En los fríos campos donde casi nunca se veían los rayos del sol, donde las aves cantaban día a día al amanecer… en aquel lugar, de maravillosas praderas verdes y bosques húmedos con fragancia a pinos de cedra y menta, como un perfume cítrico ocupando los aires fríos y frescos del lugar, con quebradas cristalinas y heladas a los alrededores. Detrás de aquellas largas carreteras y frondosas montañas de color verde esmeralda, se escondía Juan frío, un recóndito pueblo al final de un extremo del Boyacá, el pueblo olvidado.
En una pequeña finca cerca a aquel pueblo vivía Jacinto junto a su esposa e hijo en una pequeña casa hecha de madera y zinc, con un pequeño terreno de 10 metros de frente y 20 de fondo donde Jacinto trabajaba todos los días y sacaba el mejor provecho cultivando la tierra con papa y otras verduras del campo.
—Santiago, llama a tu papá y dile que la comida está servida, que venga lo más pronto posible o se enfriará. —Pidió Clara a su hijo. Una mujer oriunda del Boyacá, de 25 años, con una estatura que no superaba el metro setenta, de piel blanca y cabello castaño, de unos penetrantes y hermosos ojos color verde como las esmeraldas.
Santi, como le decía de cariño su difunta abuela materna Carmenza, corrió en busca de su padre… en aquel año de 1930 a la edad de 7 años era feliz, sin preocupaciones ni problemas.
—¡Papá! —Exclamo el niño cuando vio aquel hombre trabajar fuertemente en aquella tierra húmeda.
Recordó que su padre le había contado que él se divertía jugando en la tierra, en poner una semilla en ella y que de ahí naciera un fruto, una planta, una vida… “es como tener magia y sembrarla sobre la tierra" se divertía. Lo contaba con credibilidad… “¿sinceramente se divertía?”... se preguntaba el niño.
Pero aquel día sus ojos no le decían lo mismo, cuando lo vio con una pala, escarbando en la tierra… como si buscara algo con urgencia y no lo encontrara, al punto de verlo desesperado… El sudor de Jacinto empapaba su camisa, el sol se hacía cada vez mayor y sus botas se enterraban en la tierra. Para el pequeño Santiago era notorio el esfuerzo que su padre hacía en aquellos metros de tierra, buscando algo para vender y poder sobrevivir ante las necesidades. Un sacrificio que no era nada divertido.
“Mi papá no se divierte como el me lo conto" pensó el niño con nostalgia.
Jacinto llevó su mirada hacia su hijo y le sonrió, quito de su cabeza el sombrero de paja que lo cubría del sol, limpio de su frente el sudor y dejó la pala sobre la tierra, mostrándose alegre camino hacia Santiago.
—Mi mamá te espera papá, dice que la comida está servida.
—Que bien hijo, el trabajo me dio bastante apetito.
—¿Enserio te diviertes como me lo contaste?.
—Claro hijo, me divierto escarbando la tierra, como un gran escarabajo… —Respondió el padre entre risas y prosiguió diciendo mientras caminaban hacia su humilde morada.
—Luego me llega una gran felicidad en el pecho, en la manera como me divierto, también puedo comprar lo que más necesitamos en casa, entiendes eso hijo. Es una gran satisfacción poder cuidar de tu madre y también de ti.
—Siempre nos has cuidado, papá.
—Lo seguiré haciendo hijo, siempre.
…
Después del almuerzo, Jacinto tomo un pequeño descanso sobre la hamaca que reposaba entre dos grandes árboles cerca a su hogar… estaba pensativo, presentía una terrible situación económica que afectaría notablemente a su familia, a su todo, por la que se levantaba cada madrugada a luchar para colocar sobre su mesa el pan de cada día. Mirando entre las ramas del árbol que estaba encima de él, noto los nidos de los pajaritos y el sacrificó con el que el padre traía el alimento a sus crías. Clara, su esposa interrumpió aquel momento, preguntándole la pregunta que no deseaba que le hicieran…
—¿Te sucede algo?.
Jacinto reaccionó de inmediato, y con una sonrisa aclaró un no.
—No trates de mentir mi vida, se que te sucede algo y eso nos incumbe. —Insistió Clara con notable comprensión hacia su esposo.
—Estoy preocupado.
—¿Que paso? Dime…
Jacinto trago saliva y respondió con amargura.
—Toda la cosecha de este mes se perdió, el invierno acabo con todo... lo poco que logré esta vez los compradores la están pagando muy barata… la papa y las hortalizas ya no valen nada, es imposible que con solo esos pesos nos podamos sostener durante más de dos meses hasta la próxima cosecha. No encuentro nada que hacer.
