La manzana prohibida

Capítulo 2 — Heridas dormidas

No pude dormir esa noche.

Me pasé horas mirando el techo, repasando cada palabra, cada gesto, cada segundo junto a Milo en el muelle. Había algo en su cercanía que no me dejaba respirar. Como si me hubieran quitado el suelo bajo los pies y, en lugar de caer, me hubiese quedado flotando en una especie de limbo. No dije nada. No hice nada. Pero mi cuerpo hablaba otro idioma cuando él estaba cerca.

Y eso me asustaba.

A la mañana siguiente, la ciudad amaneció envuelta en una niebla espesa, como si incluso el clima se negara a mostrar las cosas con claridad. Me até el cabello en un moño desordenado, me puse mi abrigo beige y salí sin desayunar. Necesitaba caminar, pensar, desenredar la maraña de emociones que Milo había revuelto sin siquiera tocarme.

Terminé en la cafetería de siempre. Esa pequeña esquina con aroma a vainilla y libros viejos, con tazas que no combinaban entre sí y la barista pelirroja que siempre sonreía de más. Me senté junto a la ventana, pedí un café negro y abrí mi cuaderno de boda, aunque no escribí nada.

No podía.

—¿Te molesto si me siento? —dijo una voz que me hizo apretar los dedos sobre el borde de la mesa.

Levanté la vista y ahí estaba otra vez.

Milo.

Con su campera de cuero gastada, su mirada seria y ese aire de quien siempre parece estar en un lugar y, al mismo tiempo, en ninguno.

—¿Me seguiste? —pregunté, intentando sonar irónica. No lo logré.

—No. Zoe me dijo que solías venir aquí. Quería verte —confesó sin rodeos.

El nudo en mi estómago creció. Asentí, sin saber si era una buena o mala idea permitirlo, pero no hice nada para evitarlo. Se sentó frente a mí y pidió un espresso. Su café llegó antes que el mío, como si incluso el universo le estuviera dando prioridad.

—¿Y bien? —le dije, buscando ocultar el temblor en mi voz.

—No dormí anoche.

—Yo tampoco.

Un silencio denso se instaló entre nosotros. Lo miré a los ojos, pero fue un error. Siempre fue un error. Porque en ellos encontraba preguntas que nadie más se atrevía a hacerme. Preguntas que yo tampoco sabía responder.

—¿Por qué te fuiste así? —le pregunté finalmente.

Él bajó la mirada. Sus dedos trazaron círculos sobre la superficie de la taza.

—Porque te amaba —dijo, tan bajo que casi no lo escuché.

Mi corazón se detuvo.

—¿Qué?

—Me fui porque te amaba, Evangeline. Porque sabía que si me quedaba, iba a arruinarlo todo. Tu amistad con Zoe, tu vida. Ya estabas con Noah. Yo no podía competir con eso. Así que desaparecí.

Me faltó el aire.

Nunca nadie me había dicho esas palabras con tanta crudeza.

Con tanto dolor.

—¿Y ahora? —musité—. ¿Por qué volviste?

Levantó la mirada. Sus ojos estaban rojos. No sé si por la falta de sueño o por algo más profundo.

—Porque ya no puedo seguir fingiendo que no siento nada. Porque no puedo verte casarte con él y no hacer nada. Porque todavía te amo, y si hay una mínima posibilidad de que tú… —se interrumpió—. Dime que no. Dime que no me amas y me voy. No vuelvo a molestarte. Pero necesito saber si todavía hay algo.

El mundo pareció detenerse. Los sonidos de la cafetería desaparecieron. Todo se redujo a esa pregunta.

Y a mi corazón, que latía como si quisiera salirse de mi pecho.

—Milo… —mi voz se quebró—. No sé qué decirte.

—Dime la verdad —pidió, con un hilo de esperanza en la voz.

Y entonces la verdad, brutal y luminosa, salió de mis labios:

—Te amé. Te amo. Pero no sé cómo hacer esto sin lastimar a todos.

Milo cerró los ojos, como si esas palabras le dieran paz y dolor al mismo tiempo.

—Entonces vale la pena intentarlo —susurró.

Me quedé sin aire. No era solo un reencuentro. Era una explosión emocional. Era el recuerdo de un amor que nunca pudo ser. De una promesa nunca pronunciada. Y ahora… de una oportunidad.

—Tengo que pensar —dije, levantándome.

—Claro. No te estoy pidiendo nada. Solo quería que supieras que estoy aquí. Que no me voy a esconder esta vez.

Asentí.

Salí de la cafetería con el corazón latiendo enloquecido, como si acabara de saltar desde una gran altura.

Había vuelto.

Milo Blackburn estaba de regreso.

Y mi mundo, cuidadosamente ordenado durante ocho años, estaba empezando a tambalearse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.