La maldición de la bruja

Epílogo - La bruja y el lobo

Aaron

Ella ya no era aquella criatura, pero no había salido ilesa, ella también había sido quemada y poseía la marca alrededor de su cuello, de inmediato apareció el monje exorcista con túnicas para nosotros, nos dirigieron a una habitación.

Angie permanecía inconsciente; pronto estuvo con nosotros el doctor Estevez y, para sorpresa mía, su esposa, la señora Rebeca, que nos había vendido el artilugio. El hombre me miró con curiosidad al ver que mis heridas ya casi desaparecían, pero no dijo nada, nos pidió quedar a solas con Angie y solo su esposa lo acompañaba.

En el pasillo, Ludwig me habló.

— Nos quedaremos con el relicario para que no vuelva a caer en manos de nadie que pueda ser herido.

— No imaginé nunca que en la iglesia se realizaran esta clase de rituales.

— La magia no es de dominio único del mal, agente. Existe la magia cristiana.

— Sí, pero imaginaba algo más estilo... rezos y agua bendita.

— Por lo general es solo eso, pero en casos extremos como este, tenemos las armas para dar batalla, aunque si no fuera por usted, no lo habríamos logrado.

— ¿Y cómo lo hacían antes?

— Siempre ha habido lobos colaborando con la iglesia.

— ¿En verdad?

— Hubo una época en que los vampiros eran una gran plaga.

— Pero ya no.

— Es cierto, ya no, incluso muchos de ellos son parte de esta sagrada institución ahora.

La puerta se abrió y el médico salió de la habitación.

— La señorita está bien, ya ha despertado, sugeriría que se mantenga despierta para asegurarse de que nada malo pase con el golpe en su cabeza, ante cualquier alerta deberán llevarla al hospital.

— Muchas gracias, doctor.

En ese momento también salió la señora Rebeca y ambos se retiraron.

***

Angie

Había pasado una semana desde el incidente con el relicario, aunque tenía pocos recuerdos de los momentos en que estuve poseída por el espíritu de mi antecesora, había cosas que ya no volverían a ser iguales.

— ¿Hoy has visitado a la señora Becka?

— Sí.

— ¿Y sientes que te gusta todo eso de la magia?

— Me gusta y aprendo rápido.

Becka me enseñaba a interpretar los símbolos del manuscrito de Nina, que por algún motivo los monjes me habían entregado. Ella decía que yo no solo era su descendiente, sino su reencarnación, y que esta era mi oportunidad de hacer las cosas bien. Algo que quería fervientemente, claro que no podía hacerlo abiertamente, puesto que, aunque ya no había quema de brujas, esto no era bien visto, mucho menos en un pueblo pequeño como el nuestro.

— Si te hace feliz, a mí me alegra.

— Me haría feliz que me contaras de una vez que fue lo que pasó, en mi recuerdo te convertiste en algo.

— ¿Lo recuerdas?

— Tengo imágenes recurrentes de la situación, y no creo que sean sueños o imaginaciones.

Él suspiró, miró el cielo y luego el piso entre sus pies. Estábamos sentados en un banco, en la plaza del centro del pueblo, ya el sol se estaba poniendo y la luna comenzaba a resplandecer sobre nuestras cabezas.

— Soy un hombre lobo.

Salté en mi lugar girando por completo mi cuerpo hacia él.

— ¿Cómo es eso posible?

— Nací así, Angie, mi especie lleva conviviendo con los humanos desde que existe el mundo.

— ¿Hay muchos más como tú?

— Por supuesto, y otras criaturas también.

— Es increíble y... —De repente me di cuenta de que podía haber gente a nuestro alrededor y miré hacia los lados. — ¿Esto es un secreto?

— Sí, es un secreto, al igual que tu magia.

Me reí con complicidad.

— Me hace feliz que podamos compartir estas cosas.

Era verdad, y desde el evento con el relicario nos habíamos unido mucho más como pareja.

— Y ya que lo sabes y no hay secretos entre nosotros... — Él dejó las palabras en suspenso y sacó una cajita de su bolsillo. — Me gustaría pedirte que te casaras conmigo.

Expuso ante mí un hermoso anillo de compromiso cuya piedra brillaba al sol de manera maravillosamente mágica.

— Aaron...

— Te amo, Angie.

— También te amo y sí, quiero casarme contigo.

Nuestro beso se desató y el sol terminó de ponerse, un lazo mágico envolvió nuestros cuerpos, blanquecino como la luz de la luna.

— La diosa nos ha bendecido — oí la voz de mi amado lobo, dentro de mi cabeza.

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