El bosque estaba en silencio.
La luna roja se alzaba en lo alto, teñida de sangre, y cada lobo de las montañas podía sentir su poder vibrando en los huesos. Los búhos callaban, los ciervos se escondían, como si la noche esperara el rugido de un depredador ancestral.
En lo más alto del risco, un hombre observaba su territorio.
Aiden.
Alfa indiscutible de la Manada de la Noche, un líder tan temido como respetado. Sus hombros anchos y su porte imponente eran la viva imagen de un guerrero que había ganado cada batalla con sangre. Sus ojos dorados, como brasas encendidas, parecían ver más allá de lo humano.
Era un alfa sin debilidades. O al menos, así lo creía.
Hasta que el viento cambió.
Un aroma lo golpeó de repente, tan intenso que lo dejó sin aliento. Se tensó, su cuerpo reaccionando como si lo hubiera atravesado un rayo.
Era un olor salvaje, embriagador, dulce como la miel pero con un filo peligroso, como humo y tierra mojada. Un olor que no conocía, que no podía ignorar.
Su pecho se endureció. Su lobo rugió dentro de él.
Lo reconoció de inmediato.
Mate.
Aiden cerró los ojos un instante, maldiciendo en silencio. No lo había buscado. Nunca lo había deseado. Para él, el amor y la unión eran cadenas, distracciones. Su único deber era con la manada. Pero la diosa lunar había decidido lo contrario.
El vínculo era claro, vibrante, imposible de negar.
Ella estaba cerca.
Sin pensarlo, se lanzó montaña abajo. Su piel se cubrió de pelaje negro, sus huesos se retorcieron en una danza ancestral, y en segundos el alfa se convirtió en un lobo colosal, de músculos tensos y ojos que brillaban como fuego líquido.
Corrió entre los árboles, cada zancada lo acercaba más a ese aroma.
El bosque parecía abrirse ante él, guiándolo. El viento llevaba la esencia de ella, y cada inhalación lo volvía más salvaje, más desesperado.
Finalmente, llegó a un claro.
El arroyo brillaba bajo la luna roja, y junto al agua… estaba ella.
Una joven, arrodillada sobre la hierba húmeda. Su cabello caía en ondas oscuras, atrapando la luz como un río de sombra. Sus ojos, al alzarse hacia él, eran de un azul helado, tan profundos que parecían contener tormentas enteras. Su piel estaba marcada por cicatrices sutiles, huellas de una vida lejos de la protección de una manada.
El alfa se quedó paralizado. El vínculo lo arrastraba hacia ella como cadenas invisibles. Su lobo rugía, pidiéndola, exigiéndola.
Se transformó de nuevo, su cuerpo humano emergiendo de la bestia. Quedó de pie, desnudo bajo la luz de la luna, su respiración agitada, los músculos tensos como acero.
La joven no retrocedió. Lo miraba con calma y orgullo, aunque sus labios temblaban apenas, delatando que también lo había sentido. El vínculo. El mismo fuego que lo estaba consumiendo.
—¿Quién eres? —gruñó Aiden, su voz grave, como un trueno contenido.
Ella alzó la barbilla, sin miedo.
—Me llamo Selene. Y no soy de tu manada.
Su voz era firme, fuerte, pero había un filo de desafío en ella.
Un solitario. Eso explicaba su olor distinto. Era peligrosa. Los solitarios no respondían a reglas, no tenían leyes, no tenían cadenas. Y ahora, la diosa había decidido que esa mujer salvaje sería suya.
Aiden dio un paso hacia ella, su mirada fija en sus ojos azules.
—Has entrado en mi territorio —dijo, con un tono que no admitía réplica—. Y eso significa que me perteneces.
Selene soltó una risa seca, tan dura como el filo de un cuchillo.
—No pertenezco a nadie.
El aire se tensó como si el bosque entero contuviera la respiración.
El vínculo ardía. Cada fibra del cuerpo de Aiden gritaba por marcarla, por tomarla, por dejar su olor en cada rincón de su piel. Pero la muchacha no se doblegaba. Lo desafiaba con la misma intensidad con la que él intentaba someterla.
Un paso más, y estaba frente a ella. Su mano golpeó el tronco del árbol junto a su cabeza, acorralándola sin tocarla. El calor de su cuerpo la envolvió, y el olor de ella lo enloqueció aún más.
—Eres mía, Selene —murmuró, su voz ronca, peligrosa, cargada de deseo.
Los ojos de la joven chispearon con furia.
—Intenta domarme, alfa… y verás lo que pasa.
Aiden sonrió, oscuro, salvaje.
Ella no sería fácil.
Y eso lo hacía desearla aún más.