WILLIAM REALMENTE NO HABÍA ESTADO HACIENDO NADA, la mayor parte del tiempo encerrado en su estudio personal sí se encontraba trabajando, supervisando, revisando y analizando cada una de las leyes que los regían como especie, pero también era su refugio y escondite de Ayla, y en aquel instante específico solo había estado recostado en su silla, mirando la pared.
Ayla había llegado a su vida a ponerlo todo completamente de cabeza, a destruir cada idea que él creía que era sólida, y eso lo había hecho solo con una mirada, no podía imaginarse lo que podría suceder si le daba una oportunidad, si hacía todas esas cosas que tanto quería, no quería ni pensar en lo que sucedería si se daba la oportunidad de quitar uno de sus rebeldes mechones de cabello de su rostro y probaba sus labios.
Su sola imaginación le provocaba añoranza, y eso estaba terriblemente mal según él, pues era el alfa de una manada importante y poderosa, tenía que tomar decisiones difíciles y no podía permitirse dudar al respecto o respecto a sí mismo por una humana, tenía que hacerse cargo de su manada y no podía priorizar a Ayla aún si eso era lo que la Luna quería.
Ayla era su otra mitad, pero él era el alfa, no podía permitirse preocuparse por su otra mitad cuando debía preocuparse por su manada, y fallaba miserablemente a pesar del esfuerzo que hacía.
La mayor parte del tiempo sus pensamientos giraban en torno a Ayla, que circulaba por la casa, que impregnaba cada sitio con su aroma, que hacía que su risa resonara en cada rincón hasta llegar a sus oídos, que mientras dormía a veces murmuraba su nombre, cuya sola existencia le sonsacaba una genuina sonrisa que un alfa como él no se podía permitir. Era débil ante ella, y alguien que debía cometer las atrocidades que él cometía no podía ser débil.
El primer sonido que pudo escuchar fue el tenue sonido del llanto pero no le prestó atención, pensando en que seguro era la televisión, después fue el sonido de la maleta golpeando el suelo pero lo atribuyó a algo que se había caído en algún sitio, pero cuando escuchó el cristal rompiéndose y los sollozos aumentaron drásticamente corrió fuera de su estudio, corrió escaleras arriba y a su habitación.
Antes de que su mano siquiera pudiera posarse en la perilla de la puerta se paralizó un instante al detectar el inconfundible aroma de la sangre, Ayla estaba herida, de un tirón abrió la puerta, fue tan brusco que incluso pudo haber arrancado la puerta de forma accidental sin importar en absoluto las bisagras que la retenían anclada al marco, habría sacado las puertas de sus goznes sin dificultad alguna.
Ayla estaba en el suelo, había trozos de vidrio y algunos trozos de madera por doquier, sus manos tenían varios cortes pequeños que sangraban y se abrazaba a sí misma. Si William había quedado paralizado al oler el aroma a sangre entonces en ese instante estaba prácticamente petrificado.
No se atrevió a decir nada, simplemente la cargó y depositó con cuidado lejos de todo aquello que la lastimaba, al menos de forma física, ella no emitió un solo sonido además de los sollozos ocasionales, simplemente se aferraba a su propio cuerpo y lloraba con la vista fija en la nada.
William no comprendía, no entendía absolutamente nada, pero verla así, tan rota, y no haber llegado antes para ayudarla a mantenerse a flote cuando aún podía le hería tan profundamente como esos pequeños trozos de vidrio que seguro se habían quedado incrustados en la piel de Ayla.
No sabía qué hacer, debía curar esas heridas pero no confiaba en dejarla allí sola mientras iba por las cosas que necesitaba, no podía dejarla sola otra vez.
— ¡Jane! —llamó, su voz resonó en cada rincón de la casa y unos minutos después la puerta de la habitación era tocada suavemente—. Pase.
La puerta chirrió al abrir, William se preguntó si habría chirriado cuando él entró y no lo notó por el pánico que lo había estado abrumado ante la perspectiva de que Ayla estaba herida, aunque también existía la posibilidad de que hubiera dañado la puerta y por eso chirriara ahora.
Jane era una de las mujeres mayores en la manada, estaba allí desde que su padre se había vuelto el alfa de la manada y había decidido permanecer aún después de que William ascendió al puesto que ahora le pertenecía. Era una mujer alta, de tez morena y cabello muy oscuro con algunas canas por la edad, su rostro estaba adornado por varias arrugas, tenía una pequeña y respingada nariz y ojos grandes y oscuros.
Cuando la mujer miró las manos ensangrentadas de Ayla y el aroma de la sangre le golpeó con fuerza apenas la puerta se abrió, su rostro se contorsionó por el horror que la inundaba como acido dentro de su torrente sanguíneo y soltó una exclamación de sorpresa.
Jane apretó los labios con fuerza, decidida a no emitir un grito aún más audible, si entre todas las personas que trabajaban en esa casa la habían llamado a ella era porque necesitaban discreción y no un escándalo, no querían el chismorreo que las muchachas más jóvenes en la casa siempre adoraban.
— ¿Con qué puedo ayudar? —preguntó intranquila la mujer, tan tensa y recta que parecía tener una tabla atada a la espalda.
Las manos de William tenían algunas gotas de sangre, y ya antes sus manos habían estado cubiertas de sangre y no habían sido solo gotas, no, sus manos se habían visto tintadas de rojo antes por ese líquido que él mismo había hecho derramar pero en esa ocasión había algo diferente y no lo entendía en absoluto.
Esa sangre en específico no era diferente al resto, roja y espesa, pero había algo en ella que se sentía diferente, su presencia en su piel era simplemente repulsiva, casi nauseabunda.
—Trae las cosas para curar a Ayla por favor —pidió—, no le digas esto a nadie.
No conocía bien a Ayla, pero se imaginaba que cuando estuviera mejor no querría que todos supieran de aquel momento en el que ella se sentía así, aunque aún no tenía idea de lo que estaba sucediendo con ella.