Karol Stacy podía ser una mujer sumamente persuasiva con tal de lograr sus objetivos. Viuda, sin descendencia y con una importante fortuna, heredada de su ex marido, tenía todo lo que podía desear. O eso parecía. En realidad, el deseo más profundo de Karol se había comenzado a formar luego de la muerte de su marido, Alvin, y la vida se encargó de negárselo una y otra vez: un hijo. Sólo uno.
Había intentado en numerosas ocasiones concebir, pero no lo consiguió. Al final, se limitó a aceptar la realidad de la que sospechaba desde su primer matrimonio: la que no podía tener hijos era ella. Y convivió con ese dolor, hasta que una de sus vecinas, la señora Wilson, tuvo una hija.
La familia Wilson no era ideal, pero tenían todo lo que necesitaban: amor y felicidad. Se decía que el marido de Brenda Wilson, el señor Máximo Wilson, había adoptado a su sobrino cuando era apenas un niño, salvándolo de la soledad que implicaba ser huérfano. Lo crió como a su propio hijo y, cuando conoció a su amada, ella no dudó en tratarlo de la misma forma. Pero, en ese momento, las cosas habían cambiado.
Con el nacimiento de la niña, todos en esa casa estaban emocionados. Todos, menos Alex. El pequeño Alex Wilson, el niño con más suerte del mundo, acababa de ser opacado por una bebé con enormes ojos azules y piel blanquecina. Él la odiaba. Tenía a penas seis años, y creía que nada podía ser más desagradable que ella. Sky. Ignoraba todo lo que la niña hiciera con el fin de restarle la importancia que sus padres le daban, pero no tenía éxito. No lograba que recibir la misma atención.
Cuando Sky cumplió un año, Alex se enteró de que, en realidad, él no era el hijo de su padre. Y, más tarde, de que tampoco era su sobrino, como en el pueblo se comentaba. En realidad, Máximo lo había rescatado de la calle. El niño ni siquiera tenía nombre porque lo habían abandonado y él lo encontró envuelto en un bote de basura. Lo había escuchado por pura casualidad de camino a una tienda, y frenó. Y lo salvó. Esa era la única verdad. Cruda y dolorosa.
Mientras asumía esa información, Sky insistía en formar parte de su vida. Lo perseguía por toda la casa en busca de juegos y diversión, ignorante de que él, en realidad, no estaba interesado en formar ningún vínculo con ella. La seguía odiando. Y, en ese momento, aún más. ¿Por qué ella sí tenía padres, y él no?
Y una tarde, todo cambió.
Karol había observado durante mucho tiempo los movimientos de la familia Wilson. Conocía sus horarios, sus costumbres y sus relajos. Había prestado mucha atención, constante y minuciosamente, con el único fin de llevar a cabo su plan. Un plan que la libraría de envejecer sola y aburrida, aislada del mundo.
Editado: 26.01.2022