La maldición de tus ojos

41. Sorpresivo encuentro

Doña Coral se paseó inquieta en la habitación de invitados viendo al ex general Arón toma su enorme alabarda mientras se mira al espejo sonriendo confiado.

—¿Está seguro de poder ganarle a su majestad? —preguntó la anciana preocupada.

El hombre se volteó hacia ella alzando ambas cejas sin gesto de inquietud. Su cabello azabache y sus cejas bien dibujadas lo hacen lucir como un gallardo caballero a punto de salir a defender el honor de alguna dama.

Aunque la verdad solo lo hace por divertirse.

—No nos queda otra opción si queremos que el cabeza dura de Betzu entienda que debe tener un heredero, ya tendrá toda la vida para jugar con su interesante reina —dicho esto cruzó los brazos sin dejar de sonreír—. ¿A dónde sacó a un demonio tan atractivo como ese?

—Ese pequeño semi demonio solo vino a causar problemas —la mujer arrugó el ceño con evidente desagrado.

Arón se acercó con expresión risueña.

—Entonces eso lo heredó de su madre ¿No lo cree?

Ante estas palabras sintiéndose ofendida la mujer calló. Si una pupila que crio y enseñó para ser la futura reina fue capaz de serle infiel e incluso huir tras su amante, no solo ella se llevó esa vergüenza y deshonor, como su tutora tuvo que aguantar que la señalaran con un dedo culpándola. Sino fuera por el rey que la protegió y le dejó mantener su lugar pese a la falta de su pupila hoy no podría siquiera levantar la cara frente a todos.

 

Betzu contempló preocupado la palidez del rostro de Demian que seguía durmiendo. Acarició su mejilla tensando su mirada, hasta ahora el médico no ha podido dar con la causa de su debilidad y día a día siente que empieza a perderlo por más que busca retenerlo entre sus brazos.

Nunca pensó que su compañía podía ser tan efímera como una pluma flotando en el aire.

La impotencia le carcome las entrañas, y por primera vez siente que de nada le sirve tener tanto poder y riquezas si lo único que quiere lo está perdiendo tan rápido que incluso tiene miedo de un día despertar y darse cuenta de que a su lado solo queda un cascarón vacío.

Las pestañas de Demian temblaron momentos antes de abrir sus ojos y su mirada logró retener el dolor en el rostro ajeno. Betzu sonrió de inmediato intentando esconder su temor y le besó la frente antes de levantarse de la cama a alistarse a su duelo con su viejo amigo.

No está dispuesto a perder, por Demian no debe hacerlo, aunque su joven esposo finja que no le molesta que tenga un par de concubinas como todos le piden, se pudo dar cuenta en la fiesta de la tristeza de su rostro al ver a esa mujer ofrecerle una copa.

—Sigue durmiendo no quise despertarte —le habló en tono suave acariciándole la mejilla.

—Quiero ir contigo —respondió sentándose en la cama—. No te dejaré solo en esta situación.

Betzu lo contempló con fijeza para luego sonreír y rodearlo con sus brazos.

—Voy a estar bien y ganaré no tienes que preocuparte, soy el demonio blanco, el más poderoso demonio único capaz de enfrentarse a tu padre —señaló con orgullo—. Por eso no es necesario que vengas, prefiero que descanses.

Demian al sentirse libre de la calidez de esos brazos se aferró a las sabanas mostrando su descontento, Betzu detuvo sus pasos al notarlo y estaba a punto de preguntar la razón cuando el joven demonio habló antes.

—Es necesario, porque esto lo haces por mí, aunque no pueda pelear a tu lado déjame estar ahí para sentir que no soy solo una carga sobre tus hombros —bajó la mirada arrugando el ceño.

Betzu devolvió sus pasos apoyando sus manos sobre los puños de Demian que sigue aferrado a las mantas. La calidez del contacto de su piel hizo que las manos de su pareja se aflojaran y alzara la mirada.

—Está bien, pero mantente a una buena distancia y si te sientes mal vuelves a la habitación ¿Lo prometes?

 

Ayudado por su joven sirviente Demian se vistió de forma menos llamativa, su idea es estar ahí sin llamar la atención, pero aun así se ve obligado a llevar un distintivo sobre su cabeza en actos públicos que revelan su rol como consorte del rey.

Arón que caminaba por el mismo pasillo se encontró de frente con la pareja de su amigo, y no pudo evitar alzar la mirada con intenciones de inclinar la cabeza en caso de respeto. Sin embargo, le fue imposible no detener sus ojos en ese rostro limpio y pálido cuyos ojos claros se han abierto de forma que hacen lucir a sus pestañas más largas, una expresión inocente que contracta con la mirada altanera del joven demonio.

—Su majestad, consorte del rey Betzu, mis respetos por su presencia. No sabía que hoy al levantarme tendría el honor de encontrarme con tan bella dama al comenzar el día —exclamó inclinando la cabeza con exagerada cortesía.

Por eso mismo Demian y el joven demonio sirviente se miraron sin saber que le pasaba.

—Por si no lo sabes soy hombre —respondió Demián sintiéndose algo ofendido por ser tratado como mujer.

No es la primera vez que le pasa, pero ese tipo frente suyo ha pedido un duelo a Betzu y eso no se lo puede perdonar.

 

—Lo sé —señaló con una sonrisa irónica antes de enderezarse—. Pero suena excitante tratarlo de esa forma ¿O no le parece mi joven príncipe del infierno?

Demian tensó su mirada, hace años que no lo llamaban así, pero cuando niños recuerda que tanto a su hermano como a su hermana le solían llamar de esa forma por ser los hijos principales del Dios Hades.

—¿Tiene un problema con que sea la pareja de Betzu? —preguntó endureciendo la mirada—. Ni siquiera en la superficie existe esa discriminación.

Arón alzó sus cejas fingiendo sentirse confundido.

—¿Habla de ese mundo donde los hijos de los dioses abusan de los humanos sometiéndolos a todo tipo de vejámenes y abuso? ¿O usted era distinto a ellos? —el ex general le habló con falsa inocencia.

Aunque imaginarse a tan exquisita criatura atormentando a otros y sometiéndolos a torturas con su rostro salpicado de sangre es emocionante.




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