Angie
— No puede... ser... — balbuceé, mirando mi mano izquierda. Desesperadamente, sacudí mis dedos, me moví alrededor de la habitación. — ¿Qué... es... esto?
Apenas salían las palabras de mi boca y el temblor de mis manos se expandió por todo mi cuerpo, empecé a hiperventilar. Sin pensar, corrí hacia la calle, y empecé a caminar rápidamente hacia la iglesia. Eran ya las ocho de la noche, por momentos caminaba y otros corría. Me sentía desesperada, pero esto que me pasaba debía ser algo diabólico. Si me acercaba a Dios, me salvaría.
Aproximadamente diez minutos después llegué a la puerta de la iglesia que pertenecía al Monasterio de Santa Anna. Corrí escaleras arriba, pero al llegar a la puerta algo me detuvo. Una fuerza invisible se oponía a mi avance. Intenté nuevamente y fue como chocar contra un muro, quise gritar, pero tenía la boca seca y mi voz era solo una débil exhalación.
La feria permanecería hasta el lunes, quizá la señora Rebeca podría ayudarme. Regresé un par de calles y me desvié hacia la plaza en la que la comuna había montado el evento. Aún era temprano, por lo que había poca gente. Metí mi mano entre los volados de mi falda y me apresuré hasta llegar al puesto de antigüedades. Pero estaba vacío.
— ¡Ay, no puede ser!
Afortunadamente, la señora Becka vivía cerca, por tanto, decidí visitarla. Quizá era porque estábamos en pleno otoño, pero había demasiado silencio en las calles y esto me abrumaba. En poco estuve frente a la casa, se veía todo demasiado oscuro.
— Por favor... — temía que ella no estuviera.
Golpeé dos veces y esperé. Volví a tocar y sentí que lloraría de tanta desesperación. Estaba por tocar por tercera vez cuando un hombre abrió.
— Doctor Estévez. Busco a la señora Becka.
— Amm... Sí, claro. Pase, señorita.
La casa era bonita y acogedora, con cortinas floreadas y algunas plantas. En la sala había un sofá y dos individuales, con almohadones iguales a las cortinas. Me quedé allí esperando, mientras el médico se introducía en la casa. La señora Becka apareció, con una sonrisa en los labios y limpiando sus manos en el delantal. Seguramente estaba cocinando y yo interrumpía.
— Qué sorpresa — dijo ella.
— Me está pasando algo — susurré y ella de inmediato borró su sonrisa.
— Querida, ¿qué sucede? — indagó acercándose.
Solo saqué la mano y se la mostré.
— Esto... ¿Lo hiciste tú?
— Solo apareció, yo sostenía el relicario y me pasó esto.
— Entonces sí está maldito — su afirmación tranquila me pareció un tanto extraña, como si para ella esto fuera normal
— ¿Qué debería hacer, cómo me libero?
— Yo no lo sé, pero puedes investigar...
— Ya revisé todos los libros de la biblioteca.
— Iba a decir en el monasterio. Ellos tienen registro de las ejecuciones de la iglesia y también guardan las pertenencias de las brujas que creían peligrosas.
— Es que intenté entrar en la iglesia y no pude.
— Mmm, bueno, es lógico, puedes pedirle a tu novio que investigue por ti.
— Yo no puedo volver a casa así, esto está subiendo por mi brazo y también...
— ¿También qué?
— No sé, sentimientos furia, no lo sé explicar.
— Siéntate, yo lo llamaré.
— No creo que haya llegado a su casa — rehusé. — Lo buscaré en la estación de policía, quizá todavía se encuentre allí.
— ¿Estás segura?
— Sí, será lo mejor, no la incomodo más.
— No incomodas, si necesitas puedes llamarme.
— Gracias, señora Rebeca.
Salí y me encaminé para buscar a Aaron. Era probable que ya estuviera en camino a su casa, pero si tenía suerte, podría encontrarlo. Algunas veces se quedaba un rato más para llevar a algún compañero.
Estaba llegando, cuando lo vi salir.
— ¡Aaron! — grité.
Él se giró hacia mí sorprendido.
— Angie — pude leer en sus labios, mientras se acercaba. Y cuando estuvo junto a mí, comencé a llorar desenfrenadamente. — ¿Qué ha pasado?
— La maldición... — murmuré. — La maldición...
Me alejé un poco y le mostré mi mano, que ahora no solo tenía símbolos, sino que parecía avejentada.
— ¡Por la Diosa! En verdad... Debes quitarte el relicario — Aaron intentó quitarme la joya del cuello, pero al tocar el collar se quemó los dedos, despidiendo humo y lanzando un gruñido al mismo tiempo.
Nos quedamos mirando con incertidumbre.
— Visité a la señora Rebeca — comencé a relatar. — Ella me dijo que investigáramos en el monasterio, allí hay registro de las brujas del pasado. Pero yo no puedo entrar, ya lo intenté.
***
Aaron
Luego de dejar a Angie por segunda vez en su casa, me dirigí a la iglesia, a toda prisa. No podía creer lo que estaba pasando, ¿justo nosotros teníamos que comprar el relicario maldito?
Crucé la puerta del edificio y había una ceremonia. Suspiré con pesar. Examiné el lugar hasta encontrar una puerta, que imaginé llevaba al monasterio, puesto que había un monje apostado junto a ella. Rodeé los bancos por el lado izquierdo del salón y me dirigí hacia allí, mientras interiormente me preguntaba cómo le explicaría la situación para que me dejara ingresar. Pensaría que estaba loco.
— Buenas noches — susurré al acercarme, sin saber cómo dirigirme a él.
— Oficial, ¿en qué puedo ayudarle?
— Verá... — Observé las personas que estaban a un lado recibiendo el sermón y volví a mirar al monje. — ¿Podríamos hablar en un lugar más privado?
El religioso aceptó con una afirmación de cabeza y me hizo traspasar la puerta que daba a un pasillo al aire libre.
— ¿Aquí está bien?
— Sí, gracias... es que, necesitaría hablar con alguien que sepa de maldiciones y exorcismos — solté rápidamente.
— ¿Exorcismos?
Él me miró más detenidamente, creo que pensó que yo bromeaba, pero llevaba mi uniforme policial y quizás eso le hizo recapacitar.
— Aguarde aquí.
El monje tardó unos diez minutos antes de regresar y me guio por el pasillo hasta que nos encontramos en el interior del monasterio. Allí recorrimos otros corredores y entonces entramos en una biblioteca donde me esperaban dos sacerdotes de vestiduras negras.