La Marca de la Luna

Capítulo 26: Preparativos bajo la Luna

El bosque estaba más vivo que nunca. Los lobos jóvenes entrenaban en los claros, las patrullas se reforzaban en los límites y cada movimiento de la manada parecía latir al compás de la inminente batalla. La noticia del Rito de Sangre había corrido como fuego, y todos sabían que no era un simple duelo: era la prueba definitiva de Aiden como alfa.

Aiden había pasado la madrugada entrenando. Su respiración se escuchaba pesada mientras lanzaba embestidas contra un tronco reforzado, cada golpe retumbaba como un tambor de guerra. Su piel brillaba de sudor, y las cicatrices antiguas en su torso parecían relatar batallas pasadas.

Su hermano de manada, Kael, lo observaba con los brazos cruzados.
—Estás dejando que la rabia guíe tus golpes. —gruñó—. En el Rito de Sangre eso te puede costar caro.

Aiden se detuvo, apretando los dientes.
—No es rabia. Es determinación.

Kael bufó.
—Llámalo como quieras, pero no puedes enfrentarte a ellos solo con fuerza bruta. El consejo va a elegir a alguien que no juega limpio.

Aiden lo sabía. Los ancianos no se arriesgarían a un enfrentamiento justo. Probablemente escogerían a un guerrero con sed de sangre, tal vez incluso dopado con rituales prohibidos. Pero lo aceptaba. Su honor y su liderazgo estaban en juego.

Mientras tanto, Selene permanecía en la cabaña, caminando de un lado a otro como una fiera enjaulada. La noticia del duelo la había golpeado como una piedra en el pecho. No podía dejar de imaginarlo herido, sangrando, cayendo bajo la luna. Y lo peor era la sensación de impotencia.

“No sé luchar. No tengo la fuerza de ellos. Solo soy la que arrastra esta maldición…”

De pronto, la voz de su madre resonó en un rincón lejano de su memoria. Era un recuerdo enterrado, suave como un susurro en el viento.
—“Cuando no tengas fuerza en los brazos, busca la fuerza en el corazón. La Luna siempre escucha, hija.”

Selene se detuvo, cerrando los ojos. ¿Podía ser cierto? ¿Podía invocar a la Luna, aunque fuese un susurro, para darle algo a Aiden? El miedo a su propia marca seguía allí, quemando como fuego en la piel, pero por primera vez, consideró usarlo no como un estigma… sino como un don.

Esa tarde, decidió buscar a una de las ancianas curanderas de la manada. Una loba decrépita de ojos vidriosos, llamada Mirra, la recibió con un gesto de curiosidad.
—¿Qué quieres, niña marcada? —preguntó, con voz como ramas secas.

Selene tragó saliva, pero no retrocedió.
—Quiero aprender. Quiero ayudarlo.

Los ojos de la anciana brillaron con algo que no era burla, ni compasión, sino reconocimiento.
—Tienes miedo de ti misma, ¿verdad? —murmuró—. Pero lo que temes puede ser tu mayor fuerza.

Selene dudó.
—Dicen que lo que llevo es una maldición.

Mirra soltó una risa áspera.
—Las maldiciones y los dones son lo mismo. Solo cambia la forma en que se usan.

Entonces la anciana la guió hacia un círculo de piedras oculto entre los árboles. Allí había hierbas, símbolos marcados con sangre seca y fragmentos de huesos antiguos.
—Si quieres ayudar a tu alfa, tendrás que despertar tu vínculo con la Luna. No es fácil. Te mostrará tanto tu luz… como tus sombras. ¿Estás dispuesta?

Selene tembló, pero apretó los puños.
—Sí.

Mientras Selene se adentraba en un camino desconocido, Aiden seguía entrenando en el claro principal. Rodeado de guerreros, practicaba esquivas, embestidas y golpes, pero lo que más lo mantenía despierto era la mirada de los suyos. Algunos lo alentaban, otros lo juzgaban, y muchos lo observaban con la misma duda que el consejo había sembrado.

Cuando cayó la noche, Selene regresó, agotada, con las manos manchadas de tierra y el corazón agitado. No dijo nada al entrar, pero Aiden lo notó en su rostro: algo en ella había cambiado.

—¿Dónde estabas? —preguntó con voz seria.

Selene lo miró, con un brillo extraño en los ojos.
—Buscando cómo no ser un peso para ti.

Aiden frunció el ceño, acercándose.
—Nunca has sido un peso.

Ella sonrió apenas, pero no respondió. Dentro de ella, la decisión ya estaba tomada: aunque no pudiera luchar como ellos, aunque la marca en su piel la atara al dolor, encontraría una forma de convertir esa “maldición” en su mayor arma. Porque si el consejo quería destruirlos, tendría que enfrentar no solo a Aiden… sino a ella también.

Los días se deshicieron lentamente. Cada amanecer traía más tensión, más entrenamiento, más murmullos en la aldea. Y en cada puesta de sol, la luna se alzaba más llena, más brillante, recordándoles que el momento estaba cerca.

El Rito de Sangre se aproximaba, y con él, la prueba definitiva no solo para Aiden… sino también para Selene y el vínculo que recién comenzaba a florecer entre ellos.




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