La Marca de la Luna

Capítulo 27: La víspera del Rito

La aldea se había transformado en un hervidero de voces y pasos apresurados. Todos sabían que la noche siguiente no sería una noche cualquiera. El Rito de Sangre no ocurría con frecuencia: solo se convocaba cuando la legitimidad de un alfa estaba en duda, cuando el consejo quería someter la voluntad de la manada a una prueba cruel.

Los ancianos habían ordenado que el claro sagrado fuese despejado. Guerreros de todas las edades trabajaban desde temprano, retirando raíces, encendiendo antorchas y marcando símbolos de poder en la tierra húmeda. En el centro se alzaba un círculo de piedra ennegrecido por rituales pasados, testigo de sangre derramada durante generaciones.

Aiden observaba en silencio desde la distancia. Su respiración era controlada, pero sus ojos brillaban con una tensión que ningún entrenamiento podía ocultar. Sabía que lo iban a poner a prueba más allá de lo físico. El consejo no buscaba un combate limpio: buscaba humillarlo, quebrarlo frente a los suyos, convertirlo en un ejemplo de obediencia o condenarlo como rebelde.

Kael, siempre su sombra leal, se acercó con el ceño fruncido.
—El consejo ha hablado. Tu rival será elegido esta noche.

Aiden asintió, sin sorpresa.
—Ya lo esperaba.

Kael bajó la voz, como si temiera que incluso el viento pudiera escuchar.
—Dicen que no será un guerrero cualquiera… sino alguien preparado con rituales oscuros. Quieren que caigas, hermano.

El alfa lo miró fijamente.
—Entonces tendrán que luchar con algo más que rituales.

Selene, por su parte, se mantenía apartada, sintiendo en cada fibra del cuerpo el peso de lo que se avecinaba. Miraba las preparaciones como quien observa un funeral, con la certeza de que cada piedra, cada antorcha, estaba allí para reclamar la vida de Aiden.

No soportaba quedarse quieta. El recuerdo de la anciana Mirra volvía a su mente como un eco constante: “Las maldiciones y los dones son lo mismo. Solo cambia la forma en que se usan.”

Esa tarde, cuando todos estaban distraídos con los preparativos, Selene regresó al círculo oculto en el bosque. Allí, bajo las sombras de los árboles, encendió una vela y trazó con las uñas los símbolos que Mirra le había enseñado. Sus manos temblaban, pero en su interior ardía una determinación nueva.

Se arrodilló sobre la tierra húmeda y cerró los ojos.
—Luna… —susurró—. No sé si eres mi enemiga o mi guía. Solo sé que llevo tu marca, y estoy cansada de huir de ella. Si esta señal es un don, muéstrame cómo usarlo. Y si es una maldición… entonces haz que mi dolor sirva para protegerlo.

El viento sopló, apagando la vela. Durante un instante, Selene creyó que había fracasado. Pero entonces, una oleada de calor recorrió sus brazos, justo sobre la piel donde estaban los lunares. Brillaron suavemente, como si estrellas diminutas hubieran despertado bajo su piel.

Ella abrió los ojos con un jadeo. No sabía lo que significaba, ni hasta dónde podía llegar, pero por primera vez no sintió miedo de sus marcas. Sintió poder.

Al caer la noche, el consejo reunió a la manada en la plaza principal. La multitud se apiñó alrededor del círculo de fuego, expectante. Los ancianos, vestidos con túnicas oscuras, levantaron las manos para imponer silencio.

El más viejo de ellos, una figura encorvada con barba blanca hasta el pecho, habló con voz grave.
—Mañana, cuando la Luna esté en lo alto, el Rito de Sangre decidirá si Aiden es digno de portar el título de alfa.

Un murmullo recorrió a los lobos reunidos. Algunos mostraban apoyo abierto hacia su líder. Otros guardaban silencio, con miedo a contrariar al consejo.

El anciano continuó:
—El contrincante ha sido elegido. —Hizo una pausa, prolongándola como un verdugo que disfruta del momento previo al golpe—. Será Rogar, hijo de la estirpe del Filo Carmesí, campeón de batallas y portador de los antiguos juramentos.

La multitud estalló en gritos. El nombre era conocido. Rogar no era solo un guerrero: era un asesino entrenado, un fanático de las viejas tradiciones que siempre había odiado a Aiden por sus ideas de cambio.

Selene sintió que la sangre se le helaba. Su instinto gritaba que aquello no era un simple duelo, sino una ejecución disfrazada de justicia.

Aiden, en cambio, no se inmutó. Dio un paso al frente, la luz de las antorchas iluminando su silueta imponente. Su voz resonó con firmeza.
—Acepto el desafío. Y juro ante la Luna que lucharé no por ambición, sino por el derecho de mi manada a elegir un futuro distinto al que el miedo dicta.

La multitud enmudeció. Había algo en sus palabras, una chispa de rebeldía que encendió miradas de esperanza en algunos y de odio en otros.

El consejo, impasible, asintió.
—Entonces que así sea. Al alba, la sangre decidirá.

Esa noche, en la cabaña, Selene apenas podía respirar. Se aferró a Aiden con las manos temblorosas, incapaz de ocultar más su miedo.
—Van a matarte. —susurró, con la voz rota—. Y no puedo soportar perderte.

Él la atrajo hacia su pecho, acariciando su cabello.
—No me perderás, Selene. No mientras tenga tu fuerza conmigo.

Ella lo miró, y sus ojos brillaban con una mezcla de lágrimas y determinación.
—Entonces prométeme que volverás. No solo por la manada. Vuelve por mí.

Aiden inclinó la frente hasta tocar la suya, susurrando apenas:
—Siempre vuelvo por ti.

Y mientras la luna creciente iluminaba la aldea, ambos supieron que la verdadera batalla no era solo contra Rogar o el consejo… sino contra los propios miedos que los habían perseguido toda la vida.




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