La Marca de la Luna

Capítulo 28: La última noche

El silencio había caído sobre la aldea como un manto denso. Ni siquiera los grillos se atrevían a cantar, como si la naturaleza misma presintiera lo que se avecinaba. A lo lejos, el claro del rito brillaba con antorchas encendidas, esperando a su víctima.

Aiden caminaba lentamente hacia su cabaña después de reunirse con Kael y los guerreros leales. Cada paso parecía arrastrar el peso de siglos, y sin embargo, su espalda permanecía recta, el porte de un alfa que no mostraba debilidad ante nadie. Nadie… excepto Selene.

Cuando abrió la puerta, la encontró sentada en el borde de la cama, con la mirada fija en la ventana. La luna entraba a raudales, bañando su piel en un resplandor plateado que hacía resaltar la constelación de lunares en su hombro descubierto. Era un recordatorio cruel: el mismo destino que había marcado su infancia estaba ahora entrelazado con el de Aiden.

Él cerró la puerta tras de sí y la observó en silencio. No necesitaba palabras para saber que ella había estado llorando.

—No puedes ocultármelo, Selene —dijo suavemente, acercándose—. Tus ojos hablan más que tus labios.

Ella giró la cabeza y, por un instante, el orgullo quiso mantenerla erguida. Pero apenas vio la calma en el rostro de Aiden, la máscara se derrumbó.
—Tengo miedo… —susurró, con la voz temblorosa—. No del consejo, no de ese monstruo que quieren lanzarte mañana. Tengo miedo de ti.

Aiden frunció el ceño, sorprendido.
—¿De mí?

Selene se levantó de golpe, incapaz de quedarse quieta. Caminó por la habitación como un animal enjaulado, con los nervios desbordándola.
—De lo que me haces sentir. —Se llevó las manos al pecho, como si tratara de contener el latido de su corazón—. No sé lo que es amar, Aiden. Nunca lo aprendí. Para mí el amor siempre estuvo ligado a la pérdida. Cada vez que alguien me importaba… lo perdía. Primero mis padres, después los pocos que intentaron acercarse… y ahora tú.

Se detuvo frente a él, con los ojos encendidos de lágrimas y furia contenida.
—¿Cómo se supone que confíe en algo que siempre me ha destruido?

El silencio se estiró entre ambos. Aiden alargó la mano y acarició con suavidad la línea de lunares en su cuello. Su voz era grave, pero cargada de ternura.
—Porque esta vez no vas a perder, Selene. Esta vez, vas a ganar conmigo.

Ella soltó un sollozo y golpeó suavemente su pecho con el puño cerrado, sin fuerza real.
—¡No me des promesas que no puedes cumplir! Mañana podrías morir y yo… yo no sé si sobreviviría a eso.

Aiden atrapó su mano contra su corazón, firme, obligándola a sentir sus latidos.
—Entonces escúchalo bien. —Su voz bajó, ronca, quebrada en sinceridad—. Cada latido late por ti. Cada respiración que tomo, es porque me has enseñado a creer en algo más que en el deber. No sé si mañana volveré con vida, Selene, pero si muero, lo haré habiéndote amado con todo lo que soy.

Las palabras lo dejaron desnudo ante ella, sin escudos ni títulos. Y en esa fragilidad, Selene encontró la verdad que necesitaba. Sus lágrimas se derramaron en silencio mientras lo abrazaba con desesperación, como si quisiera grabar su cuerpo en el suyo para siempre.

—No me enseñes a amar para después quitarme lo único que me hace sentir viva… —murmuró contra su pecho.

Él inclinó la cabeza y besó la corona de su cabello.
—Entonces no me dejes ir solo. Quédate aquí, conmigo, esta última noche. No como un adiós… sino como un pacto.

Selene levantó el rostro y sus labios temblorosos encontraron los de él. El beso fue lento al principio, cargado de miedo, pero pronto se transformó en un estallido de urgencia. Se deshicieron el uno en el otro, como si ambos entendieran que el amanecer podía arrebatarles todo.

Las manos de Aiden recorrieron su espalda con una reverencia casi sagrada, mientras Selene se aferraba a él con la misma fuerza con la que alguien se aferra a la vida en medio de una tormenta. No había palabras suficientes, solo susurros ahogados entre besos: “quédate”, “vuelve”, “no me dejes”.

Cuando finalmente se tendieron sobre la cama, la luna los observaba desde lo alto, testigo de una unión que no necesitaba rituales ni consejos. Fue una noche de confesiones hechas con la piel, de promesas grabadas en caricias. Una despedida disfrazada de entrega, y al mismo tiempo, un juramento de que, pasara lo que pasara, se pertenecerían más allá de la muerte.

Al amanecer, Selene despertó primero. El calor de Aiden aún la envolvía, su brazo descansando sobre su cintura como un ancla. Ella lo observó dormir, con la respiración profunda y tranquila, y sintió una punzada en el pecho. No sabía si volvería a verlo así, pero una cosa había cambiado en su interior: ya no temía a su marca, ni al amor.

Le acarició el rostro con dedos temblorosos y susurró con una voz que apenas era viento:
—Si caes… caeré contigo. Pero si vives, Aiden… te seguiré hasta el fin de los tiempos.

Y cuando los primeros rayos de sol atravesaron la ventana, supo que el día había llegado. El Rito los esperaba.




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