—Estoy en camino —habló, haciendo malabares con el celular en la oreja—, ¡sí! Tengo todo conmigo —dijo, mirando varias bolsas que tenía en las manos.
Un sonido seco, hizo que la joven, que cruzaba la calle a toda prisa, parara de pronto, lo único que llegó a ver, fue un auto que venía contra ella.
Abrió los ojos, escuchó personas hablando, no entendía nada de lo que pasaba, lo único que sentía era un gran dolor recorrer todo su cuerpo.
El dolor se ubicó en el pecho, lo que provocó que cerrará los ojos con fuerza; escuchó un pitido que provenía de algún lugar, los paramédicos que la atendían, la llamaban, pero ella perdía las fuerzas y no se sentía capaz de abrir de nuevo los ojos.
Los paramédicos luchaban por reanimarla, se encontraban cerca de tres minutos haciendo todo lo que estuviera en sus manos para revivirla y cuando estaban dándose por vencidos consiguieron resucitarla, su corazón volvía a mostrar señales de vida.
Al llegar al hospital, la joven fue ingresada a cuidados intensivos, dado que su estado era crítico debido al impacto que su cuerpo había recibido, advirtieron a sus familiares que las siguientes horas eran cruciales, su cuerpo presentaba múltiples lesiones internas que solo auguraban un trágico final.
Su pobre cuerpo logró resistir y pasar esas horas críticas, los médicos habían diagnosticado un coma en el primer mes de su estadía en el hospital; de eso, pasaron tres meses desde que aquella diagnosis y en que ella aún no despertaba, durante ese tiempo, había llegado a tener otro paro cardíaco y varios paros respiratorios debido a la inflamación que su cerebro había desarrollado por el fuerte golpe que recibió durante el accidente.
Los médicos afirmaban que el motivo de que siguiera con vida no tenía explicación y que la familia debía estar preparada para lo peor, pero para su madre, solo era la confirmación del milagro que había pedido y el que se cumplía porque para ella, aún no era tiempo de que su hija partiera de este mundo.
Su cuerpo comenzaba a mostrar rastros de sanación y una mañana, sin ninguna explicación, la muchacha abrió los ojos, había despertado, sentía el cuerpo adolorido, pesado y adormecido, trató de mover la cabeza, pero no le fue posible, tenía algo alrededor del cuello que le impedía una libre movilización, se quedó mirando el techo, procurando hablar sin ningún resultado.
No entendía dónde se encontraba, recordaba que aquella mañana se hallaba rumbo a su trabajo con todos los encargos que su jefe le había pedido, era la asistente personal del director ejecutivo del Consorcio Trasnacional de Moda y Diseño «Colorato», con sede en Nueva York.
—Buenos días, mi niña —saludo su madre, como todas las mañanas, desde hacía ocho meses en que su hija había sufrido aquel terrible accidente.
Al escuchar esa voz, la joven se sintió intranquila, los sonidos que producían los aparatos que monitoreaban sus signos vitales comenzaron a repiquetear alborotados, al oír el bullicio, la mujer corrió hacia su hija, soltando las flores que siempre llevaba consigo cuando la visitaba, vio que la joven tenía los ojos muy abiertos, vio la angustia y la confusión reflejados en ellos; en medio del llanto y de gritos, logró advertir a los médicos que su hija había despertado.
Tras la alerta, el personal médico ingresó al cuarto sacando a la mujer mayor para realizar una exhaustiva revisión de la paciente.
Luego de varios minutos, salió del cuarto un gran número del personal que había ingresado previamente, seguidos del médico a cargo del caso de su hija para explicarle que la joven se encontraba bien, que la revisión inicial había sido favorable, que se mandarían a hacer más estudios para confirmar la ausencia de secuelas y que se estarían programando las terapias necesarias.
La madre comenzó a llorar, soltando toda la angustia y tristeza que venía cargando desde que había iniciado todo este mal sueño, las palabras del galeno, llenaron el corazón de la mujer de una gran esperanza de un futuro prometedor para su única hija, al ver que le daban la confianza de que podría retomar su vida de manera normal.
Agradeciendo al médico por toda su labor, ingresó al cuarto en el cual se encontraba su hija, ya sin el tubo de respiración conectado a su cuerpo, siendo atendida por una enfermera que la ayudaba a acomodarse en la cama.
—Hola, mi tesoro —habló la mujer mayor, limpiando unas lágrimas que comenzaban a juntarse en sus ojos —. ¿Cómo te sientes? —preguntó, acercándose a la cama.
—Aún no podrá hablar —indicó la enfermera, que se dirigía a la puerta—, poco a poco irá recobrando la voz —señaló, saliendo del cuarto.
La joven miró a su madre, la veía cansada y demacrada, sus ojos se le comenzaron a llenar de lágrimas y su madre la abrazó para consolarla.
—No, mi niña, no llores, alégrate porque es un verdadero milagro que ahora estés con nosotros, tus abuelos y tus amigos han estado pendientes de ti, hasta tu antiguo jefe envió un arreglo floral, esperando tu pronta recuperación. —La joven miró a la mujer debido a lo último, ella quería saber cuánto tiempo había estado internada.