La Maldición de la Luna

Capítulo 35

DE ALGÚN MODO, AYLA JAMÁS HABÍA ESTADO TAN SEGURA DE ALGO COMO CUANDO ABRIÓ LOS OJOS, completamente consciente de que estaba muerta. Quizá era el hecho de que no podía sentir que su corazón latiera, o que simplemente no podía sentir nada, nada en absoluto, solo un escalofriante vacío y una abrumadora certeza.

La ausencia de un todo a su alrededor también acrecentaba la teoría de su fallecimiento, pues estaba rodeada por la más absoluta nada, y, de la misma nada que la rodeaba, surgió una mujer.

Sus cabellos eran largos hasta su cintura, de un color blanco tan puro y brillante que era doloroso de mirar y que le recordó un poco a Nathaniel, su piel era blanca e impoluta mientras que sus ojos eran grises.

—Hola, mi segundo error —saludó la mujer, su voz era suave y amable, un contraste absurdo considerando que acababa de llamarla “error”, lo que hizo a Ayla fruncir el ceño.

— ¿Disculpa?

La mujer soltó una risa.

—Es así cómo te has llamado a ti misma, no creí que te molestara que te llamara de la misma forma.

—Eres la diosa Luna.

—Lo soy.

—Y estás aquí, conmigo, en la nada.

—Lo estoy.

Ayla tragó saliva.

—Lo siento, yo… Creí que podría salvarlos, hice todo lo que pude —dijo Ayla, con honestidad.

—Lo sé, y por eso no sientes dolor, porque no te culpo, al contrario. Katherine tenía razón, ¿sabes? Yo me equivoqué.

—Los dioses no se equivocan —dijo Ayla, repitiendo lo que le habían dicho incesantemente antes.

—Amo a mis hijos, pero ellos me tienen en una estima demasiado alta, ¿sabes? No soy humana, pero puedo equivocarme de la misma forma en que ustedes se equivocan. Y me equivoqué, una y otra vez, contigo y con Katherine. Existe una profecía de la que no puedo hablarte todavía, pero todos mis hijos están destinados a extinguirse, y yo no podía permitirlo, así que decidí mezclarlos con los humanos, así fue como terminé uniendo a uno de mis hijos, a mi favorito, en realidad, con Katherine. Pero ella no quería amor, no de ese tipo, al menos, ella ya estaba enamorada, de una idea para su futuro, y al final habría sido infeliz, pude verlo en su futuro, así que usé magia, más de la que debí, para cambiar lo que su corazón sentía.

—Pero, me dijeron que no podía hacer eso, me dijeron que ni siquiera su magia podía hacer surgir el amor, solo podía acelerarlo o revelar los sentimientos ocultos.

—Y tenían razón, por eso las cosas salieron tan mal. Ella no se enamoró, se obsesionó, su corazón latía por y para él, solo para él, incapaz de sentir incluso el más mínimo atisbo de empatía por cualquiera que no fuera él, así que cuando quedó embarazada, mató a su bebé, arrastrándose a sí misma y a él consigo. Ella planeaba reunirse con él en otra vida, ¿sabes? Mantenerlo separado del bebé incluso en la muerte, y no podía permitirlo, no que siguiera sufriendo esa familia por mi culpa.

—Le puso la maldición, entonces.

—El único modo de que nunca pasara al otro lado era hacerla inmortal, y para que alguien viva por siempre debe mantenerse un equilibrio, por eso necesita la sangre, pero, aun así, lo que le pasó era mi culpa, así que le permití crear a otros similares a ella, para que no estuviera sola siempre.

— ¿Y por qué ofrecerle una cura? ¿Por qué ponerme en la línea de fuego?

—Toda maldición requiere una cura, o no podría existir para empezar. Su cura era la sangre de otra elegida como la mate de uno de mis hijos, y después de lo sucedido no planeaba crear otro lazo como aquel, pero la profecía está cerca de comenzar, y si quería que ellos pudieran sobrevivir… Tuve que hacerlo.

—La maté, la corté con la daga, ¿eso quiere decir que…?

—No, no pasó al otro mundo. La daga rompió la maldición, pero no la mató, solo la destruyó. Ella dejó de existir, de la forma más literal posible.

—Me alegra que al menos su esposo y su hijo sean felices, porque todo lo demás tuvo el mismo resultado que si ella me hubiera drenado. Morí, igual que mi hijo e igual que eventualmente morirá William y después todos en su manada.

— ¿Lograste amarlo?

Ayla soltó una risa, una lágrima resbalando por su mejilla, lo que fue extraño, ya que, por un instante, un mísero instante, pudo sentir, y dolía en su pecho y por todo su cuerpo la intensidad con la que lo amaba después de no sentir nada por un rato.

—Lo amé desde el instante en el que lo vi por primera vez. Lo amé cada segundo que pasaba, más cada vez que me enfadaba y más cada vez que nos mirábamos a los ojos.

Ayla miró a la mujer, habiendo hablado con más seguridad que con la que había hablado en toda su vida.

—Y él te ama tanto como tú a él. Y ese bebé —dijo ella—, los amará con esa misma intensidad. ¿Quieres tenerlo?

—Quiero que tenga una vida, que ambos puedan vivir, es lo que más quiero.

— ¿Aunque tenga un precio?

— ¿Qué precio sería más grande que el que ya estoy pagando? —preguntó Ayla, con seriedad.

Ella sonrió, y en un instante, se desvaneció.

Entonces, Ayla abrió los ojos, que brillaron en un oscuro color rojizo.

La maldición de la Luna tenía una nueva portadora, Ayla Wright, y, esta vez, sería una bendición en lugar de una maldición.

Todas las personas dejan su huella en el mundo, puede ser grande o pequeña, mala o buena, pero existe, y nadie en la Tierra puede borrar esa marca que dejas, pero la Luna borró las marcas que Katherine dejó al destruir su legado y dar a alguien distinto la misma maldición que ella había sufrido, porque, ¿qué más daba ser la primera sino eras también la última?

La Luna limpió su desastre.

Pero, a pesar de todo, ni siquiera la Luna y su magia podrían borrar las cicatrices que la guerra les había dejado, porque esas cicatrices, venían en forma de personas.




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