La maldición de tus ojos

38. Un brote de durazno

Demian respiró agitado luego de llegar al éxtasis, aun atrapado en los brazos del demonio plateado entrecerró los ojos cansados mirando como una campana de viento se agita con suavidad mientras el viento entra a la habitación.

—Nunca pensé que pudiera existir un lugar como este —susurró adormilado cerrando los ojos.

Betzu dirigió su mirada hacia la ventana, la tranquilidad rodea al palacio como desde hace años no lo hacía. Incluso ni siquiera en los primeros meses que se casó con Eva podía sentirse de esta misma forma, Demián es especial, nunca había sentido nada así por nadie. Él un poderoso monarca, cruel con sus enemigos y los traidores, que transformó lo que antes era caos e infierno en un reino prospero donde nadie es capaz de oponerse a sus órdenes, hoy sostiene entre sus brazos a alguien que le parece tan frágil como una de sus joyas más valiosas.  Ni siquiera quiere imaginarse lo que sería su vida ahora sin tenerlo a su lado.

Le besó la mejilla y eso hizo que Demian abriera un poco los ojos solo para sonreír y volver a cerrarlos. Acarició la parte de su rostro dañado, que aun cuando se ha recuperado han quedado marcas que siempre lo acompañaran, luego besó su cuerno aprisionándolo con más fuerzas entre sus brazos.

—Nunca dejaré que nadie vuelva a dañarte, siempre estaré aquí, y si mueres me iré contigo a donde vayas, te perseguiré tanto en esta vida como en las otras —le susurró con una sonrisa maliciosa.

Demian se rio sin abrir los ojos.

—Te puedo denunciar por acosador —respondió.

Betzu pestañeó sorprendido y luego volvió a sonreír.

—Entonces prométeme que te quedaras aquí por siempre, a mi lado —habló apoyando su cabeza en su pecho—, dime que nunca abandonaras este palacio, que vivirás aquí conmigo sin abandonarme jamás.

Demian entreabrió los ojos, preocupado. No es que este lugar no le guste, ni que estar al lado de Betzu no ha sido lo mejor que le ha pasado en la vida, pero extraña a su sobrino, a su hermano y a su cuñada. Sin embargo ¿Si le dice eso lo tomará mal?

—¿Qué pasa? —el demonio lo contempló preocupado.

—Mi hermano una vez me dijo que nosotros los Akunis, los hijos de los dioses, podemos vivir hasta 300 años, a diferencia de los humanos que viven hasta los 80 y los demonios cuya vida dura miles de años —sus ojos claros se detuvieron en el rostro de Betzu antes de tomarlo entre sus manos—. Soy semi demonio y semi dios, eso quiere decir que mi vida puede extenderse por miles de años, pero mi hermano no… o sea lo que quiero decir es que…

Betzu sonrió.

—Puedes verlo, no porque te pida quedarte a mi lado significa que debas cortar los lazos con quienes amas, solo debes tener cuidado, quiero que primero aprendas a ocultar ese bonito cuerno que tienes antes de subir a la superficie, no quiero que te arriesgues a que un cazador te haga daño… —quería agregar algo respecto a quien le provocó ese daño, pero prefirió callar—. Me preocupa más la reacción de tu padre, que su hijo se haya casado con un demonio insurrecto, un rebelde contra sus leyes, puede que sea nuestro mayor obstáculo.

Demián desvió la mirada antes de sonreírle con tristeza.

—A mi padre, Hades, jamás le ha preocupado lo que yo haga, de sus hijos varones soy el menos preciado. No nací con las mismas habilidades que mis hermanos ni soy el hijo de una mujer apreciada como lo fue la madre de mi hermano mayor, Arturo.

Betzu quisiera creer que Hades no hará nada. Aunque no entiende como no puede querer a un hijo como Demián. Es un ser noble, con un corazón demasiado sincero e ingenuo pero que es parte de su misma especial esencia. Y eso de que no tiene poder es simplemente porque es una gema sin pulir. Xankuxy, la espada negra, no aceptaría como su amo a alguien débil y si lo ha elegido es que ve más allá de la apariencia.

—Hoy en la noche celebramos el día de la liberación —habló jugueteando con los dedos de su mano—. ¿Quieres ser mi acompañante?

Demian lo contempló confundido.

—Es el día en que pudimos liberarnos de Hades y formar nuestro propio reino, no lo sabes, pero tu marido fue el mejor guerrero, incluso capaz de enfrentarse a un dios como tu padre —señaló con orgullo.

—Lo creo —respondió sonriendo con cierta actitud coqueta—. Bien, te acompañaré, es bueno ir conociendo más este lugar.

—Es bueno que todos conozcan más a quien se ha encargado de los temas económicos haciendo que nuestro reino está siendo más próspero y controlado —señaló—, y también conozcan a la persona más importante para su rey.

Demian desvió la mirada, avergonzado. Enfrentarse a todos los súbditos de Betzu sabe que no será fácil, se da cuenta que no es aceptado por todos, aunque los sirvientes han sido buenos con él, no fue así con la primera sirvienta que intentó mandarlo a morir en el bosque de las bestias. Endureció su mirada, no está dispuesto a dejarse amedrentar.

—Y quien se atreva a mirarte mal le arrancaré los ojos ahí mismo —habló Betzu amenazante.

Lo quedó mirando sin saber si lo dice en serio o no. Al final solo sonrió.

 

La celebración del día de la libertad es más grande de lo que hubiera esperado. Han decorado cada rincón del palacio con faroles de colores, papel recortado con diseños variados, cintas de tonos brillantes que cuelgan cerca de cada puerta. Y muchas flores en cada pasillo. No pudo evitar observar cada detalle con curiosidad viendo como los trabajadores se mueven de un lugar a otro y solo se detienen a inclinar su cabeza en forma respetuosa ante Demian.

—¿Qué es eso? —preguntó a Kepac, el demonio con el martillo que no ha dejado de seguirlo, aunque no carga con su arma como suele hacerlo cuando va en batalla.

Lo que pregunta es por una extraña lampara con hilos de colores colgando en el tejado.

—Es un suertedero —le respondió el demonio antes de tomarlo y alzarlo para que pueda alcanzarlo—, tome uno de los hilos colgando y le dirá su fortuna.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.