La maldición de la bruja

Capítulo 5 - El cementerio

Aaron

No podía creer lo que estaba haciendo, pero al menos no estaba solo, el monje me acompañaba, para asegurarse de que nada sobrenatural me atacara. Volví a clavar la pala en la tierra. Saquear una tumba en un día de halloween, eso sí que era extraño. La pala se clavó en algo duro.

— ¿Puede ser que lo haya encontrado tan pronto?

— Sí, seguramente es un cajón, ya que fue quemada, además en aquella época no creo que usaran ataúdes.

Me incliné y efectivamente noté que era una caja cuadrada. Cavé un poco más en los costados para poder abrir la tapa, si no fuera por el amor que sentía por Angie, ahora estaría en casa descansado, ya esta noche seguramente no dormiría, puesto que a las cinco debía presentarme en la estación. Al abrir el cajón, lo primero que vi fueron los restos humanos carbonizados.

— ¡¿Por la Diosa, por qué?! — exclamé.

— No es nada, ya pasó hace mucho. — El sacerdote se inclinó y sacó un libro y una bolsa de lienzo con algunas cosas dentro. — Aquí debe estar la información que buscamos.

— ¿Deberemos volver a enterrar todo?

— Solo la caja, el resto, estará mejor en custodia de la iglesia.

No me pareció que sus palabras tuvieran demasiada veracidad, pero qué más daba, lo importante para mí era poder quitar la maldición de Angie.

— Y ¿cómo sabremos qué es lo que buscamos? — indagué observando cómo mi acompañante abría el tomo.

— Debería ver los símbolos que ella tiene en la mano y compararlo con lo que haya en el libro y...

Un grito cortó las palabras del monje cuando una sombra oscura pasó sobre nosotros, haciéndolo caer al suelo. Observé a todos lados intentando detectar aquello, que pronto localicé, pues volvió a lanzarse con furia sobre nosotros, dando un espeluznante chillido. Parecía un murciélago, pero su tamaño daba cuentas de que no lo era. No tardé en tomar mi forma de lobo y mordí su ala derecha antes de que pudiera hacernos nada. La bestia se sacudió para liberarse y se alejó.

— ¿Se encuentra bien? — pregunté al sacerdote, recobrando mi forma humana.

— Sí, no alcanzó a tocarme.

— ¿Qué era eso?

Observé mi ropa desgarrada y sin decir nada el monje me pasó su prenda superior, pues él vestía pantalón y camiseta por debajo.

— No sé quizá un espectro, pero es seguro que busca proteger las pertenencias de la bruja.

— Será mejor que volvamos al monasterio antes de que eso regrese.

Casi corrimos para estar a resguardo, a mí solo me quedaba un par de horas y acababa de destrozar mi traje policial.

— Yo leeré el libro, pero sería bueno traer a la chica aquí.

— Ella no puede entrar, creo que deberíamos ir a su casa, pero alertaríamos a su familia.

— Tal vez debería descansar y en la mañana ver la forma de traerla.

— Debo trabajar, me desocupo a medio día.

— Pues está bien, mientras lo hagamos antes del dos de noviembre.

— ¿Por qué?

— Es el plazo en que actúan estas energías malignas, tres días.

Suspiré con cansancio.

— Por qué no descansa aunque sea un rato.

Pasé allí un par de horas y me presenté en la estación policial, allí conseguí un traje nuevo, afortunadamente tenía un par de compañeros lobos a los que pude contar lo sucedido y me ayudaron.

Desgraciadamente, además de solucionar el problema de mi ropa, recibí la noticia de otro ataque a una chica, esta vez ella había podido escapar por sí misma, puesto que el animal no era tan rápido. Fue una mañana lenta y cansadora, con lo poco que había dormido y la preocupación que me embargaba.

Deseaba llamar a Angie, pero sabía que tenía medio turno en la Universidad, por lo que la buscaría a la salida y vería la forma de llevarla al monasterio.

Antes de que mi turno terminara, el párroco me llamó.

— Creo que lo he encontrado, hay un rito escrito aquí y también un dibujo de lo que podría ser el relicario del que me ha hablado, oficial.

— En una hora llega mi relevo y buscaré a Angie para llevarla hasta allí.

Quedamos así y apenas se cumplió el horario. Salí disparado como una flecha. Al llegar, ya los estudiantes estaban saliendo, entre ellos, mi novia. Me sorprendió cuando la vi, porque aunque estaba vestida casi igual que siempre, no era la misma. Se movía de manera sinuosa, su vestido era negro y el escote parecía más bajo que de costumbre, su cabello estaba recogido como en un rodete y su piel había palidecido acentuando la rojez de sus labios. Lo más extraño era su mirada en la cual había un brillo demoníaco. Completando el conjunto, el relicario pendía de su cuello.

Ella me sonrió y saltó sobre mí de manera efusiva.

— Qué sorpresa verte aquí.

— He encontrado la forma de terminar con la maldición — al decir esto, recordé los símbolos en su mano y cuando la tomé para comprobarlos ya no estaban.

— Eso no es necesario, ya me siento bien.

— Pero... no te ves bien.

— ¿Qué quieres decir? — ella se apartó con violencia. — ¿No soy lo suficientemente hermosa para ti?

— Angie, ¿de dónde sacas eso?

— De tus palabras y desatenciones.

— Pasé la noche en vela por ti, ¿por qué me dices eso?

— ¿Haciendo qué?

— Cavando en el cementerio junto a un monje que decidió ayudarme.

— ¿Ayudarte? Dudo que esas personas ayuden a alguien que no sea a sí mismos, seguro que busca sacar provecho.

— Quizás sí, no me importa mientras nos diga cómo quitarte ese collar.

— Me gusta mucho y me lo quedaré — ella quiso alejarse y yo la tomé del brazo suavemente; sin embargo, ella se quejó. — ¿Qué tienes?

— Nada, solo una contractura.

— No te vayas así, por favor. Si no pasa nada, acompáñame, no perdemos nada y podemos pasar un rato más juntos — deslicé mi mano por su cintura y la miré de manera seductora.

Ella sonrió también y se aflojó.

— Bueno, vayamos.




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