La Marca de la Luna

Capítulo 7: La loba que no se doblega

El amanecer llegó cargado de expectación. El aire estaba impregnado con el olor de tierra húmeda y el pulso colectivo de la manada, que se reunió en semicírculo alrededor de la arena. Los guerreros ocupaban las primeras filas, los ancianos observaban con ojos severos y los más jóvenes vibraban de curiosidad y nerviosismo.

En el centro, la arena aguardaba, circular y delimitada por piedras oscuras que habían presenciado incontables enfrentamientos. No era un combate a muerte —no ese día—, pero sí un juicio. El honor, la fuerza y la dignidad estaban en juego.

Selene apareció escoltada por Mirela, aún con vendas frescas cubriéndole el costado. Cada paso era un recordatorio del dolor, pero su postura permanecía erguida, orgullosa. La luz del sol matutino se reflejaba en su cabello oscuro y en el brillo plateado de sus ojos, que no mostraban miedo, sino desafío.

Aiden ya estaba allí, de pie en un extremo, imponente. Su presencia dominaba el lugar, su poder latía con cada respiración. Cuando Selene entró en la arena, sus instintos rugieron con fuerza salvaje. Cada fibra de su ser gritaba por sacarla de ahí, por arrancarla de ese círculo y llevársela lejos. Pero su mate lo había decidido, y detenerla sería destruir lo poco de confianza que había entre ellos.

Kael fue quien se adelantó, la voz firme al anunciar:
—Hoy, Selene, la mate de nuestro alfa, enfrenta una prueba. No es una batalla por territorio ni por sangre, sino para que demuestre su fuerza ante los ojos de todos.

Un murmullo recorrió la multitud al escuchar el título: mate del alfa. Algunos lo repitieron con respeto, otros con resentimiento.

Del lado contrario entró su oponente: una guerrera llamada Lyria, conocida por su ferocidad. Era alta, de hombros anchos, con una cicatriz que cruzaba su mejilla. Nadie dudaba de su lealtad a la manada ni de sus habilidades en combate.

—No tengas miedo, forastera —dijo Lyria con una sonrisa torcida—. Te haré caer rápido para que no sufras demasiado.

Selene la observó en silencio, y al cabo de un segundo, respondió con calma:
—Si crees que voy a caer, más te vale golpear con fuerza.

El círculo estalló en murmullos.

Kael levantó la mano, y con un rugido dio inicio al combate.

La primera embestida fue brutal. Lyria se lanzó hacia adelante como un torbellino, intentando derribarla con el peso de su cuerpo. Selene giró sobre sí misma, esquivando por centímetros y dejando que la propia fuerza de la guerrera la desbalanceara. El público rugió, sorprendido.

Selene no tenía la fuerza de una loba entrenada en manada, pero sí agilidad, instinto y la experiencia de haber sobrevivido sola. Cada movimiento suyo era preciso, nacido de la necesidad de sobrevivir más que del entrenamiento formal.

Lyria atacó de nuevo, lanzando un golpe directo. Selene lo bloqueó con el antebrazo, el dolor recorriéndole las heridas aún frescas, pero contraatacó de inmediato con una patada baja que hizo tambalear a su rival.

Los lobos alrededor empezaron a murmurar. No esperaban resistencia real de una forastera herida.

Aiden, desde el borde, contenía cada músculo de su cuerpo para no intervenir. Su loba interna gritaba, exigiendo saltar a la arena, arrancar a Lyria de encima de Selene, pero sus ojos dorados no se apartaban de ella ni un segundo.

Selene sangraba, cada movimiento le costaba más, pero su mirada permanecía firme. La rabia y el orgullo la sostenían. Y entonces, en un instante de silencio, algo cambió.

Lyria se abalanzó con un rugido, levantando una nube de polvo, y Selene, en lugar de retroceder, se lanzó hacia adelante. El choque fue brutal, pero Selene se deslizó bajo su brazo y, con un giro rápido, derribó a la guerrera de espaldas contra la arena.

Un silencio absoluto cayó sobre la manada. Nadie respiró.

Selene, jadeante, con el rostro ensangrentado y las vendas manchadas, se irguió sobre Lyria, su pierna presionando contra su cuello.
—¿Te rindes? —preguntó, la voz ronca pero firme.

Lyria gruñó, los ojos ardiendo de rabia… pero finalmente golpeó la arena con la mano en señal de rendición.

El rugido de la manada estalló. Algunos aplaudieron con entusiasmo, otros gritaron en contra, pero nadie pudo negar lo evidente: la forastera había ganado.

Selene dio un paso atrás, tambaleante, pero se mantuvo en pie. Su pecho se alzaba con dificultad, y el sudor mezclado con sangre resbalaba por su piel. Aiden la observaba, el corazón golpeando en su pecho con una mezcla peligrosa de orgullo y deseo.

Ella lo miró, y por primera vez desde que llegó, no fue con odio, sino con un destello de algo más profundo.
Reconocimiento.

Kael levantó la voz, clara y solemne:
—La manada ha visto. Selene no es una carga. No es una sombra. Es una loba que pelea por su lugar.

Los murmullos crecieron, pero nadie pudo negarlo. La loba forastera se había ganado el respeto, aunque fuese a regañadientes.

Selene cayó de rodillas, exhausta. Y fue entonces cuando Aiden no pudo más. Corrió hacia ella, levantándola en sus brazos como si no pesara nada.

—Te advertí que no pelearas —murmuró contra su oído, su voz temblando de furia contenida y preocupación.

Ella sonrió débilmente, apenas un susurro escapando de sus labios:
—Y te advertí que no soy tuya.

Pero el brillo en sus ojos decía otra cosa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.