SE SENTÍA PREOCUPADO, NO PODÍA MENTIR AL RESPECTO PUES SABÍA DE ALGÚN MODO QUE ELLA LO IBA A PODER PERCIBIR, era una extraña sensación, temer a algo a lo que jamás le habías temido antes, era curioso como algunas personas en lugar de darte confianza, en momentos específicos te hacían sentir nervioso pero después hacían que valiera la pena. William dudaba de que alguna vez fuera a valer la pena, cualquiera lo dudaría cuando se sentía tan dispuesto a correr lejos para no hacer una pregunta que le llenaba de pavor.
Quería correr, quería escapar, y todo eso lo quería con su mano recargada en el pomo de la puerta, y era ese el momento en el que debía decidir porque cuando la viera en la habitación ya no podría ser racional, solo pensaría en ese amor enloquecedor que aceleraba su corazón a cada instante. Cuando la viera nada iba a importar, y la pregunta que cualquier persona se hacía antes de amar verdaderamente, esa duda que todos tenían le carcomía la mente, ¿valía la pena? Cada hermoso amor trae consigo más sufrimiento del que debería, ¿y entonces?, ¿el amor vale la pena?
Quizá el amor normal podía no valer la pena, él no lo sabía porque jamás lo había experimentado antes, pero sabía que ese privilegio que la Luna les daba, ese amor que les permitía sentir era algo de una sola vez en la vida, era algo que los hacía volar, era algo que los hacía sufrir pero que también les daba la mayor felicidad que podrían aspirar a experimentar.
El corazón de cada lobo ya latía por alguien desde el momento de su nacimiento, esto crecía para volverse el más puro amor que podría existir, esto crecía para que pudieran ser felices.
Los hombres lobo estaban destinados a una triste y solitaria vida, en la que ocultaban sus habilidades, en la que solo tenían a su familia y por eso la Luna les ayudaba a encontrar a sus almas gemelas, porque, ¿una vida de poder vale la pena si no tienes a nadie para ayudarte con el peso de la corona?
William jamás se había preocupado antes por eso, jamás se preocupó por lo que los demás solían creer, ni siquiera Allison —a la que ciertamente quería más que al resto del mundo— le había hecho plantearse tantas veces las cosas, pero el pensamiento era simplemente perturbador, necesitaba decirlo en voz alta, necesitaba estar seguro de que estaba equivocado, necesitaba saber que Ayla no creía que era un monstruo y necesitaba saber que no le tenía miedo.
Quería pensar, quería creer, deseaba tan intensamente como era posible que ella no le temiera, que entre todas las personas del mundo ella no quisiera alejarse, porque no sabía si sería capaz de dejarla ir y si pudiera dejarla, si la amara lo suficiente como para dejarla ir, entonces sabía que el sufriría su ausencia, tanto como si perdiera una de sus extremidades, tanto como si le arrancaran el corazón porque él ya la necesitaba como al aire que respiraba.
Cuando finalmente se armó de valor, cuando finalmente decidió que ellos valían la pena, giró el pomo de la puerta y esta crujió al abrirse, pareciendo que esta sería una eterna consecuencia de aquel momento en el que completamente alterado casi había destrozado ese trozo de madera.
William había estado esperando verla allí, haciendo cualquier cosa, haciendo cualquier cosa menos mirando a la puerta como si lo hubiese estado esperando todo ese tiempo mientras él decidía si realmente quería afrontar la posibilidad.
Como una rápida puñalada directo al corazón, William descubrió que aunque Ayla sí lo había estado esperando aún rehuía a su mirada, como si temiera que sus ojos se encontrasen, como si temiera ver lo mismo que Eleonor había visto y que tanto la había asustado, como si tuviera ya la certeza de que él era un monstruo y simplemente no quisiera comprobarlo debido al conocimiento que ya tenía de que allí la necesitaban.
¿Se sentiría Ayla acaso como Bella en la Bella y la Bestia? Porque en ese mundo, el real, en el que ambos estaban juntos en aquel instante, dudaba que ella pudiese enamorarse de alguien a quien le tenía miedo.
El cabello de Ayla estaba cubriendo parte de su rostro, los rizos que normalmente acentuaban sus facciones en ese momento las escondían de William, dándole un toque tímido a Ayla que se encontraba sentada en la cama, sus piernas cruzadas y ella jugueteando con la tela floja de su pantalón de chándal.
Ayla soltó un silencioso suspiro cuando Will se sentó justo a su lado, cuando solo centímetros los separaban ella se estremeció y no fue debido al frío pero contrario a lo que William podía pensar tampoco era debido al miedo, sino debido a algo más que ella era incapaz de comprender del todo, esa conexión que solo los hombres lobo podían sentir la golpeaba a cada instante en el que se acercaba al pelinegro y ella no lo entendía.
Había tantas cosas que Ayla era incapaz de comprender, se las podrían explicar un millón de veces y podrían responder su trillón de preguntes pero aún no entendería porque no se trataba de algo que pudiera entenderse con palabras, en realidad, no podía entenderse, ese tipo de magia, esa fuerza invisible que los unía no era algo que pudiera comprenderse sino sentirse y Ayla se sentía incapaz de permitirse hacerlo cuando sentía que eso sería como hundirse en la confusa profundidad sin encontrar como emerger de nuevo.
William pensó en tratar de iniciar la conversación como cualquier otra persona lo haría, pensó en tratar de decirle que no la lastimaría nunca, pensó en tantas cosas que finalmente solo dijo aquello que necesitaba decir, que proporcionaría esa respuesta que tanto necesitaba y que a la vez le provocaba un profundo pavor.
—Me tienes miedo —dijo, y su voz tembló siendo él quien estaba profundamente asustado, siendo él y solo él quien estaba asustado de sí mismo y temía también que alguien más lo estuviera.
No había sido una pregunta, había sido más como si proclamara un lamentable hecho, como alguien declara que a pesar de sus ganas de salir a pasear no puede hacerlo porque está lloviendo, justo así, no como una interrogante o incógnita cuya respuesta él añoraba sino como una triste realidad que debía comenzar a asumir.