La Leyenda De Los Busgos: Valor y Dolor

Capítulo 8: La Dorada, Reina Del Mar.

 

Los ojos azules de Isabel comenzaban a abrirse golpeados por la claridad y el movimiento. Aturdida logró percibir un techo marrón que se movía de un lado a otro. De fondo se podía oír el sonido de las olas chocando y rompiéndose suavemente. Entonces empezó a ser consciente de la situación y empezó a fijarse más en donde estaba. Era una pequeña habitación repleta de barriles atados con cuerdas y cadenas oxidadas. También había botellas de todo tipo de alcohol y bolsas con olorosos pescados en su interior.

Isabel estaba tumbada en el suelo de aquel extraño lugar con un gran dolor de cabeza y también dolores en la pierna izquierda y en los oídos. Su vestido estaba empapado y se le pegaba al cuerpo de una manera realmente incómoda además de producirle un frío estremecedor. 

  • Sois la princesa, ¿cierto?

De pronto un susurro se oyó entre los barriles y se vio una cabeza asomar, se trataba de Eduardo empapado de un  líquido morado, el amigo de Pelayo.

  • ¿Cómo sabéis eso?, ¿dónde estoy?- Preguntaba la desorientada chica.
  • Shhhhh, si nos oyesen estaríamos en una situación alarmante.- Dijo Eduardo.- Nos encontramos en la bodega de La Dorada, princesa. La Dorada es un barco procedente…
  • Sé qué es La Dorada, lo he estudiado. ¿Qué diablos hago yo aquí y cómo sabes que soy la princesa?
  • Princesa, os lo imploro, no alcéis la voz.

Isabel intentó ponerse en pie para acercarse al chico pero nada más hacer fuerza su pierna izquierda empezó a dolerle como si la hubiesen apuñalado y tras un pequeño grito se volvió a sentar. Eduardo se acercó a la chica y comenzó a hablar.

  • Únicamente se trata de contusiones.
  • Explicadme ahora mismo qué ocurre aquí o gritaré tan alto que nos oirán en todo Los Busgos.- Dijo la princesa alzando la voz.

Tras esas palabras el culto rostro de Eduardo cambió a uno de preocupación.

  • Shh, shh.- Decía el preocupado muchacho.
  • No me mandéis callar como a un perro y hablad.- Seguía pidiendo Isabel.
  • De acuerdo, hablaré. Me hallaba huyendo de los guardias cual ruin bandido hasta topar con el puerto de Entretierras lleno de barriles. No soy muy tolerante a sumergirme entre ingentes cantidades de vino, jamás lo había hecho antes, lo juro, soy un hombre de buena familia, pero no me quedaba otra solución a mi desdichado problema así que me introduje en el interior de uno de aquellos barriles abiertos con intención de escapar de los guardias. Inteligente por mi parte y valiente cual tigre salvaje.- Mientras Eduardo pronunciaba estas últimas palabras estiraba el pecho y miraba al frente con aires de grandeza.- El caso es que desde el interior del barril pude oír vuestra pelea en lo alto del puente. Me habría encantado ayudar, no lo dudéis princesa, pero me encontraba en una situación alarmante. Todo el mundo se enteró de vuestro título. Los piratas cogieron vuestro cuerpo y lo trasladaron hasta este lugar y la misma suerte corrió este barril. No pude informarles que me encontraba en él, ¿quién sabe si me ejecutarían por ello estos despiadados piratas?

 

La princesa no sabía si creer la historia de Eduardo y lo demostró con una simple pregunta.

  • ¿Y por qué os perseguían esos guardias? Parecía que sabían muy bien quién erais.
  • Oh, princesa. Llamativa pregunta que bien prefiero, admitiré, no responder.
  • Si no queréis responder es porque ocultáis algo.
  • Se podría decir que me ha sacudido la desdicha, por eso me persiguen.

Mientras Eduardo hablaba se podían oír pasos cerca de la puerta y unas voces. 

 

  • ¿Se habrá despertado ya? 
  • Yo que sé, entra a mirar. 

 

Eduardo miró hacia la puerta con cara de horror y en un no muy hábil movimiento se escondió entre los barriles golpeándose ligeramente la frente contra un barril gritando "ahhggg" al agacharse. 

 

La puerta se abrió y de entre la fuerte claridad se podía percibir una sombra delgada. 

  • Menos mal, ya iba siendo hora, hostia. - Digo la sombra. 

La princesa no sabía bien que decir y se limitó a ver como la sombra fue acercándose y se pudo percibir bien.

18Qx_in56YX__u4tAktopsedihmmlmKNZJ3EzNKxfCsel0I2uvK1z3DVYpOorI3p82MSJ1GuYvY5gACnJh6Uen47ln_BRHxJ3a83D5MNJnxVfB4cKz24XmhvuXz65zvClBqNI7k

Se trataba de una chica joven, delgada y de melena corta y castaña clara. Su cara era delgada de labios finos, ojos marrones y achatados y una nariz fina. Iba vestida con trapos rojos y verdes propios de piratas y un pantalón negro y ancho. 

 

La chica se acercó a pocos centímetros de Isabel. 

  • ¿Qué? ¿Cómoda? - le dijo la pirata mientras miraba a la princesa tirada en el suelo. - Estás ante Philea. 
  • Sois una mujer, creía que no había mujeres pirata- Dijo Isabel. 
  • Mírala ella, que avispada. Hay cosas que no se pueden saber si te pasas la vida metida en un castillito rodeada de vestiditos y cosas de esas. - Mientras pronunciaba estas palabras la pirata se inclinaba hacia la cara de la princesa acariciándole el pelo con su mano derecha. 



#17150 en Fantasía
#23593 en Otros
#3122 en Aventura

En el texto hay: fantasia, humor, aventura

Editado: 06.04.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.