La maldición de tus ojos

27. Despertando en el inframundo

Segunda parte

 

Tres días fueron los que Demian se ahogó en fiebre sin que Betzu pudiera hacer algo por aliviar el dolor. Tres días en los cuales, Zenquing, el medico demoniaco vino a verlo y no pudo más que darle calmantes al demonio plateado que perdía la paciencia ante sus palabras sin esperanzas. Aplicando la misma técnica de antes, transfusiones de sangre del demonio plateado.

El primer día, incluso a pesar de que Betzu sacó de su cuerpo la mayor cantidad de esencia de la flor maligna, las secuelas se hicieron presente apenas había vuelto al palacio. Sus sirvientes corrieron a buscar al médico y este se vio obligado a aplicar una técnica cruel e inhumana para poder salvarlo. Sus órganos estaban volteados por lo que tuvo que transparentar sus manos para atravesar su vientre sin abrirlo y luego tomar cada órgano, enderezarlos y ubicarlo en su lugar correcto. No existe anestesia capaz de aliviar el dolor que alguien siente ante esto.

Tuvieron que afirmarlo entre varios sirvientes, de sus brazos, de sus piernas, de todas las formas como pudieron sostenerlo, y en medio de sus gritos el médico trabajando. Betzu lo escuchaba desde su despacho, no le aconsejaron estar presente porque ver sufrir de esa manera a su esposo, no era lo adecuado. Pero él quería estar ahí, por lo que no dejó de pasearse en el pasillo frente a su habitación hasta que el médico salió.

La expresión preocupada del doctor no era lo que quería ver. Y aunque la técnica funcionó ahora les quedaba esperar que el mismo Demian diera de su parte, pues nunca antes habían probado esto en un semi demonio por lo que no sabían si lo resistiría. Y el demonio plateado sabía que confiar en sus ganas de vivir era aún más difícil, con el corazón roto de un amor traicionero ¿Cómo podría entrar a su inconciencia y decirle que no se rindiera?

Dé lugar a lugar corrían los rumores que la nueva reina elegida por el monarca de los demonios insurrectos agonizaba de fiebre, y el palacio se tornó más silencioso y sombrío de lo usual. Betzu no lograba tranquilizarse, había ganado frente a ese cazador, pero ¿Llegó demasiado tarde para salvar a Demian?

Sin embargo, el peor temor de los súbditos era que muriera. El demonio plateado no había tenido intenciones de casarse desde que la reina anterior, Eva, le fue infiel, incluso su rabia fue tal que muchos terminaron muriendo en sus manos solo por aparecer en el momento menos indicado, lo que para los humanos hubiese sido un día, para los demonios fue una eternidad, tener que ocultarse temblar ante solo sentir su presencia. Si ahora la segunda consorte moría no querían ni imaginar cómo se pondría su rey, de solo pensarlo temblaban.

Por eso los sirvientes corrían, llevando agua para bajar esa infame fiebre que lo ahogaba. Y Betzu velaba cada noche con una impotencia que no había sentido antes.

Finalmente, al cuarto día Demian abrió los ojos. No fue rápido y por unos momentos se quedó en la cama con la mirada fija en el demonio que, sentado cerca con el codo de su brazo apoyado a una pequeña mesa, y el dorso de su mano en su mejilla, parece estar pensando. Pero no es así, duerme. Su largo cabello plateado cae con elegancia por su espalda y entre sus hombros hacia adelante. Luce serio, tanto que por eso creyó que pensaba con los ojos cerrados. Sus largas pestañas del mismo tono que su cabello hacen sombra dándole mayor realce a un rostro bien proporcionado de tonalidad clara.

Demian confundido se sentó en la cama y solo ese esfuerzo fue como una punzada hiriente hacia toda su medula espinal. Pero no sé quejó con intenciones de no despertar a Betzu, más aún cuando no logra entender donde esta y las razones de estar en este lugar desconocido.

La habitación es amplia, incluso más que la que tenía en casa. Los ventanales muestran luz, el sol entra hacia el piso reflejando las tímidas motas de polvo que flotan en el aire.

Este lugar sea lo que sea no parece ser el inframundo. Es gracioso de cierta forma que siendo el hijo del dios del infierno nunca haya visitado ese lugar y sus conocimientos solo se basen en el folclore popular.

La decoración es muy rica y elegante, de alfombras de tono rojizo y largas cortinas del mismo color. Colgantes dorados y muebles bien colocados en su lugar. Y por supuesto ese demonio silencioso que parece darle un mayor realce a la majestuosidad del ambiente.

Demian no recuerda bien lo que pasó, pero bastó con la incomodidad del cuerno en el lado izquierdo de su cabeza para darse cuenta de que no fue una pesadilla, todo lo que pasó con Ángel si sucedió. La amargura subió por su pecho.

Por lo menos su ojo izquierdo parecía haberse recuperado, no estaba ciego como antes. No sabe que la sangre de Betzu le había ayudado a recuperar su ojo, el médico debió verterla en su pupila agonizante. Aunque no pudo recuperar el tono turquesa de antes y se quedó en un color negro, habían logrado devolverle la vista.

Suspiró para darse ánimo y volver a sentarse y así pensar ¿Qué hará de ahora en adelante? ¿No hubiera sido mejor haber muerto?

—No deberías aun forzar tu cuerpo, debiste esperar que te ayudara —al escuchar esa voz se dio cuenta que ahora el demonio plateado, aun manteniendo la misma posición de antes, lo mira seriamente—. Traerte de nuevo a la vida no fue fácil para que seas así de descuidado.

Escuchar esa reprimenda no fue de su agrado y desvió la mirada, molesto.

—No era necesario que hicieras eso, no te lo pedí, es más recuerdo que incluso te pedí que me mataras —musitó llevándose la mano al pecho al sentir dolor en su interior.

Betzu se colocó de pie caminando hacia la cama. Demian miró fijamente cada uno de sus movimientos, por más que lo ha ayudado no se fía aun del todo de él. Ya fue traicionado por la persona en quien más confiaba ¿Quién le puede asegurar que no pueda volver a ser herido? Pero el demonio tomó la mano que Demian tenía en su pecho, para entrelazarla a la suya. Y se acercó tanto como si fuera a besarlo.




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