La maldición de tus ojos

10. Te han mentido

La luz tenue entró a la habitación y Demian se sentó cansado sobre su cama, no ha podido dormir luego de la visita de aquel ser demoniaco que fue capaz de paralizar su cuerpo y hacerlo sentirse tan indefenso que solo de recordarlo siente escalofríos.

Aunque Ángel le aseguró haber resguardado cada lugar de la casa para que no volviera acercarse no deja de inquietarle. Esta seguro que los ojos de ese ser eran del mismo color de los suyos y eso es lo que más le perturba ¿Tendrá alguna relación con su madre? No recuerda que alguna vez ella haya hablado de sus orígenes, a diferencia de su angelical madrastra que todos sabían que era hija de la diosa de la fertilidad.

Se colocó sus zapatos antes de ir a lavarse para luego preparar el desayuno. Pero cual fue su sorpresa al ver que Ángel se adelantó. Sobre la mesa el huevo frito, la caliente hogaza de pan, el té y la mantequilla ya parecen esperarlo. Sorprendido no pudo evitar mirarlo esperando una explicación, pues desde que llegaron ha sido él el encargado de la comida.

—Quería hacerlo para felicitarte por ya maneja a Runsu —habló Ángel recordando el nombre que Demian le había puesto a su espada—. Ya no eres tan indefenso como antes.

Y le sonrió de tal forma que le fue imposible a Demian no sentir que el calor se subía a su cabeza y desvió la mirada para evitar la expresión de felicidad que se dibujó en su rostro ante sus palabras.

—¿Crees que ya estoy listo para volver a casa? —le preguntó con seriedad.

Quiere escuchar que lo niegue. Aunque por fuera se muestra ansioso por volver, por dentro quisiera tener más tiempo para estar con Ángel. Pero no lo va a reconocer, aunque lo aten contra la roca más dura no reconocería que su admiración hacia su maestro ha crecido tanto que se le escapa de las manos.

—Eso quisiera, pero tenemos un problema —le dijo Ángel seriamente mientras le sirve una taza de té—. Se han abierto puertas del inframundo en el pueblo de Montaña Baja.

Demian arrugó el ceño contemplándolo con atención. El pueblo del que habla Ángel es aquel mismo del cementerio de grandes dimensiones.

—Las criaturas están causando líos a los habitantes del lugar y me comprometí a ayudarlos ¿Quieres ir? Esto servirá mucho para tu entrenamiento.

Los ojos incandescentes del discípulo no se hicieron esperar, Ángel no pudo evitar sentirse extraño ante esa fija mirada. Es un sentimiento entre sentirse atraído al dueño de esos ojos y dejarse caer a su encanto. Pero a la vez, después de ver como Betzu, el demonio líder de los insurrectos se siente atraído a Demian; un sentimiento de rechazo le atravesó el pecho. Cortó de golpe la mirada dándole la espalda provocando que Demian confundido por su gesto alzará sus cejas sin entenderlo.

—Sí, quiero ir contigo —señaló Demian con dulzura pensando que aquello pudo ser solo su imaginación.

—Bien, hoy al atardecer bajaremos al pueblo al revisar el cementerio, dicen que es ahí en donde se encuentra las puertas al inframundo.

Luego de desayunar Demian se dedicó a entrenar, se le facilita cada día el manejo de su espada. Aunque no tiene la misma habilidad que su hermano, ya que según lo que le dijo Ángel su aura sagrada no es tal alta, por lo menos si puede controlar su espada. Está conforme con eso.

Pero Ángel no lo acompañó a su entrenamiento como lo hacia otras veces. Y aunque eso le inquieta, se resignó a pensar que eso podría ser que él se estuviera preparando para la tarea a cumplir en el pueblo de Montaña Baja.

Tal como Ángel se lo indicó al desayunar, apenas el sol comenzó a descender se dirigieron al pueblo.

Fueron directo al cementerio ante la curiosa mirada de los habitantes. Podríamos decir que ante los ojos de aquellos la altura y actitud del maestro, engalanado de elegantes ropas y una belleza sin igual era también compartida por su discípulo. Maestro y discípulos parecen ser elegidos del cielo que solo bajaron a ayudarlos a protegerse de esos demonios que están haciendo de las suyas en aquel lugar.

El cementerio es tan amplio como Demian lo vio desde la lejanía; alto y silencioso, construido como en una especie de lona y albergando diversas clases sociales, pasando de sepulturas familiares de adornos de oro a otras tumbas con solo una tabla de madera con el nombre de la desafortunada alma.

—No me gusta este lugar —señaló Demian inquieto, el ambiente es denso, tanto que le cuesta respirar.

—No debes temer, vas conmigo —indicó Ángel con aires de grandeza—, yo te cuidaré, se lo prometí a Arturo.

Demian, aunque no quiso bufó. Siente como si lo tratase como un niño pequeño.

—Se cuidarme solo, no necesito una niñera...

Ángel no pudo evitar reírse de las palabras de aquel, y su estudiante herido en su orgullo lo miró buscando una explicación. Pero Ángel solo palmoteó su brazo.

—Bien, sino tienes miedo vete por el lado derecho, y yo por el izquierdo, si ves algo grita, y ten cuidado porque dicen que aquí los muertos se salen arrastrando y agarrando de los tobillos a jóvenes vírgenes e inocentes...

Demian hizo una mueca aferrándose a su espada, aunque no quiera reconocerlo si estaba asustado.

—Déjate de tonterías, entonces me voy hacia ese lado —dijo, pero Ángel lo detuvo afirmándolo del hombro.

—El otro lado es la derecha —lo corrigió aguantando la risa.

Hubiera notado el rostro enrojecido de Demian si no fuera por la oscuridad. Aquel agradeció que eso fuera así sino su maestro seguiría burlándose de él.

Se fue a la dirección señalada de Ángel con su mano afirmada al puñal de su espada, la niebla casi no lo deja ver, es más densa y tupida mientras más avanza. Luego se detuvo al darse cuenta de que no puede ver ni siquiera sus pies.

—¿Quién es? —preguntó sacando su espada contra la criatura maligna que se movió a su espalda.

El filo de esta fue detenido por un imponente demonio. Alto, de largos cabellos plateados y ropas negras y elegantes. Los ojos turquesa de aquel despliegan la misma malicia de su madre, acompañado por una sonrisa que sería capaz de atemorizar al más valiente. Con el filo de la espada retenido en su palma la sangre del demonio brotó cayendo por su brazo. Pero en vez de parecer que esto le causaba dolor sus labios se curvaron más arriba ante una sonrisa aún más siniestra que la anterior.




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