Aún recordaba la primera vez que había pasado.
Tenía nueve años y cursaba el cuarto grado de primaria, en un colegio de monjas católicas. Eran fechas de Diciembre, en los últimos días antes de salir a vacaciones de invierno; estaban en una pastorela.
Cada año se hacía; los maestros eran los actores y había un narrador, el patio era el escenario. Se ponían grandes telas pintadas, colgadas, con fondos coloridos de Jerusalén, el desierto y otras partes, e incluso usaban utilería.
Alexandra estaba sentada en el piso, igual que todos sus compañeritos, mirando a su maestra, que vestida del Rey Mago Melchor se inclinaba hacia Jesús entregando su ofrenda en un cofre. Fue justo en ese momento, que en su estómago sintió algo extraño, como cosquillas, y una escena a blanco y negro se recreó en su mente.
La escena duró un instante, pero Alexandra pudo recordar haberla visto antes. El diálogo, los actores, los movimientos y el escenario; todo igual a como lo había soñado meses atrás. Era imposible que fuera un recuerdo de años anteriores, porque siempre hacían cosas diferentes; cambiaban los papeles, los diálogos y fondos. No tenía duda de que había soñado con aquel pequeño instante de la obra.
Durante varios días estuvo indagando, preguntando a sus compañeros si recordaban haberla visto antes.
—Pues, siempre hacen una pastorela —respondió Vania, una de sus más unidas compañeras—, pero el año pasado recuerdo que la maestra hizo de la Virgen María, no de Rey…
Alexandra sabía que tenía razón, así que concluyó lo que sabía desde un inicio: que había soñado con la obra.
Y no fue el único instante futuro con el que soñó. Pasando el tiempo las visiones fueron cada vez más frecuentes, más claras y también más sombrías. Soñó con sus clases, compañeros y la escuela, pero también con accidentes, asesinatos y desastres.
Le daba miedo soñarlos, pero le daba más temor cuando sentía en su estómago que iban a suceder; siempre quería llorar y correr. Y aún a pesar de sentir y ver en su mente lo que iba a pasar, nunca pasaba.
Recordaba bien la boda de un tío suyo, con una enorme carpa blanca que habían puesto en la granja de sus abuelos. En su sueño, ella estaba lejos de la carpa, acariciando las hojas de un árbol de otro lado de la cerca; cuando alzaba la vista, un avión venía a gran velocidad y en picada hacía ellos. Pudo ver el instante preciso en que el avión trituraba la casa, y luego pasaba justo encima de la carpa, con toda su familia dentro. Ella estaba tan lejos que ni las enormes alas del avión la alcanzaban. Se quedó quieta varios minutos mientras varios de sus familiares salían corriendo, llenos de sangre o heridos, y se alejaban del avión a punto de incendiarse.
El día de la boda de su tío, con su vestido azul y sus zapatos de piso, mirando aquella carpa desde fuera de la cerca, Alexandra pudo sentir lo que estaba a punto de ocurrir. La escena del avión y el desastre se reprodujo en su mente, rápidamente, y a ella le comenzaron a temblar las manos.
Pero nada pasó.
La sensación se fue. Su corazón seguía latiendo tan rápido que lo podía sentir en sus oídos, pero la música seguía sonando, y pudo escuchar a su madre hablarle para que fuera a comer.
Nunca olvidaría el temor y la angustia que sintió con esa y otras visiones a lo largo de los años. Aprendió a reconocerlas minutos antes de que pasaran, y a ser paciente para ver qué era lo que realmente iba a ocurrir. También aprendió que si ella cambiaba algo todo lo demás podía cambiar, así que si la visión dictaminaba algo malo, ella se quedaba quieta, y no realizaba ninguna acción similar a las del sueño.
Así, con el paso del tiempo, se fue acostumbrando a esos pequeños eventos. A veces tenía hasta cinco por día, y otras veces duraba semanas sin tener ninguno. A veces lo que soñaba era demasiado fuerte, y otras era tan rutinario que no le prestaba atención. A veces soñaba y al día siguiente tenía el recuerdo, y otras tardaban días o incluso meses.
Lo que había visto con el chico del café lo había soñado una semana antes; cuando por los nervios había dormido pensando en su escuela, y como consecuencia había soñado con ella.
—Vamos, que se hace tarde. —Le sonrió Alexa desde la puerta del salón vecino.