Angie
Di el último toque a mi look gótico colocando esmalte negro en mis uñas.
—¿Hasta cuándo vas a estar ahí?! — gritó mamá, impeliéndome a salir del cuarto de baño.
— ¡Ya voy!
Me di una mirada rápida al espejo para comprobar una vez más que mi disfraz era perfecto y salí.
— Ay, ¿por qué te has arreglado así? Pareces esas chicas depresivas que se andan lamentando en las redes de lo malas que son sus vidas.
— Mami, es una fiesta de disfraces, esta es mi versión mejorada de...
— ¡Angie! ¡Aaron está aquí! — oí la voz de mi hermano menor que estaba en el piso de abajo.
Me reí y bajé rápidamente. Mi novio me iba a llevar a la feria de Halloween que había comenzado hacía un par de días. Hoy era la víspera y me moría de ganas de ver todas las atracciones ocultas de las que mis amigas me habían hablado.
Al verlo en la entrada de mi casa, salté sobre él, que me recibió con un beso.
— Te ves como un vampiro verdadero — dije elogiando su atuendo.
Aaron era el chico más sexy de nuestro poblado, nos habíamos enamorado apenas vernos. Él tenía el cabello rubio y sus ojos eran azules como el mar. Cuando me miraba, me sentía la mujer más dichosa del mundo.
— Sí, pero, soy un lobo — se rio.
Aaron siempre hacía ese tipo de bromas, yo le seguía la corriente, pues había concluido que era fanático de las criaturas sobrenaturales, al igual que yo, aunque también existía la posibilidad de que solo quisiera complacerme.
Mamá apareció por detrás de mí.
— No vuelvan tarde.
— Por supuesto, señora.
— No te preocupes por nada, mamá, volveremos antes del amanecer.
— No sé qué me preocupa más, si que vuelvas de madrugada o en la mañana, ya váyanse, que tengo que terminar la cena.
Besé a mamá en la mejilla y salimos. Era una noche hermosa de luna llena, Aaron y yo caminábamos de la mano lentamente por las calles, nos deteníamos de tanto en tanto a besarnos. Al acercarnos a la feria nos llegó el rumor de las voces de quienes la visitaban. Nos adentramos en ella poco a poco, encantados con la estética oscura que habían implementado los organizadores.
— Creo que se pasaron, esto realmente parece de terror.
— Aaron, trabajas en la policía, ¿de qué tienes miedo?
— No tengo miedo, es solo un comentario.
— Mira, ¿que esa no es la señora de la tienda de antigüedades?
— Parece que sí.
Todos nos conocíamos en el pueblo, la mayoría de los puestos eran de comida, los comercios locales habían adaptado sus productos a la festividad, pero el puesto de la señora Rebeca, dueña de la tienda de antigüedades, era otra cuestión. Ya naturalmente, su negocio daba un poco de miedo, puesto que todas las cosas que tenía habían pertenecido a personas que ya no estaban entre nosotros. Verla aquí, nos sorprendió.
— Veamos qué ofrece.
— No sé si sea conveniente.
— Por favor, Aaron, en su vidriera, suele tener cosas lindas — insistí.
— De acuerdo.
Caminamos hasta el puesto, la mujer estaba sentada tejiendo, un pasatiempo que guardaba de antaño.
— Señora Becka, qué bueno verla, no la esperábamos aquí.
— Es que mi esposo tenía guardia esta noche, por eso decidí que podía venir a buscar clientes, las personas que gustan del halloween suelen interesarse por las cosas antiguas. Ella era una mujer de cabello castaño claro, y ojos celestes, que bordeaba los cuarenta y estaba casada con el médico del pueblo.
— ¿Entiendo, podemos mirar?
— Adelante, miren lo que quieran.
Observé un poco, Aaron no prestaba mucha atención, se notaba más interesado en las comidas del puesto siguiente, pero yo no pude dejar de apreciar las joyas que había en un pequeño vidriero. Allí había un relicario hermoso, aunque se veía añejo, era la clase de alhaja que me gustaba.
— ¿Puedo ver ese relicario? — pregunté tocando el cristal.
— Por supuesto, pero debes saber que quién me lo vendió me dijo que traía una maldición — comentó con picardía mientras se ponía de pie dejando su labor a un lado.
— ¿Y usted cree en esas cosas, señora Becka? —indagué mientras ella lo retiraba de su lugar en el muestrario.
— Por supuesto, desciendo de una larga línea de brujas — ella dijo estas palabras riendo, por lo que no lo tomé en cuenta.
— Podríamos poner una foto de ambos, ¿no crees? — susurró Aaron a mi oído sorprendiéndome.
— Creo que sería lindo.
— Véndamelo, por favor, señora Becka.
— De acuerdo, pero si la maldición los alcanza, no acepto devoluciones.
— Al menos cuéntenos de qué se trata la maldición.
— Pues bien, dicen que pertenecía a una bruja llamada Nina, que vivió en el 1850, y fue quemada en la hoguera. Ella utilizaba el artilugio para convertirse en un murciélago gigante y salía por las noches a beber sangre de doncellas vírgenes.
— No podía ser de otra manera — sonrió Aaron, mientras me colocaba el relicario.
— Vayamos a la casa del terror.
— ¡Disfruten!
— Gracias — nos despedimos.
Luego de la casa del terror visitamos otras atracciones, nada tan impresionante como la historia de la bruja chupa sangre que nos había contado la dueña de la tienda de antigüedades. Antes de marcharnos, nos hicimos unas fotos instantáneas de la cabina y las colocamos en el relicario.