La maldición de tus ojos

20. Lágrimas de sangre

Cuando Demian despertó, luego de días de estar inconsciente, se dio cuenta que esta devuelta en la cabaña que compartía con Ángel. Sus heridas han sido curadas y su ropa cambiada. Intentó ponerse de pie, pero tambaleó con torpeza.

—No te levantes aun, la medicina aún sigue afectándote —le dijo Ángel acercándose a ayudarlo.

Aunque Demian no lo rechazó tampoco hizo el esfuerzo de hablarle, ni siquiera lo miró. Ángel había dejado la bandeja con vendas limpias y agua hervida sobre el velador. Le desabotonó la ropa sin que ninguno hiciera el ademán de iniciar alguna conversación y limpió sus heridas que, aunque duelen mucho Demian no se quejó.

Luego de cambiar las vendas, el joven discípulo solo le dio la espalda en la cama. Se siente dolido por lo que pasó, la muerte de ese pequeño demonio sigue latente en su pecho. Ángel le acarició el cabello, y aunque eso solía reconfortarlo ahora ni siquiera sabe que pensar.

¿Cómo podría aceptar las muestras de cariño de alguien que quiso matarlo y no fue capaz de escucharlo matando a ese pequeño demonio? Es una burla sentirse consolado por quien mismo le ha causado este dolor.

Sus heridas tardaron es sanar más de lo que Ángel hubiera querido, quedarse en cama más tiempo hubiera sido la mejor recomendación, pero Demian no quiso seguir dependiendo del cuidado de su maestro. Le pesa en el corazón ver lo tan bueno que es para tratarlo ahora cuando antes lo acusó de ser un demonio lascivo y sucio.

Por eso, aun sin recuperarse del todo prefirió abandonar la habitación.

—Deberías seguir descansando, tus heridas aun no se recuperan, no te esfuerces en levantarte, puedes quedarte reposando todo el tiempo que necesites —señaló Ángel preocupado al apenas se acercó con un tazón de sopa.

Demian desvió la mirada.

—Estoy bien, no quiero seguir en cama, me incomoda… —respondió sin mirarlo.

Con ello Ángel se dio cuenta que aun no lo ha perdonado. Quisiera decir algo, disculparse, aunque entiende que sus palabras hirientes y su maltrato físico no sanaran con un par de disculpas.

Guardó silencio mirando la espalda de Demian. Quisiera acercarse y sostenerlo por la cintura para besarle el cuello y verlo sonreír como solía hacerlo antes. No quiere ver esa amargura en el rostro de su amante.

Le duele ver esa expresión.

Al final solo movió la cabeza en forma afirmativa antes de dejarlo solo en la cabaña. Demian suspiró apoyando sus manos en la cama sintiendo aun dolor en su cuerpo. Pero prefiere eso a seguir engañándose con la amabilidad de Ángel.

Volvió a su entrenamiento, evitando en lo posible a su maestro, solo conversación de su mejora en el uso de su aura, pero más allá de otras conversaciones triviales Demian las evitaba. Ángel tampoco lo buscaba. Era como si no fuera capaz de enfrentarlo, pero a la vez no se sentía arrepentido de lo que había hecho.

Esa confusión inquieta a Demian. Debería mejor volver a la ciudad, ir con su hermano Arturo y olvidarse de Ángel. Sería lo más sano. Pero tontamente se queda esperando algo que no pasará.

Quisiera escuchar que se explicara, aunque eso no signifique que vaya a entenderlo, no hay nada que pueda decir para entender la muerte de Caslu. Pero por lo menos ver un esfuerzo de él.

Su silencio en cambio es sentir que aun esas puñaladas siguen quemándole las entrañas.

Después de días Val al fin volvió, trajo algunos bonitos cacharros para Demian, ante la impaciente mirada de Ángel que ve como mima a su discípulo. Demian muy bien podía decir que no era un niño, pero los ojos se le iluminaban con cada cosa rara que aquel salvaje sacaba de su morral. Es como si la sombra oscura que ha tenido en su mirada desde que despertó luego del incidente con el demonio desaparece solo con la presencia de ese individuo. E incluso le sonríe al salvaje de una forma sincera como no lo ha hecho con él. Ángel carraspeó molesto sin que lo notaran y salió afuera.

Había llegado recién del pueblo, acababa de hablar con algunos campesinos que le contaron ver rondando cerca del rio, a un demonio de belleza exuberante y cabellos plateados. Y él sabe que el único demonio con esa característica es Betzu. Es seguro que aún sigue interesado en Demian y por eso no deja de rondar este lugar cuando ya podría haberse trasladado a una región más grande y hacer de las suyas. Aunque es entendible, miró por la ventana la expresión emocionada de su discípulo y sus ojos lucen tan claros y llamativos, en ese rostro delgado y limpio, que es claro que Betzu no dejará de perseguirlo hasta poseerlo siquiera una vez.

Supiera que sus intenciones van más allá de poseerlo se sentiría más inquieto de lo que ya se siente.

El demonio plateado está inquieto, su corazón no deja de latir acelerado, si fuera por él no lo hubiera dejado ir, pero sabe que retenerlo a Demian a la fuerza lo único que provocará es que se aleje de él.

El cazador se está dejando llevar más por su venganza que por el cariño que le tenga a su pupilo. El aire huele a sangre y eso es clara señal de que algo muy malo pasará. Lo percibe, sus miles de años lo hacen sentir que la noche será triste. Y solo quisiera entrar, matar a esos dos y llevarse a ese semi demonio consigo. Pero sabe que Demian no lo perdonaría. Es impaciente, nunca había esperado tanto por alguien como lo está haciendo por ese pequeño imprudente. Se ha vuelto viejo y tal vez blando... demasiado.

Por lo que volvió a su palacio seguido por sus dos fieles ayudante, el demonio grande de aspecto aterrador que arrastra un enorme martillo y la mujer demonio de aspecto sensual y delicado, pero más peligrosa que el primero. Entró a la sala de torturas mientras dos largos cuernos dorados hacen presencia en su cabeza y avanzaba por los pasillos con tal ansiedad y mal humor que ningún demonio se atrevió a atravesarse en su camino.

En la cabaña cenaron solo los dos, Ángel y Demian. Val se fue diciendo que quería pasar la noche en el cementerio seguro de esta vez haber encontrado la puerta al inframundo de los demonios insurrectos, por más que Demian le insistió en quedarse le prometió ir en la mañana a desayunar con ellos. A su lado su discípulo no sonreía, no había la misma expresión amigable que le dirigía a ese salvaje. Y cada vez que sus ojos se cruzaban la expresión taciturna se apoderaba del más joven.




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