Mientras todo aquello ocurría, en la ciudad de Montes, más específicamente en el castillo de Montes comenzaba la verdader historia.
Montes era la capital del reino de Los Busgos. Una gran ciudad rodeada de una alta muralla con aproximadamente 300.000 habitantes en su interior, lo que la convertía en la más poblada del país. Las casas de piedra anaranjada en su mayoría se dividían en dos zonas: la zona cercana a la muralla donde se localizaba la pobreza y delincuencia, de hecho las costumbres de los reyes tras su coronamiento dictaban visitar zonas de la ciudad con algunos soldados en señal de involucrarse con el pueblo prometiendo reformas y mejoras a pesar de no cumplirlas, pero jamás ningún rey había visitado la zona pobre de la ciudad ya que el descontento era tal que temían por su vida sin importar cuantos soldados llevasen resguardándolos. Los niños malnutridos nacían y crecían entre heces de caballos y perros que cubrían las calles dejando una textura densa al caminar por ellas, apuñalamientos y robos e incluso incendios que podían durar días sin ser apagados ya que nadie se preocupaba de eso y aunque lo hiciesen no tenían los medios suficientes para apagarlos.
La otra zona de la ciudad era la parte central, una parte menos pobre pero con severos problemas de abastecimiento. El hambre y las enfermedades eran abundantes pero no en tanta medida como en las afueras. Justo en el centro de la ciudad había un pequeño monte sobre el que se encontraba el castillo de Montes.
Isabel era la hija del rey, Cristóbal De Montes, también conocido por sus fieles como Cristóbal El Acalorado por sus muchas virtudes a la hora de mantener relaciones con mujeres. Su mujer, la antigua reina había fallecido al dar a luz a su única hija y desde ese entonces Cristóbal se había convertido en un hombre amargado y con poco porte de rey. Bien es cierto que nunca tuvo grandes conocimientos de gobierno ni económicos ni de ningún tipo pero era sabido que antes de la muerte de su mujer Cristóbal era un hombre bondadoso y con humor, o al menos eso decían.
Ciudad de Montes. Castillo y casas
Su hija, Isabel De Montes, de 17 años, era totalmente diferente a él, ella sí era buena, además de hermosa. Poseía largos cabellos áureos, una piel pálida mezclada con un tono rojizo sobre sus mofletes y unos preciosos ojos azulados que ni el cielo podía igualar. Varios habían sido los pintores que de todo el reino habían acudido al castillo a inmortalizar su belleza en pintura pero ninguno lo había logrado.
Isabel De Montes
Aquella noche ella se encontraba en su habitación sentada frente a un espejo con su doncella peinándola a su espalda. La habitación era enorme con unas paredes doradas y un gran balcón desde el que se podía ver el jardín trasero del castillo.
Su doncella, Orfelina, una chica que había llegado al castillo hace unas semanas era completamente diferente a ella. Orfelina tenía 35 años pero a pesar de eso era muy infantil, tanto que la gente la trataba como a una niña. Además era extremadamente indecisa ya que cada pequeño acto cotidiano para ella requería de mil preguntas antes de ser realizado. Era de corta estatura y con sobrepeso además de tener el pelo castaño. Su rostro era redondo y con severas arrugas. La doncella la peinaba para la cena que había organizado su padre aquella noche.
La doncella Orfelina
Editado: 06.04.2020