La tensión en el aire se podía cortar con las garras. Durante días, los rumores habían corrido como fuego entre la hierba seca. “Selene trae desgracia”, “la luna la marcó como maldita”, “Aiden desafía al consejo por ella”. Nadie sabía de dónde venían esas palabras, pero todos las repetían en voz baja, como si temieran que el simple hecho de pronunciarlas pudiera atraer un castigo.
Esa mañana, el campo de entrenamiento se llenó de murmullos apagados y miradas desconfiadas. Aiden lo sintió al instante. Los lobos que antes respondían con rugidos firmes, ahora lo hacían con reticencia. Los más jóvenes, inseguros, comenzaban a dudar.
Kael, siempre a su lado, se inclinó y murmuró:
—Esto va a estallar pronto.
Aiden lo sabía. Y, en el fondo, lo esperaba.
El estallido llegó al caer el sol.
Un grupo de guerreros, liderados por un alfa secundario llamado Darius, se plantó en medio del campo. Eran más de veinte, todos con las miradas cargadas de rabia y temor. Darius tenía el cabello negro como ala de cuervo y los ojos encendidos con un brillo fanático.
—¡Basta de mentiras, Aiden! —rugió, su voz retumbando como un trueno—. Sabemos lo que ocultas. Esa mujer que proteges no es tu salvación. Es nuestra condena.
Los guerreros leales se tensaron, listos para responder. Kael y Nira se pusieron de pie frente a Aiden, pero el alfa alzó una mano, ordenándoles esperar. Sus ojos dorados se clavaron en Darius.
—Habla con cuidado.
Darius escupió al suelo.
—¿Cuidado? ¡Eres tú quien debería tener cuidado! Todos sabemos lo que significa su linaje. ¡Los ancianos nos advirtieron! Selene trae consigo el poder de la luna maldita. Si permanecemos a tu lado, seremos arrastrados a la destrucción.
Un rugido de aprobación surgió de su grupo.
Selene, que había salido de la cabaña, escuchó cada palabra. Su pecho ardía con furia, pero también con dolor. Aiden dio un paso adelante, colocándose entre ella y Darius. Su voz fue baja, peligrosa.
—No volverás a pronunciar su nombre con veneno en la boca.
Darius sonrió con crueldad.
—Entonces demuéstralo. Si crees que ella no es un peligro… ¡lucha por tu mentira!
El desafío estaba hecho. No podía ignorarse.
Los lobos formaron un círculo alrededor del campo, expectantes, con la tensión en cada músculo. Algunos deseaban ver a Aiden caer, otros rezaban en silencio por su victoria.
Aiden avanzó hasta el centro, sus pasos firmes, cada movimiento impregnado de la fuerza de un alfa que no necesitaba gritar para demostrar quién era. Darius lo siguió, con el pecho inflado de orgullo y la rabia brillando en sus ojos.
El aire se cargó de electricidad.
Selene quiso correr hacia Aiden, pero Kael la detuvo, sujetando su brazo.
—No. Esto es necesario.
Ella lo miró con angustia, los ojos plateados humedeciéndose.
—¿Y si lo matan?
Kael negó, con una sonrisa sombría.
—Entonces ninguno de nosotros volverá a salir de aquí vivo.
El rugido de Aiden marcó el inicio.
Darius se lanzó primero, transformándose a medio camino: su piel se desgarró, y de ella surgieron músculos tensos y pelaje oscuro. Sus colmillos brillaban bajo la luz del fuego.
Aiden lo recibió con la misma transformación, un salto poderoso que retumbó como un trueno. Sus garras chocaron con las de Darius, enviando una onda de impacto que hizo retroceder a los lobos más cercanos.
Era un choque de titanes. Darius atacaba con furia, cada golpe cargado de odio. Aiden, en cambio, peleaba con precisión mortal. No desperdiciaba un movimiento, cada zarpazo suyo era calculado, cada embestida un recordatorio de por qué era el alfa.
El combate fue brutal. Darius logró abrirle un tajo en el costado, la sangre tiñó el suelo. Aiden gruñó, pero en lugar de retroceder, usó el dolor como combustible.
Con un rugido desgarrador, lo derribó contra el suelo, clavando su rodilla en su pecho y las garras en su cuello. La respiración de Aiden era un fuego desbocado, sus ojos dorados ardiendo como soles.
El silencio cayó sobre todos.
—¡Escuchen bien! —rugió, su voz imponiéndose sobre el murmullo del viento—. El consejo quiere dividirnos. Usan el miedo como arma. ¡Pero yo no tengo miedo! Ni de ellos, ni de sus mentiras, ni de cualquiera que se atreva a levantar su garra contra mi mate.
Apretó más el cuello de Darius, quien gimió bajo su peso.
—Si alguno más cree en esas sombras, que dé un paso al frente ahora.
Nadie se movió. El círculo de lobos guardó silencio, algunos bajando la mirada, otros desviando los ojos con vergüenza.
Aiden soltó a Darius con desprecio, arrojándolo al suelo como si no valiera nada.
—Levántate. Y diles quién es tu verdadero alfa.
Darius, jadeante y humillado, bajó la cabeza.
—Tú, Aiden.
El rugido de la manada fue atronador, pero no todos lo hicieron con sinceridad. Entre las voces, Selene pudo sentirlo: aún había dudas, aún había miedo.
Esa noche, cuando la manada se dispersó, Aiden y Selene se quedaron solos frente al fuego. Ella limpió la herida de su costado con manos temblorosas.
—Esto no ha terminado —susurró Selene—. Hoy te obedecieron porque los derrotaste, pero el consejo sigue en sus oídos.
Aiden le tomó la mano, su mirada firme.
—Entonces que sigan escuchándolos. Cuando llegue el momento, no quedará duda de quién debe liderar a los lobos.
Selene lo miró a los ojos, el reflejo del fuego iluminando su rostro.
—¿Y si ese momento significa la guerra?
Él no vaciló.
—Entonces lucharemos. Juntos.
Muy lejos de allí, en el templo del consejo, Marcus sonrió cuando el eco del desafío llegó a sus oídos a través de los mensajeros.
—Perfecto. La grieta ya está hecha. Solo necesitamos empujar un poco más… y el alfa se hundirá en ella.
El fuego del altar rugió más alto, como si respondiera a su ambición.