Brenda Wilson nunca había sido una mujer de carácter fuerte. Más bien, todo lo contrario. Su dulzura y suavidad eran dos cosas que la caracterizaban. Siempre lograba respirar hondo para aliviar la tormenta que amenazaba con explotar en su interior desde que había perdido a dos de las personas que más amaba.
Cuando Sky desapareció, había enloquecido. Su desesperación la llevó a hacer cosas que, naturalmente, jamás hubiera hecho. Como perderse en el alcohol, o despertarse durante las madrugadas con la necesidad de salir a las calles y recorrerlas con la esperanza de encontrarla. No había paz en su corazón, y Max no sabía cómo hacerle entender que, con el pasar de los años, era cada vez más difícil hallarla. Incluso llegó a decirle, en un arrebato de furia, que no volverían a verla. Y esos arrebatos, en los últimos años, ocurrían con frecuencia. Max estaba enfurecido con el destino, la vida, o lo que fuera que los había empujado a esa pesadilla. Su matrimonio se había deteriorado, pese a todo el amor que se tenían, y ya no se hacían felices. Él intentó, en más de una ocasión, seguir adelante. Junto a ella. Pero Brenda se negaba a aceptar que Sky ya no estaba. Necesitaba encontrarla. Lo anhelaba con el alma.
Cuando Max murió, una parte suya se marchó con él. No tenía consuelo. A pesar de los años de peleas y dolor, ella lo adoraba. Lo amaba. Él era su compañero, y no pudo decírselo. Era algo con lo que debió aprender a vivir.
Sola, en una casa enorme y con el recuerdo de dos ausencias en cada rincón de la propiedad, estaba destinada a perder la razón. A renunciar a la esperanza que la mantenía con vida cada día desde que ella había desaparecido. No tenía otra opción.
Pero, cada vez que estaba a punto de dejarse caer, un nuevo sueño la arrastraba a la superficie, donde respiraba nuevamente. La convicción de que su hija continuaba con vida era mucho más fuerte que la desesperanza, y a eso se anclaba. A un simple presentimiento, que por momentos cobraba más fuerza que nunca.
Y, aquel día, cobró esa fuerza.
Brenda, al igual que Max, no dejaba de revisar los perfiles de Facebook. Estaba segura de que, en algún momento, su rostro aparecería en la pantalla. Y así fue.
En el momento exacto en el que Brenda presionó esa tecla, sintió que su mundo temblaba y que todas las paredes que se habían formado a su alrededor se derrumbaban. Sintió en su pecho el peso de una roca y el aire abandonó sus pulmones durante un instante.
Era ella. No había dudas. Era Sky.
Con las manos temblorosas y las lágrimas inundándoles los ojos, continuó revisando las fotos de aquel perfil. Con cada imagen, las esperanzas de Brenda se hacían cada vez más grandes y la felicidad que hacía mucho tiempo había abandonado su vida la abrazaba con fuerza, negándose a soltarla.
Había encontrado a Sky, y no podía salir de su ensimismamiento.
Llamó a Alex por segunda vez en el día pero, en aquella ocasión, para compartir con su hijo la euforia que sentía. El corazón no podía latirle más de prisa, y apenas podía pronunciar palabra, pero él sabría entenderla.
Al segundo tono, él atendió.
-Mamá -saludó, con la voz apagada.
-Alex...
-¿Mamá? ¿qué sucede? -preguntó, alarmado.
-La he encontrado -susurró-. Encontré a Sky. Tienes que venir. Por favor, ven.
Alex no necesitó oír más. Cortó la llamada y buscó en su teléfono el primer vuelo a Florida. El corazón se le aceleró gracias a la esperanza. ¿Era cierto? ¿su madre había encontrado a Sky? ¿cómo? Tenía millones de preguntas dando vueltas sin parar en su cabeza y necesitaba respuestas pero, sobretodo, certezas. No estaba seguro de poder aguantar otra decepción más, y estaba convencido de que su madre no lo haría.
Deseaba que aquello fuera cierto. Deseaba, con todo su corazón, que su madre realmente se reencontrase con su hija.
Alex llegó a medianoche.
Abrió la puerta con inquietud, nerviosismo y miedo, pero con pasos firmes y valientes. En el recibidor se encontró con su madre y todo el equipo de investigación que había trabajado para ella durante aquellos años. Ella, en cuanto lo vio, suspiró con alivio y corrió a abrazarlo.
-Menos mal que estás aquí, Alex -le aseguró, sin parar de temblar.
Él intentaba, con todas sus fuerzas, no caer en el abismo de la esperanza. Debía mantenerse sereno y objetivo, porque de esa forma lograría sostener a su madre si ella se llevaba otra decepción. Ambos debían sostenerse la mano y rezar para que todo aquello fuese cierto.
-¿Cómo la encontraste? -preguntó cuando se separaron.
Ella lo miraba con tanta ilusión que él no pudo hacer más que sentir en su pecho una calidez infinita. Era una felicidad contagiosa, y nada lo hacía más feliz que verla sonreír.
-Revisé los perfiles de Facebook -le explicó con dificultad. La euforia apenas le permitía pronunciar las palabras correctamente, y era tan comprensible que dolía-. Y la vi. Su foto. Es ella, Alex, estoy segura.
-Bien, muéstramelo.
La siguió a la cocina, donde estaba su móvil. Alex sentía los pálpitos de su corazón en la garganta.
Cuando Brenda puso la dichosa foto frente a sus ojos, el mundo del joven se derrumbó. Su sonrisa desapareció y, en cambio, sintió como un balde de agua congelada caía sobre sus hombros, helando cada uno de sus músculos.
-No... ella no es... -logró decir.
-Claro que sí, Alex. Jamás me confundiría -le aseguró Brenda, sin salir de su júbilo.
Millones de pensamientos se instalaron en su cabeza, y miró con más atención la foto. Luego, dirigió su mirada al rostro de su madre. Y repitió esa acción varias veces.
Y su mundo se detuvo.
Sky le recordaba a su propia madre. Por eso su rostro le resultaba familiar. Por eso creía haberla visto con anterioridad.
-Mamá... he estado con Sky esta misma mañana -dijo, tragando saliva. Clavó sus ojos verdes en esos ojos azules que lo hacían recordarla.
Editado: 26.01.2022