La Marca de la Luna

Capítulo 30: Furia bajo la Luna

El primer choque entre Aiden y Rogar sacudió el círculo como un trueno. El lobo dorado se estrelló contra la mole oscura, y por un instante el mundo se redujo a colmillos que brillaban y a garras que desgarraban carne.

El público rugió, algunos coreando el nombre de Aiden, otros aullando por la victoria de Rogar. Las voces eran como un mar embravecido, pero Selene no escuchaba nada. Sus ojos estaban fijos en el centro del claro, donde la batalla se libraba con una ferocidad imposible de describir.

Rogar fue el primero en tomar ventaja. Con un zarpazo brutal, lanzó a Aiden contra una de las piedras sagradas. El impacto resonó con un crujido seco, y un jadeo colectivo recorrió a los espectadores.

Aiden se sacudió, levantándose con la respiración entrecortada. Su costado sangraba, tres líneas profundas marcaban su piel bajo el pelaje dorado. El monstruo avanzó hacia él con pasos pesados, los ojos rojos ardiendo con un odio animal.

Selene apretó los dientes, sintiendo un grito atrapado en la garganta. No… no lo dejes caer.

Aiden embistió de nuevo, directo al cuello de Rogar. Sus colmillos se cerraron sobre la carne, arrancando un rugido desgarrador de la bestia. Pero Rogar, en lugar de ceder, lo derribó de un manotazo y lo presionó contra el suelo, la mandíbula abierta a centímetros de su garganta.

El consejo observaba impasible, como jueces que esperaban ver confirmada su sentencia.

La multitud gritaba, la sangre ya manchaba la tierra sagrada, y el tambor seguía resonando, lento, como si marcara la cuenta regresiva de la vida de Aiden.

En ese instante, mientras la presión de Rogar lo aplastaba contra la tierra, Aiden cerró los ojos por un segundo. Y en medio del caos, la imagen de Selene apareció en su mente.

Su rostro bañado en lágrimas.

Sus palabras temblorosas confesando que no sabía amar.

La cicatriz en su alma cuando habló de sus padres.

Y, sobre todo, aquella mirada la noche anterior: la de alguien que, por primera vez en su vida, creía que podía confiar en alguien más.

Un fuego estalló en el pecho de Aiden.

Con un rugido que partió la noche, su cuerpo se retorció con fuerza sobrenatural. Logró liberarse, morder el hombro de Rogar y lanzarlo hacia atrás. La multitud estalló en aullidos, sorprendida por la resistencia del alfa dorado.

Ambos se alzaron de nuevo, jadeando, la tierra bajo sus patas ya convertida en barro de sangre. Rogar gruñía, espuma roja chorreando de su boca. Aiden, herido pero erguido, parecía más imponente que nunca, la luz de la Luna reflejándose en su pelaje.

El combate entró en su segunda fase.

Rogar cargó de nuevo, más rápido de lo que su tamaño sugería. Aiden lo esquivó por apenas un suspiro, pero la garra del monstruo alcanzó su flanco, abriéndole otra herida profunda.

Un jadeo recorrió la multitud. Algunos gritaron que se rindiera, que aceptara su destino.

Pero Aiden gruñó, levantando la cabeza con desafío. Nunca.

En ese momento, Selene, incapaz de contenerse, dio un paso adelante entre la multitud. Su voz resonó como un rayo:

—¡Aiden!

El nombre se clavó en el aire.

Él giró la cabeza apenas, y en sus ojos dorados brilló algo nuevo. No era solo rabia. Era promesa. Era amor.

El rugido que salió de su pecho estremeció hasta a los ancianos. Con la fuerza de ese vínculo, Aiden saltó sobre Rogar, clavando sus colmillos en el cuello de la bestia. La tierra tembló bajo su embestida. El monstruo forcejeó, garras arañando, pero por primera vez su cuerpo cedió bajo la furia del alfa dorado.

El círculo se llenó de gritos, aullidos, sangre y polvo.

El Rito de Sangre estaba en su clímax.

Y mientras la Luna miraba desde lo alto, Selene entendió: aquel combate no decidiría solo el destino de Aiden. Decidiría el suyo, el de todos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.