A AYLA DORMIR EN LA MISMA CAMA QUE WILLIAM NO LE ESTABA RESULTANDO TAN MAL COMO HABÍA TEMIDO, pues cada noche antes de acostarse formaban una pequeña muralla usando almohadas con la finalidad de dividir la cama y que cada uno durmiese de un lado, él siempre entraba a la habitación cuando ella ya estaba profundamente dormida y se iba temprano por la mañana antes de que ella despertara.
La única prueba de que William en realidad dormía allí cada noche era que por las mañanas su lado de la cama estaba ligeramente hundido y su almohada desprendía un aroma a la colonia que él usaba, y no era que ella hubiese tomado su almohada y hundido el rostro en ella para oler, en absoluto, simplemente era un aroma tan intenso que en ocasiones la habitación entera olía al mismo, sino fuese porque el aroma realmente le agradaba habría considerado pedirle que usara un poco menos.
No era tan malo, sin embargo, después de un par de días su ausencia comenzaba a volverse tediosa pues a pesar de que no esperaba que el estuviera a su lado todo el día llevaban días sin intercambiar palabras en absoluto.
Estar allí era casi como vivir sola, pasando casi todo el tiempo jugando Candy Crush en su teléfono celular, enviando mensajes a sus padres y algunas amigas de la ciudad y viendo Netflix en la pantalla plana de la habitación.
No tenía motivo alguno para proferir queja pero la falta de convivencia con otras personas comenzaba a hacerla sentir deprimida, en el desayuno, comida y cena la única compañía que tenía en el comedor era de algunas empleadas que pasaban a servirle o preguntarle si necesitaba algo y después se retiraban cabizbajas como si pensaran que haberle dirigido la palabra era un crimen penado con la muerte y dado que ella no conocía su cultura quizá así era por lo que decidió no tratar de hablar con nadie.
La mayor parte del tiempo ella desconocía por completo la ubicación de William, y Eleonor no había podido acudir a visitarla por asuntos importantes de la manada, no comprendía como podía conservar su cordura, oh, en realidad sí que lo sabía, la única razón por la que no se había vuelto completamente loca por falta de convivencia y vivir de ese extraño modo era el conocimiento de que pasar por eso era muchísimo mejor que la posibilidad de que la manada perdiera a su alfa solo porque ella lo rechazó debido a un tonto deseo de ser libre.
Ayla dedicó un instante a pensar en la diferencia horaria que separaba Washington y Texas, apenas era una hora de diferencia, bueno, a menos que estuvieses en El Paso y no en Austin en cuyo caso habría dos largas horas de diferencia. Ella jamás había dedicado tiempo a pensar aquello, ¿en qué punto algo comenzaba a considerarse demasiado? Diez minutos parecía poco, igual que veinte, pero media hora comenzaba a parecer mucho...
Su mente comenzaba a divagar, saltar de un pensamiento a otro sin que ella pudiera ejercer algún tipo de control, tomó su teléfono celular de la mesa donde lo había dejado antes de desayunar, le parecía que ya eran horas decentes para llamar a casa, su madre ya habría regresado de su florería a casa para descansar, esta habría quedado al cuidado de Jasmine, la vivaz muchacha que su madre había contratado hacía un par de años y su padre ya habría regresado de recoger a su madre de la florería después de un largo día haciendo reparaciones innecesarias en cada rincón de casa.
Ella estaba lejos, en extremos completamente opuestos del país, pero prácticamente podía oler el exquisito aroma a flores que quedaba impregnado en sus ropas cuando visitaba a su madre en el trabajo y añoraba volver, una nueva pregunta surgía en su mente mientras llamaba al número de la casa de sus padres, ¿podría alguna vez volver a su hogar?
El teléfono siguió llamando, pero no hubo respuesta. Volvió a llamar, quizá no habían escuchado que el teléfono sonaba, pero nuevamente nadie respondió. En esta ocasión llamó al número de su padre, que estaba mejor familiarizado con el área tecnológica y moderna que su madre, aunque eso no implicara que no supiera usar un celular, simplemente su madre le tenía una aversión a ese dispositivo en particular, pues pasaba su tiempo libre jugando a las cartas online desde su computadora.
Al cuarto timbre, la llamada fue aceptada y Ayla soltó un suspiro de alivio.
—Hola, comenzaba a preocuparme porque no respondían el teléfono fijo, ¿todo está bien? —preguntó, pero la voz que le respondió no era la de su padre en absoluto.
La voz que le respondió era áspera, grave, indudablemente la de un hombre mayor de treinta y cinco años, su voz estaba cargada también de una compasión que no le dio un buen augurio en absoluto.
—Buenas tardes, ¿es usted familiar o amiga del señor —hizo una pausa, como si no recordara su nombre y Ayla se tensó, si ni siquiera conocía el nombre de su padre no comprendía sus motivos para tener su teléfono— Justin Wright?
—Él es mi padre —dijo, su voz denotaba lo tensa que se encontraba—, ¿sucedió algo?
—Soy el detective Peterson del departamento de policía, me temo que su padre ha fallecido hace algunas horas, igual que su esposa, lamento mucho su perdida —dijo, el mundo de Ayla se detuvo por un instante, la pregunta que había estado en su cabeza hacía un rato había conseguido una respuesta, no volvería a su hogar—, comprenderá que es protocolo, necesitamos su presencia en la estación de policía para hacerle algunas preguntas respecto a su paradero en la hora de muerte.
Mientras una silenciosa lágrima caía desde su ojo, vio una posibilidad que no había considerado antes, no había considerado que el hecho de que ambos murieron era extraño, no había considerado que quizá los habían asesinado.
— ¿Fue homicidio? —preguntó, su voz aún no se quebraba mientras hablaba así que trató de que eso no cambiara mientras aceptaba cada vez más esa posibilidad.
—Sí. Estamos investigando, pero se imagina que fue alguien con rencor especial hacia su familia, necesitamos interrogarla, ¿cuándo podrá estar aquí?