musité pasándome las manos por el pelo enredado y desaliñado.

—¿Tú también lo has perdido? —Eamon acababa de aparecer con falta de aire y apoyándose en sus rodillas—. No sé qué es lo que me ha pasado hoy.

Su presencia había hecho que se me cortase el aire, no de una forma extraña, más bien aquello me había creado dudas. Había sido demasiada casualidad.

—No viene otro hasta dentro de veinte minutos —dije señalando el panel.

Se apoyó en la pared más cercana y se llevó las manos al estómago, desde luego él había corrido mucho más que yo, el pobre no podía decir nada.

—Pues nos tocará esperar. No nos queda otra. —Me miró de arriba abajo—. ¿También has salido de la cama disparada?

Estaba claro que lo decía por mi cara y pelo, debía de estar espantosa, no me atrevía a mirarme en ningún espejo. Me quité la coleta y lo moví al aire como si eso fuera a solucionar algo.

—Sí, Sombra me ha despertado. Si no llega a ser por él.

—¿Sombra? —Sus ojos mostraban curiosidad.

—Es mi gato. —Me reí, sonaba un tanto extraño porque hablaba de él como si fuera un humano—. Él es el culpable de que en mi ropa haya tanto pelo negro.

Una sonrisa se le formó en el rostro, al parecer aquello le había hecho gracia, pero tan solo era la verdad; con todo el pelo que se le caía podía hacerme un abrigo.

Pasó la tarjeta por el escáner y yo aproveché ese momento para utilizar un hechizo para mi pelo, no podía dejarlo así.

Se giró en cuanto traspasó las puertas y me miró con los ojos como platos, no lo había disimulado muy bien y pareció percatarse. No obstante, no pensaba disimular, creo que ya sabía lo suficiente como para hacerlo.

Apoyé yo la tarjeta y pasé, pero aun con sus ojos observándome como si fuera una extraña.

—¿Qué ocurre? —Le miré subiendo las escaleras.

—Tu pelo. —No dejaba de mirarme.

—Ya, sigue horrible, qué le voy a hacer.

—No, no es por eso —negó mientras fijaba su vista en los escalones—. Me gustaba más de la otra forma.

Asentí con la cabeza riéndome de aquello, estaba claro que de alguna manera lo había visto, pero no se atrevía a hablar de ello. Supongo que tenía la misma sensación que yo, la de mejor callarse las cosas si no sabes cómo sacarlo.

—¿Irás a la fiesta del viernes? —preguntó llegando a los bancos.

—¿La de Alec? —Dejé la mochila en el asiento y me quedé de pie.

Asintió antes de decir nada.

—Por lo que sé, será en la playa.

—No lo sé, no quiero ser víctima de otro vómito —Negué con la cabeza pasándome la mano por el pelo—, no fue precisamente agradable.

«Prefiero que no me humillen si es posible».

—Lo comprendo, no quieres apestar a alcohol y cena rancia.

Me reí y él me acompañó, era demasiado agradable aquella sensación. Sentía, sentía que podía contárselo todo, como si él me fuera a guardar los secretos que rondaban mi vida y mi mente, como si él fuera mi caja fuerte más segura. No era más que un extraño presentimiento, el mismo que me hizo apartarle de las vías, el mismo que me hizo contarle la verdad sobre nuestros pensamientos. El mismo que me hacía escuchar su mente, que me acercaba y me impulsaba tan cerca, que me dejaba sin una pizca de aire.



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En el texto hay: amor prohibido, brujas, luar

Editado: 11.05.2024

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