–Si lograra llevar a cabo mis planes, no tendrás que pasar toda tu vida cazando a los égords –le advirtió el guerrero–. Pretendo reunir a todos portadores de las piedras sagradas para volver a levantar el círculo en la misma cueva donde las dos niñas desaparecieron.
– ¿Y qué lograrías con eso? –Se interesó Ínmer.
–Espero que cuando el circulo este nuevamente compuesto, las diosas acudan del mismo modo en que se marcharon y nos ayuden a destruir a los enemigos del hombre.
– ¿En verdad eso es posible? –Insistió el muchacho–. ¿De dónde sacaste una idea como esa?
–La cueva aún se conserva y un guerrero la custodia en espera de que los otros acudan para invocar a las diosas.
Ínmer no podía creer lo que escuchaba y desechando la idea, mordió su fruta, pero no pudo alejarse del brillo insidioso en los ojos de su padre.
–Los égords se hacen cada vez más fuertes –persistió Kádor–. Necesitamos de ayuda divina para derrotarlos antes de que el último cazador caiga. No son muchos los que aún viven y ni siquiera tengo la certeza de encontrar a alguno que esté dispuesto a seguirme.
–Bien, ya cuentas conmigo.
–Me alegra escucharte, hijo –le agradeció el maestro–. Me regocijo al ver que has cambiado de opinión y que ya aceptas tu deber.
– ¡Oh, no lo acepto! –Rebatió Ínmer–. Te acompañaré para que reúnas todas esas piedras y si estás en lo cierto, cuando las diosas te ayuden, ya no me necesitarás y podré vivir tranquilamente en algún pueblito donde no hallan otros cazadores.
Kádor creyó que perdería la calma y que le arrojaría su hágaho al atrevido, pero este se adelantó y tomando el arma, quebró las ramas que se apilaban para hacer una fogata.
–Trata a esa arma con respeto –le exigió–. Un hágaho es la extensión del alma de su guerrero.
–Pues este guerrero tiene frío y quiere hacer un poco de fuego.
El muchacho logró calentarse un poco y se envolvió en su capa, mas no por eso lograría dormirse tan fácilmente. Las palabras de su padre lo llenaron de interrogantes y al abrir los ojos, lo encontró muy interesado en los elixires que guardaba en las alforjas.
–Espero que no tardemos mucho en encontrar los otros cazadores –comentó–. Me gustaría estar de vuelta antes de que lleguen las lluvias.
Kádor se echó a reír y por un momento creyó que su hijo bromeaba, hasta que vio como el fastidio afeaba los rasgos del muchacho.
– ¿Recuerdas a la tercera hermana? –Le preguntó.
Ínmer asintió y se apretujó un poco más debajo de la capa, sabía que ahora su padre lo atormentaría con más historias, pero al menos eso le serviría para conciliar de una vez el sueño.
–La niña que salió en busca de esa voz que la arrullaba logró sobrevivir y muchos la vieron vagando por los bosques –contó el guerrero–. Desde esa noche en que perdió a su familia, su visión cambió totalmente. Si se cubría los ojos, podía ver normalmente, pero si los destapaba, advertía el aspecto real de los égords e identificaba a cualquier criatura poderosa. Desarrolló también otros poderes, su voz no se dejaba escuchar nunca, aunque al escribir, las palabras llegaban a los oídos de aquel al que estuviesen dirigidas, como si ella misma las susurrara.
– ¿Quieres decir que la escuchaban igual que si estuviese hablando? –Indagó el joven–. ¿A quiénes les hablaba?
–Algunos hombres la protegieron, pero siempre terminaban tratando de usar sus poderes para beneficiarse y por eso ella escapó.
Ínmer estaba completamente despabilado, ya no volvería a acercarse al sueño y por eso se inclinó hacia su padre para escucharlo más de cerca. El calor de la fogata no era tan fuerte como para resistir los vientos fríos, así que la compañía les aseguraría comodidad.
–Se dice que también es capaz de escuchar la voz de sus hermanas las diosas y que espera a que ellas destruyan a las bestias que acaban con esta tierra.
– ¿Es por eso que me cuentas esto? –Inquirió el muchacho–. ¿Crees que esa niña te ayudará a levantar una vez más el círculo de piedra?
– ¿De qué otro modo podrá descender sus hermanas si no es repitiendo aquel primer ritual?
Ínmer se echó a reír, no creía que su padre estuviese bien de la cabeza. Era totalmente imposible que esa joven sobreviviera tanto tiempo y aún más, que quisiera obedecer las órdenes de un viejo tonto como Kádor.
Para no discutir más con él, le seguiría en ese juego descabellado y una vez que se hubiera convencido de que ese no era el camino correcto, lo ayudaría a seguir con su lucha, pero en un terreno acertado.
– ¿Te ocurre algo? –Preguntó Kádor al ver como arrugaba el ceño.
–El aire todavía arrastra el olor de los ígonords que matamos hace unas horas–comentó el muchacho–. El guerrero se incorporó y tomando su hágaho, lo agitó como si al cortar el aire, encontrara respuesta a su incertidumbre.
–Ese hedor no es el de los ígonords que dejamos atrás –le advirtió a su hijo.
Ínmer no esperó más indicaciones, tomó su arma y recogió las alforjas de prisa. Ignoraba a lo que podían enfrentarse y la expresión contrariada de su padre no lo tranquilizaba.
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Editado: 20.11.2024