Sssss, sssss sonaban las hojas de los árboles mientras se mecían en esta fría y oscura noche. ¿Quién lo diría? De un día para otro, me encontraba caminando por este oscuro bosque, dirigiéndome a un pequeño pueblo del que jamás había oído hablar. Si no fuera por esa carta, jamás estaría aquí.
Esa carta...aún la llevaba en el bolsillo de mi abrigo, había llegado sin remitente, escrita en un papel amarillento, y con una caligrafía que parecía sacada de otro siglo. Decía poco, apenas unas líneas, que parecían más una orden invitación:
"Ha pasado mucho tiempo ya. Es hora de regresar a tu hogar. Debes venir a la mansión. El tiempo apremia. Tu linaje te lo exige."
Leí esas palabras innumerables veces durante el viaje, intentando descifrar su significado. Mi linaje...Nunca había conocido a mi familia biologíca. Había crecido en un orfanato, y más tarde en hogares de acogida.La ideas de tener un hogar parecía tan lejano como absurda, pero algo en esas palabras despertaba una sensación de urgencia que no podía ignorar.
Mientras me acercaba al pueblo, el silencio era abrumador. No se escuchaba ni el más leve sonido. La ciudad parecía olvidado por el tiempo, rodeada por un bosque donde en esta noche sombría, cada árbol parecía más aterrador que el anterior.
Poco a poco, comencé a ver algunas caras, pero ninguna me recibió con alegría; más bien,me miraban con extrañesa y desconfianza. Algunos cerraron sus puertas al verme pasar, como si mi presencia fuera un mal augurio. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, pero continúe avanzando hasta ver un restaurante al final de la calle principal.
Al entrar, el ambiente era aún más tenso. Las pocas personas que estaban allí voltearon a mirarme, y sus murmullos cesaron de inmediato. Caminé hasta el mostrador, donde una mujer con un delantal desgastado, cuyo nombre parecía ser Lía, se acercó a atenderme.
—¿Qué desea? —preguntó con voz baja, casi susurrando.
—Solo un poco de agua —respondí—. No tengo dinero.
Lía me sirvió un vaso, pero no se movió. Sus ojos reflejaban una mezcla de curiosidad y temor mientras me observaba con atención.
—¿A dónde te diriges? —preguntó con cierta cautela, como si ya supiera la respuesta.
—A la mansión Zaldaña —respondí, sin saber que esas palabras cambiarían el ambiente.
El silencio en el lugar se volvió aún más opresivo. Lía me miró horrorizada y dio un paso atrás, como si al mencionarlo hubiera traído algo oscuro al restaurante.Tras un momento de duda, murmuró:
—Los pocos viajeros que se atreven a acercarse a esa mansión hablan de sombras que se mueven tras sus ventanas…y de aullidos que provienen del bosque. Nada bueno puede salir de adentrarse en ese lugar.
La advertencia quedó resonando en mi mente mientras salía del restaurante. Miré hacia el bosque que rodeaba el pueblo y sentí que las palabras de Lía cobraban vida. El aire parecía más pesado, y las sombras entre los árboles parecían moverse, aunque sabía que era imposible.
Sin embargo, no tenía opción. La carta era clara, y una extraña fuerza me impulsaba a continuar. Lo peor estaba por venir: debía adentrarme aún más en el bosque. Allí, entre la neblina y las sombras, se alzaba la antigua mansión Zaldaña, cuya imponente estructura parecía desafiar las décadas de abandono.
Mientras más me acercaba, sentía algo extraño, como si la mansión me llamara. Un sentimiento familiar se apoderó de mí, aunque no podía explicarlo. Era como si este lugar, que jamás había visto antes, formara parte de mí.
Finalmente, llegué. La mansión era aún más imponente de cerca. Sus paredes estaban cubiertas de hiedra, y las ventanas, aunque rotas en su mayoría, parecían observarme como ojos vacíos. Subí los crujientes escalones del porche y, casi hipnotizado, empujé la puerta principal.
El interior era aún más desolador. El olor a humedad y polvo invadió mis sentidos, mientras mis pasos resonaban en el suelo de madera desgastada. A mi izquierda, un enorme candelabro colgaba del techo, sus velas apagadas pero cubiertas de cera derretida, como si alguien las hubiera usado recientemente.
Lo primero que captó mi atención fue un viejo reloj en la pared. Estaba detenido exactamente a la medianoche, como si hubiera estado esperando mi llegada. Miré a mi alrededor: las paredes estaban cubiertas de retratos antiguos, cuyos ojos parecían seguirme. Cada rostro parecía más familiar cuanto más los observaba, como si pertenecieran a un pasado que no recordaba.
Un ruido repentino rompió el silencio. Provenía de las escaleras que conducían al piso superior. Una figura apareció desde las sombras. Era un hombre alto, de cabello oscuro y ojos de un extraño color verde, que me observaba con una mezcla de sorpresa y escepticismo.
—¿Tú…? ¿Eres tú realmente? —dijo, como si no pudiera creer lo que veía.
Su voz tenía un eco extraño, como si viniera de algún lugar lejano. Antes de que pudiera responder, sentí un fuerte mareo. El mundo comenzó a girar, y las sombras a mi alrededor parecieron alargarse y moverse, como si estuvieran vivas. Intenté aferrarme a algo, pero mis piernas cedieron, y todo se volvió oscuro.
En ese momento, escuché un susurro, una voz que no reconocía pero que me resultaba extrañamente cercana:
—Bienvenido a casa.
Lo último que pensé antes de perder la conciencia fue: ¿Qué me espera aquí? ¿Qué me espera a mí, Marcos Zaldaña?
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Editado: 03.01.2025