—Tranquilo, no te preocupes. De alguna manera lo solucionaremos.
—Como que no me preocupe Clara, esto es grave. Le prometí a Santi que le compraría los libros y los colores que necesita para la escuela, como esta la situación no puedo hacerlo. Que vamos a comer en los próximos días, de donde compraremos las velas para no quedar a oscuras en la noche… dime.
—No te alteres, por favor.
—Yo encontraré algo, un trabajo con el que te pueda ayudar a cubrir los gastos. —Propuso Clara y prosiguió diciendo…
—Doña Claudia, necesita una ayudante en la cocina de su restaurante, le diré que me de el puesto.
Jacinto sonrió con nostalgia y bajo la mirada al suelo, Clara se acercó a el y tomándole el rostro con ambas manos le levantó nuevamente la mirada.
—Dime algo… no te pongas así. —Le dijo ella.
—Agradezco tu intención mi amor, pero es mi responsabilidad. ¿Dime quién cuidará de Santiago? El necesita estar contigo.
—Podemos decirle a la comadre doña Rosa que lo cuide, mientras yo trabajo con la señora Claudia.
Jacinto soltó una pequeña carcajada y volvió a sonreír, acariciando el cabello de su esposa le dijo con aprecio.
—Tu haces que mi vida sea más sencilla de lo normal, pero no tendrás que trabajar por que mientras yo esté me haré siempre responsable de ustedes dos. Siempre, entiendes…
Jacinto se acercó a los labios de su esposa y le dio un beso.
—Le pediré ayuda al señor Guillermo. —Comento Jacinto con seguridad. Oriundo del Boyacá, de 28 años de edad, ojos color marrón, piel Blanca y estatura que superaba el metro setenta.
Clara cristalizó los ojos y tragó saliva, y por último sintió un escalofrío en todo el cuerpo al oír el nombre de aquel hombre. Jacinto claramente notó la reacción de su esposa y no dudo en preguntarle.
—¿Qué paso, te sucede algo?.
Clara, respiro profundo y trato de calmar el temblor de sus manos. Con la voz casi ahogada respondió.
—No harás eso, jamás. No te lo permitiré…
—¿Qué? ¿Por qué?.
—¿Has oído todo lo que dicen de ese hombre en el pueblo?… dicen que a matado personas, tiene controlado cada rincón del pueblo, hasta la policía y todo los funcionarios que llegan a este lugar se convierten en sus títeres, hasta dicen que tiene un pacto con el diablo. —Comento Clara, a punto de alterarse.
Jacinto quedó sorprendido y soltó varias carcajadas al ver el estado de su esposa.
—Por favor mi vida, quien carajos va a hacer un pacto con el diablo teniéndolo todo, ese señor no le falta nada… tiene todo lo que le plazca, dinero, ganado, tierras, una gran casa… y por lo que veo será el próximo alcalde del pueblo.
Jacinto quedó pensativo por un momento y sin pensarlo continuó diciendo.
—Hasta dicen que tiene un baúl lleno de esmeraldas.
—Cállate, no digas nada… dicen que esas piedras verdes están malditas. —Dijo Clara con temor.
—Valla, al parecer te has dejado llevar por las patrañas y mentiras de todas esas viejas chismosas del pueblo. —Dedujo Jacinto… y continuó diciendo.
—No le pediré ayuda a nadie si tu no quieres, pero por favor tranquilízate un poco.
Clara guardo silencio y abrazo a su esposo fuertemente, se sintió aliviada ya que su esposo no acudiría a la ayuda de aquel hombre, del cual tenía un profundo miedo... Jacinto se despidió con una sonrisa y volvió nuevamente al trabajo.
…
Al caer la tarde, Jacinto no se quiso quedarse con los brazos cruzados, no quiso que las carencias llegaran a su familia en los próximos días y le destrozaran el corazón… así que sus pies lo llevaron frente a la casa de aquel hombre… Don Guillermo, patrón y señor de la región… ambicioso, poderoso, y sin piedad.
Eran pocas las personas que se atrevían a cuestionar su vida… Jacinto era consciente de ello, pero no creía en las palabras de los demás. Decían… que mató a millonarios para quedarse con sus bienes y terrenos cerca del Boyacá, hasta el mismísimo dios estaba a sus pies, hacía de las suyas en un pueblo olvidado metido entre las montañas… negocios internacionales con los carteles más peligrosos del mundo. Pero como todo hombre poderoso tenía una debilidad... las piedras con reluciente brillo, luz resplandeciente y un color verde zafiro… las esmeraldas.
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Editado: 14.11.2023