Angie
Mi grito pareció hacer vibrar el aire nocturno, aun cuando había hundido el rostro en el pecho fuerte de Aaron.
— Tranquila, era solo un cuervo.
Me desprendí de a poco del abrazo de mi novio, el corazón no paraba de latirme, en algún lugar pensaba que aquello era el murciélago gigante en el cual la bruja se convertía para sorber mi sangre.
— ¿Un cuervo? — pregunté dudosa.
— Sí, vamos, ya casi llegamos.
No tardamos más de cinco minutos y, más allá de que solo había sido un pájaro, la sensación de que algo podría pasar en cualquier momento se mantenía.
— Aaron, te amo — murmuré delante de la puerta de mi casa.
— También te amo. — Él me miraba de manera interrogativa.
— En caso de que algo pase, no lo olvides.
— Nada pasará — sonrió.
— Quédate un rato.
— No puedo, me toca entrar en la madrugada.
— Por favor — insistí, tomando la solapa de su chaqueta para atraerlo hacia mí.
— Me encantaría y lo sabes — dijo besando mi cabello—, pero se me hará tarde, tengo que llegar a casa y cenar y...
— Por favor, ve con cuidado — acepté con un suspiro apesadumbrado.
Aaron se marchó y yo entré en mi casa luego de verlo alejarse por unos instantes. Abrí el relicario, sin poder dejar de admirar la foto que nos tomamos en la feria. Había un miedo primario dentro de mí, miedo de no tenerlo más.
— Angie, ¿eres tú? — gritó mamá desde la cocina.
— Sí, mamá.
— Ven, la cena está lista.
— No tengo hambre, ¡gracias! — repliqué y subí las escaleras hacia mi habitación.
Dejé mi bolsa sobre la cama y comencé a sacar los apuntes que había tomado en la biblioteca. Aunque mi primera intención fue decirle todo a Aaron, el miedo de que pensara que estaba loca me lo impidió. Coloqué mi cuaderno de estudio en el escritorio y lo abrí. Estaba lleno de símbolos que desconocía, no sabía cómo habían llegado allí, me asustaban, pero también me daban intriga, y una voz constante me instaba a ir más allá. Por esto había ido a la biblioteca, para descubrir su significado, aunque no pude llegar demasiado lejos, lo que sí entendí era que se trataba de símbolos mágicos.
Un temblor me recorrió al recordar mis sueños, en ellos no solo estaba una chica, sino que también estaba Aaron y él la miraba con deseo. Los sentimientos de celos y traición eran demasiado intensos, tanto que me asfixiaban y aquella criatura estaba sobre mí.
Un toque en la puerta me sobresaltó haciendo que cerrara mis libros.
— Cariño — era mamá. — Quería saber si te sientes bien. Pero ya veo que no.
Ella se acercó y tocó mi rostro.
— Estoy bien — dije intentando alejarme.
— Te ves muy pálida, te traeré un caldo, no sea que estés por pescar un resfriado, con este clima tan cambiante... — Estas últimas palabras las dijo mientras salía del cuarto.
Me acerqué al tocador para comprobar sus palabras; era cierto. Mis pómulos se habían afilado y mi palidez era acentuada por oscuras ojeras. ¿Por qué Aaron no lo había notado? ¿Acaso no me miraba? Una punzada de desagrado me acicateó, provocando un rictus amargo en mi rostro.
Mamá volvió a entrar con el caldo y lo colocó en mi escritorio junto a los apuntes.
— Más te vale tomártelo todo, y ya no estudies tanto, que no necesitas ganar ningún récord.
— Gracias, mamá.
Me senté frente a los apuntes, con la sopa a un lado. Había muchos símbolos que se parecían, pero los significados variaban de un libro a otro. En su conjunto, no me decían nada. ¿Cómo haría para saber lo que estaba pasando? ¿Por qué había escrito estas cosas sin darme cuenta? ¿Acaso era sonámbula? ¿Y por qué esa terrible pesadilla?
Intenté tomar el caldo, pero una náusea me atacó. ¿En verdad me estaría enfermando? Cerré las notas y dejé el plato a un lado. Me quité el suéter y presté atención al relicario, nuevamente. Brillaba de una forma singular. ¿En verdad estaría maldito?
"Claro que no, son supercherías".
Me puse de pie sin saber por qué y me paré frente al tocador. Podía ver la mitad de mi cuerpo en el espejo, aunque era yo la que estaba allí. Sentía que no me reconocía, ¿sería posible? ¿Quién era yo realmente?
— "¿Quién eres sin tu novio?" — Oí un susurro en mi mente. — "¿Dónde está él ahora?"
— Dijo que volvía a su casa — murmuré.
— "¿De verdad? ¿No es muy temprano?"
— Aaron vive en el bosque, a dos horas de camino desde aquí.
— "¿Y si se hubiera ido con otra?"
— Él no me haría eso, me ama...
Sacudí la cabeza para despejarme de aquella molesta voz y me alejé del espejo. Quizá si me estaba enfermando, pues me sentía muy rara. Me dejé caer en la cama y tomé el relicario en mi mano mientras meditaba en el malestar que sentía. ¿Y si esto era una verdadera maldición? Tal vez no era nada, dormiría y si volvía a tener sueños, en la mañana iría a hablar con la señora Rebeca para que me dijera nuevamente la historia.
Solté el relicario y me senté para empezar a prepararme para dormir, pero al ver mi mano noté que mi piel se empezaba a teñir con los símbolos que estaban en mi cuaderno. Me puse de pie y trastabillé, observando mi mano temblorosa. Esto era algo malo... Debía hablar con la señora de la tienda y con Aaron...