Karol Stacy no había tenido una infancia difícil. De hecho, al ser la única mujer entre tres hermanos varones, siempre había tenido todo lo que quería. Su familia no era rica, pero estaba lejos de ser pobre. Estaban bien acomodados gracias a que su padre, el señor Dylan Stacy, era un reconocido doctor del estado de Texas y su madre, la señora Evelyn, una enfermera dedicada. El matrimonio volcaba su vida al trabajo y, para el cuidado de sus cuatro hijos, contaba con un gran número de niñeras y animadores, o sea que poco era el tiempo que pasaban con ellos. Aún así, los hermanos Stacy eran muy unidos, y se cuidaban los unos a los otros. El mayor, Ciro Stacy, era el encargado de vigilar a los demás y de asegurarse de que no se metieran en problemas; los otros dos, Ethan y Evan, se limitaban a hacer de las suyas junto a Karol, la pequeña revoltosa que siempre buscaba llamar la atención.
Así las cosas, Karol creció en compañía absoluta y total de tres hombres que la adoraban con su vida y, para los consejos femeninos, tenía a sus niñeras que la amaban con locura. No se podía decir que Karol hubiera sufrido el abandono de sus padres, porque había ganado con creces algo mucho más importante, según ella: el compañerismo y confianza de sus tres hermanos.
Pero, para su desgracia, esos tres jóvenes fueron los únicos hombres que Karol había amado.
En cuanto tuvo edad para enamorarse, notó algo que cambió su vida por completo y la orilló a aislarse del resto. Se sentía extraña y creía que lo que sentía estaba terriblemente mal, así que decidió no compartirlo con nadie. La única amiga que tenía, Katia Holmes, se había convertido más pronto que tarde en el objeto de su deseo y cariño especial. Un cariño que, hasta el momento, no había llegado a sentir por ninguna otra persona.
Sus padres habían dejado clara su postura ante lo que ella sentía. No porque ella hubiera sugerido, alguna vez, haberse enamorado de alguna mujer, sino porque era algo cada vez más hablado en la sociedad y todo el mundo se sentía con la soltura de expresar con contrariedad. Según el señor y la señora Stacy, enamorarse de alguien de su mismo sexo era una aberración, y debía ser tratado como una enfermedad mental.
Creyéndose enferma, Karol se apartó de Katia y no volvió a saber de ella. No había querido darle explicaciones ni a ella, ni a sus hermanos, que no tardaron en darse cuenta de que su amiga ya no iba a visitarla. Se aisló por completo, refugiándose en su soledad, aquella que no la juzgaba ni la reprimía. Allí, en su mundo, Karol podía gritar lo que sentía y nadie le tomaba importancia. Era una mujer, enamorada de las mujeres, que no tenía la obligación de escudarse ante el ojo de ningún juez sin título.
Los años pasaban, y la esperanza de Karol se fue desvaneciendo con una lentitud agobiante. Sus hermanos, uno por uno, habían comenzado a hacer su vida, dedicándose a sus sueños y formando sus caminos. Dos de ellos se casaron y, con la bendición del primer hijo, se fueron de la ciudad. Evan, el tercer hijo, tomó la decisión de dedicarse al arte y renunciar a la posibilidad de una familia para volcarse de lleno en su pasión. Naturalmente, también se fue de la ciudad. Por último, al matrimonio Stacy le resultó extraño que su hija menor no siguiera los pasos de sus tres hermanos, y arreglaron un matrimonio conveniente con el hijo de un colega de Dylan. Lo hacían por su propio bien, con el fin de protegerla de la soledad que implicaba ser una solterona. O eso le repetían incansablemente.
Ese fue el comienzo de una vida miserable. Karol no pudo evitar casarse con el insípido Harry, un joven que, con el paso de los años, se convirtió en un hombre despreciable que únicamente buscaba la aprobación de su padre en cuanto al estilo de vida que llevaba. Doctor, también, y con muchas ambiciones, a Harry sólo le faltaba algo: un hijo.
Karol se negaba una y otra vez a acostarse con aquel ser repugnante, y a él no le quedaba más remedio que forzarla. Con el tiempo, comprendió que le era imposible concebir. Ella no se embarazaba, y la frustración lo llevó a la ruina. Comenzó a beber por las noches intentando contener la ira por haberse casado con una mujer inútil. Comenzó a descontrolarse por el día, violentándose cada vez que ella intentaba dirigirle la palabra. Y, finalmente, comenzó a intentar terminar con su vida. Hasta conseguirlo.
Karol no lloró cuando lo encontró en su estudio, rodeado de sangre y con el arma en su mano. Simplemente, se llevó una mano a la boca y sintió, por primera vez, el sabor del terror y el miedo. Y con eso convivió durante aquellos años de soledad y calma. No había novedades, pero el grito desgarrador que reprimió al ver a Harry en el suelo la persiguió durante muchísimas noches. Demasiadas.
Sus padres, los señores Stacy, se lamentaban por su hija menor. Si bien ambos estaban ocupados en sus respectivos empleos, cada noche, durante la cena, mencionaban la suerte de sus hijos varones y la desgracia de su única hija. ¿Cómo podía ser que se quisiera mantenerse viuda, con la belleza y elegancia que la caracterizaba?
Pero, para su sorpresa, después de largos años de soledad, Karol conoció a Alvin. Un hombre hermoso, amable y gentil que se enamoró de ella en cuanto posó sus ojos sobre su rostro. La había conocido en una exposición de arte, en una de las tantas a las que ella solía asistir para recordar a su querido hermano, Evan, que se había alejado del mundo para cumplir sus sueños. Allí lo vio y, naturalmente, no sintió nada por él. Pero sí le agradó, y eso era suficiente.
Karol terminó adorando a Alvin. Eran buenos amigos, y él siempre hacía todo lo posible por su felicidad. Se merecía el cariño y el respeto que ella, únicamente, podía ofrecerle y así fue. No tardaron mucho en casarse. Él era el hombre más feliz del mundo, en compañía de una mujer extraodinaria. Con esos ojos la veía. Karol, por su parte, intentaba con todas sus fuerzas enamorarse de Alvin. Lo intentó. Pero no fue posible. Lo quería, por supuesto, pero no de la misma forma que él a ella. Y eso la atormentaba cada noche, cuando aceptaba hacer el amor con él, pero no sentía nada. Su corazón no latía como el de él cada vez que la acariciaba, y su boca no ansiaba chocar contra la suya. No lo amaba y Alvin, por el contrario, lo hacía con locura.
Editado: 26.01.2022