Clara Montenegro despertó de golpe, el sonido del teléfono vibrando en la mesa de noche la sacó de su sueño profundo. La luz tenue de la lámpara de la mesita de noche iluminó la habitación, dejando un halo cálido en la oscuridad, pero el frío que invadía su cuerpo era inconfundible. Miró el reloj: 3:33 a.m. Un número perfecto, pero también extraño. Un número que nunca se sentía bien en su cabeza.
El teléfono seguía vibrando, y Clara, aún medio dormida, lo levantó del soporte. La pantalla mostraba un número desconocido, sin nombre ni foto.
—¿Hola? —dijo con voz rasposa, sus ojos luchando por mantenerse abiertos.
Al principio, solo escuchó estática. Un sonido lejano, como si alguien estuviera usando un micrófono defectuoso, un zumbido bajo que no parecía pertenecer a ninguna parte. Entonces, la voz apareció. Fría, distante, como si hablara desde el otro lado de un largo túnel.
—A las 5:17 de esta mañana, en el parque central, un hombre será asesinado. Llamará a su madre antes de morir. Tú no sabrás quién es, pero será la noticia de mañana.
Clara se incorporó en la cama, los pelos de su cuello erizados al instante. Su cuerpo se tensó, pero la voz continuó, inmutable, como si fuera una grabación.
—No tienes que hacer nada. Lo sabrás cuando llegue el momento. Y cuando suceda, lo sabrás todo.
La llamada terminó tan abruptamente como había comenzado. Clara miró el teléfono en silencio, los latidos de su corazón resonando en sus oídos. ¿Qué acababa de escuchar? La voz había sido tan clara, tan segura de lo que decía. ¿Era una broma? ¿Una amenaza? O algo aún más desconcertante.
Miró el número en la pantalla, esperando encontrar alguna pista. Pero nada. Solo el número desconocido. El mismo que acababa de ver en la pantalla, sin ningún indicio que le permitiera rastrear su origen.
Con las manos temblorosas, Clara dejó el teléfono sobre la mesa de noche y se recostó de nuevo en la almohada, mirando el techo. Unos segundos de silencio. Luego, el sonido de su propio respiración, pesada, agitada. ¿Debería contarle a alguien? ¿A la policía? ¿O dejarlo pasar, como si nada hubiera sucedido?
Se sentó en la cama, la mente girando. El parque central. 5:17. La descripción del asesinato. Todo tan detallado, tan exacto. Se levantó y miró por la ventana, la oscuridad de la ciudad extendiéndose más allá de los edificios. Pero no podía dejar de pensar en lo que había escuchado. Algo en su interior le decía que no podía ignorarlo. Algo le decía que esa llamada no era una broma.
No lo haría. No podía. Aunque no entendiera qué estaba pasando, sentía que debía saber más.
A las 5:17, Clara se despertó de nuevo, esta vez por el sonido de la alarma de su reloj. Miró el reloj en la mesa: 7:30 a.m. Sintió una oleada de cansancio que la envolvía, pero sabía que no podía quedarse allí, en su cama. El parque central, el asesinato… la llamada.
Se levantó rápidamente y se vistió, sin mucho interés en su ropa. Se dirigió a la cocina, tratando de despejarse mientras preparaba un café. Lo necesitaba, algo para calmar la ansiedad que la había invadido desde que colgó esa llamada tan extraña.
El teléfono volvió a sonar.
El número desconocido.
No dudó esta vez. Contestó al instante.
—¿Qué quieres de mí? —dijo, la voz un poco más firme, aunque aún cargada de incertidumbre.
La misma voz fría de la llamada anterior.
—Lo que quieras hacer con la verdad es tu decisión. Pero recuerda, siempre habrá más.
La llamada se cortó. Clara miró el teléfono en silencio, el nudo en su estómago apretándose con cada segundo que pasaba.
Y entonces, lo supo. La llamada no era una broma. No era una amenaza vacía. Algo estaba sucediendo. Algo que tenía que ver con ella.
Casi sin darse cuenta, se había convertido en parte de algo mucho más grande.