La maldición de tus ojos

11.- Deseo reprimido

—¿Qué quiso decir con eso? ¿De qué hablaba ese demonio? —Demian necesita saber las razones quiere creerle, pero no es tan fácil.

Acababa de contarle su encuentro con Betzu y las palabras que aquel le dijo, claro dejando de lado lo referente a Ángel. Demian parece molesto y confundido y por ello busca casi con desesperación una respuesta de los dos hombres que tiene en frente suyo.

Ángel lo contempló unos segundos con expresión dolida pero no fue capaz de decir nada. Había notado una actitud extraña en Demian desde que lo encontró en el cementerio con expresión perdida. No quiso hablar hasta volver a la casa en la montaña.

—De la maldición de tus ojos turquesa —habló Val ante el silencio de Ángel.

Se quedó callado sin entenderlo.

—Tu madre no es quien has creído, ella es un súcubo de clase superior, cuya marca que el mismo dios del inframundo les dio fue ese color turquesa en sus ojos. Pero solo los machos procreados traen la maldición en sí. La sangre demoniaca de un hombre es más fuerte.

—No entiendo...

—Tu padre es el dios del inframundo, eso lo sabemos, tanto tú como tus hermanos llevan su sangre, pero en tu caso y el de tu hermana, la sangre de un demonio se incrementa junto a la del rey del infierno —habló esta vez Ángel, aunque sus ojos siguen fijos en su taza—. O sea, puedes tanto convertirte en un tipo muy poderoso como también en la destrucción misma. ¿Nunca te preguntaste porque Arturo y Marta si recibieron entrenamiento junto a sus armas sagradas y tú no? O ¿Por qué Arturo, tu hermano mayor, se opuso a tu entrenamiento? Te han mimado desde niño, te criaron dándote todo, tratándote como un pequeño príncipe malcriado y cruel. Pero no te entrenaron con miedo de que despertarás lo que tienes en tu interior. En tu cuerpo fluyen dos auras, el aura sagrada y el aura demoniaca, pero esta última es más poderosa que la anterior. Eres lo que llaman un semi demonio, el hijo de un demonio y del dios del inframundo.

Ángel guardó silencio. Si él no hubiese despertado esa aura oscura en Demián nada de esto estaría pasando. Lo tuvo que hacer para salvarlo, cuando tuvo casi que llevarlo a la muerte para hacer reaccionar su sangre demoniaca y de esta forma que aquella aplicara la auto curación por el veneno de Eva.

Demian arrugó sus cejas preocupado.

—O sea no me trajiste acá para entrenarme sino para mantener a los demás a salvo de mí. ¿Qué planeabas al final? ¿Buscar la oportunidad para matarme? ¿Arturo estaba de acuerdo con esto? El cuento de que iba a aprender a pelear, de tus preocupaciones, de todo eso no era más que una vil men...

—¡No te hubiera salvado la vida si pensara así! —lo detuvo de golpe Ángel poniéndose de pie.

Val al darse cuenta de que la situación subía de tono prefirió salir al patio exterior, ninguno de los dos pareció darse cuenta de eso por lo que su salida pasó desapercibida.

Demian no quiere molestarse con Ángel, no con él, pero sus manos tiemblan y le es difícil mantenerse sereno.

—¿Cómo creerte? —masculló arrugando el ceño antes de darle la espalda.

Ángel entrecerró los ojos.

—Si no hacíamos algo era probable que un día ellos vinieran hacia ti al sentir tu aura, tenía que entrenarte para que pudieras defenderte de ellos...

—Y tu idea fue traerme a la entrada misma del inframundo de los insurrectos —sus ojos se fijaron en él y Demian bajó los suyos dolidos—. Sigues mintiendo.

Guardó silencio. Demian sigue sin confiar lo suficiente en él. Y sin decir palabras le dio la espalda dispuesto a salir de ese lugar.

—¿A dónde vas? —Ángel intentó detenerlo.

Pero Demian lo miró con tristeza.

—Solo necesito respirar algo de aire fresco —respondió.

Ángel bajó la cabeza.

—Sabes que Arturo, confió en mi porque sabía que al enterarte de esto no iba ser fácil —musitó.

—¿O sea también Arturo lo escondió de mí? —lo interrumpió con esa pregunta.

No hubo respuesta. Eso fue suficiente para que Demián lo confirmara.

—¿O será que odias tanto a los demonios que en mi los ves a ellos y por eso no pudiste ser sincero conmigo?

¿Qué responderle? Tuvo tanto miedo de perderlo esa vez que el veneno se lo arrebataba de sus manos y ahora tiene tanto miedo de perderlo por no poder decirle la verdad. Se mordió los labios. Y al no saber que responder su silencio fue tomado como agravio por su discípulo quien sonrió con ironía.

Le dio la espalda. Quiso moverse y detenerlo, pero sus piernas no pudieron dar un paso, y se dio cuenta que no era su imaginación ver las hojas suspendidas en el aire, ese era el poder de Demian. Ha paralizado su cuerpo, su discípulo no se ha dado cuenta de esto asumiendo que no tiene intenciones de detenerlo.

De aquí cuando al fin Ángel pudo moverse, era tarde, demasiado tarde.

Corrió afuera sin verlo, sintiéndose inquieto, demasiado, con el corazón a punto de salirse de su pecho. No es solo que lo trajo acá buscando protegerlo y ayudarlo, es que egoístamente lo quiere para sí, sus juegos de bromas nunca fueron como tal. De verdad le gusta, lo desea, quiere tomarlo entre sus brazos tomar aquel cuerpo tan elegante y perderse en esa mirada tan clara. Sus manos tiemblan sin entender porque piensa en eso cuando está solo. ¿Por qué no se lo dijo en su cara en medio de la discusión?

Y vio a Demian parado a un par de metros de los suyos.

—¿Vas o no a detenerme? —preguntó ofendido.

Tal como una pareja caprichosa que acaba de ordenar sus maletas y decir que se va, esperando que la otra parte lo detenga, Demian lo ha esperado.

Ángel no pudo evitar dejarse de caer de rodillas al suelo riéndose aliviado.

—Y ahora te burlas de mi —Demian le dijo cruzando los brazos.

Para Ángel verlo así, con el ceño arrugado, la boca con una mueca y sus cejas dobladas hacia abajo le produjo cierta ternura inigualable, es como si ahora la pareja caprichosa se ha convertido en un niño berrinchudo.




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