La Maldición de la Luna

Capítulo 11

LAS MANOS DE AYLA ESTABAN ENVUELTAS EN VENDAS Y DOLÍAN, el olor de la sangre encerrado en esa habitación comenzaba a ser más de lo que ambos podían tolerar, Ayla ya estaba sintiéndose nauseabunda y las gotas de sangre que adornaban el piso de madera le provocaban arcadas.

—No te preocupes —dijo William tratando de tranquilizarla—, Jane vendrá a limpiar todo pronto.

La mirada gélida que él acostumbraba a dirigirle ya no estaba, lucía cálido y gentil como no creía que alguien como él pudiese ser, ella no había tenido altas expectativas en ningún momento pues conocía las atrocidades que había hecho y como cualquiera en su situación había temido por la realidad que se vería obligada a afrontar, sin embargo nada de lo que había creído había resultado ser cierto, y él parecía ser una persona distinta estando con ella.

Había tomado una eternidad que Ayla se estabilizara, que dejara de llorar, e incluso después de eso parecía estar a punto de romper en llanto nuevamente en cualquier instante, parecía tan rota que a William se le estrujó el corazón, verla así hacía que se sintiera miserable de un millón de formas distintas.

A William le encantaba el cabello de Ayla, sus suaves rizos desdibujados de un color claro que se debatía entre el castaño claro y el rubio le resultaban hermosos, sin embargo luciendo desconsolada como estaba y a punto de tirar de los mechones de su cabello determinó que la mejor decisión era atar su cabello.

Tomó una liga para el cabello de la mesa de noche al lado de la cama, tratando de no apartarse demasiado de ella, temiendo que sufriera algo similar a un ataque y se volviera a hacer daño a sí misma, que nuevamente tratara de herirse terminando por dañarlo también, así que no apartó la vista de ella; fueron solo sus potenciados sentidos de hombre lobo los que evitaron que él hiciera un desastre con manoteos intentando obtener la liga.

— ¿Puedo? —preguntó suavemente, Ayla le sostuvo la mirada por unos instantes para después mirar su mano, en la que sostenía la liga.

Ayla experimentó un atisbo de duda ante la pregunta de William, se sentía tonto siquiera recordar lo incomodo que solía resultarle que tocaran su cabello, era algo que hacía tiempo ella detestaba pero en ese instante parecía tan irrelevante...

—Está bien —dijo, su voz sonaba áspera por todo el llanto y también entrecortada por los sollozos que había soltado durante su irrefrenable desconsuelo.

William jamás había tratado de peinar a alguien pero recordaba perfectamente a su madre cepillar su largo cabello negro y trenzarlo con cuidado así que se colocó tras ella y comenzó a tratar de hacerlo, jamás se sintió tan torpe en toda su vida, el impulso de reír atravesó su mente pero lo descartó con rapidez, no era el momento para reír.

Era la primera vez desde hacía mucho tiempo que quería reír...

Finalmente William dejó el cabello de Ayla completamente enmarañado pero sujeto con la liga que había tomado de la mesa, así su cabello no se mancharía de sangre. Antes de que William pudiera volver a colocarse frente a ella, Ayla se recostó en él, aferrándose a lo único real que le quedaba, deseando escuchar los latidos de su corazón solo para poder estar segura de que estaba vivo.

La entrada de Jane a la habitación hizo que Ayla se apartara de William, nuevamente abrasándose a sí misma, pero alejarse de él fue como una nueva puñalada para ambos, algo que debieron mostrar claramente en su rostro a juzgar por la expresión apenada de la mujer que acababa de cruzar la puerta.

Jane traía consigo una escoba, un envase para la basura y unos guantes que parecían bastante rígidos y evitarían que se hiciera los mismos cortes que Ayla se había hecho. William y Ayla observaron con atención a Jane recoger los trozos de madera y vidrio para depositarlos en el envase muy cuidadosamente.

Ayla se vio tentada a pedirle a la mujer que le permitiera limpiar su desastre, quizá recoger los trozos del destartalado reloj que tanto solía apreciar podría hacerla sentir como si estuviera recogiendo los pedazos de sí misma, quizá todo los trozos del último mensaje de sus padres podrían hacerla sentir un poco menos rota, quizá eso era todo lo que necesitaba... No, estaba equivocada, sus esperanzas eran erróneas porque estando completo ese reloj no le había brindado ningún consuelo y ahora roto sería abrazar los pedazos de quien era y saber que no podría volver a unirlos nunca.

Fue entre los trozos del reloj que Jane colocó uno por uno en el envase que vio lo que parecía un simple trozo de papel con su nombre escrito en una temblorosa pero comprensible caligrafía que reconoció como la de su ahora difunta madre, que escribía de ese singular modo únicamente cuando se hallaba desconsolada, Ayla agradeció ya no estar entre los brazos de William y poder bajar de un salto de la cama para tomar la carta apenas visible de entre los restos.

William hizo un amago de detenerla pero no la sujetó aun cuando estaba a su alcance al notar que todo lo que ella quería era tomar ese simple trozo de papel que, aunque él no lo sabía, era capaz de acabar con ella por completo. Los ojos nuevamente cristalizados de Ayla fueron suficiente para que William decidiera pedirle a Jane volver en otro momento cuando su hermosa mate se encontrara mejor.

—Jane, ¿prepararías por favor la habitación del otro extremo del pasillo? Puedes terminar esto después.

Jane no articuló palabra alguna, comprendiendo que las cosas estaban mal, así que solo tomó los instrumentos de limpieza que había traído consigo y se encaminó afuera.

Ayla apretaba el papel con tanta fuerza que temió que este pudiese romperse por lo que tomó una gran bocanada de aire, leyó con dificultad su nombre en el papel que resultó no ser solamente un trozo sino estar doblado en varias partes.

Ayla Wright, decía el papel y ella notó que la tinta no era negra sino de un profundo azul, un tono que asociaría involuntariamente con su tristeza a partir de aquel momento.




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