La Marca de la Luna

Capítulo 35: Entre susurros y promesas

El sol ya había subido en el cielo cuando Selene se obligó a abrir los ojos. Sentía el cuerpo adolorido, como si cada músculo hubiese sido exigido hasta el límite, pero también experimentaba una satisfacción profunda, una paz que jamás había conocido.

Se giró despacio y encontró a Aiden, ya despierto, sentado junto al lecho improvisado de pieles. Estaba parcialmente vestido, solo con los pantalones, y se estaba atando las botas. Su espalda ancha y las cicatrices que cruzaban sus omóplatos se tensaban con cada movimiento.

Selene lo observó en silencio, sin poder evitar sentir una oleada de calor recorrerla. Esa misma espalda la había protegido, esa misma fuerza la había sostenido. Y esa misma piel la había reclamado durante la noche.

—¿Ya te vas? —preguntó, su voz todavía ronca.

Aiden giró el rostro hacia ella, y por un instante, el brillo dorado de sus ojos se suavizó.

—No quería despertarte. Necesito hablar con algunos de los guerreros… y con el consejo.

Selene se incorporó lentamente, sosteniendo la manta contra su pecho desnudo.

—¿Por nuestra unión?

Él asintió, su expresión endureciéndose un poco.

—Los rumores ya deben haber corrido por todo el territorio. Nadie ignora lo que pasó anoche. Y algunos… no estarán contentos.

El corazón de Selene dio un salto incómodo. Era lógico. Ella lo sabía. Siempre había sido la marcada, la maldita, la que debía esconderse. Ahora, de pronto, era la compañera del Alfa, la mujer que compartía su lecho. ¿Qué dirían de ella? ¿Qué pensarían?

Aiden notó el cambio en su expresión y se acercó, arrodillándose frente a ella. Tomó su rostro entre sus manos grandes, obligándola a mirarlo.

—Escúchame bien, Selene. Que murmuren lo que quieran. Tú eres mía, y eso nadie podrá cambiarlo. Ni el consejo, ni los ancianos, ni siquiera los dioses.

Ella tragó saliva, buscando fuerza en sus ojos.

—Pero… ¿y si no me aceptan? ¿Y si creen que no soy digna de estar a tu lado?

Él acarició su mejilla con el pulgar, con una ternura que contrastaba con la fiereza de su voz.

—Entonces que se atrevan a decírmelo en la cara. Y juro que haré temblar la tierra bajo sus pies.

Selene sonrió débilmente, pero aún sentía ese nudo en el estómago. Aiden lo percibió y, en lugar de presionarla con palabras, la besó suavemente. Sus labios eran un ancla, un recordatorio de que mientras él estuviera, ella no estaría sola.

El beso se volvió más profundo, más hambriento. La manta cayó de sus hombros, y Aiden, con un gruñido bajo, la tumbó nuevamente entre las pieles.

—Todavía no he tenido suficiente de ti, Selene —susurró contra su cuello—. Quiero que tu aroma me impregne antes de enfrentar al consejo. Quiero que me recuerden que pertenezco a ti, no a sus reglas.

Ella tembló bajo su peso, su cuerpo respondiendo sin dudar. Cada caricia era fuego, cada roce despertaba el deseo latente que parecía no agotarse nunca. El vínculo del apareamiento los reclamaba una y otra vez, y ninguno quería resistirse.

Se amaron con urgencia, con necesidad, hasta que Selene gritó su nombre, aferrándose a sus hombros como si temiera que se desvaneciera. Aiden rugió en respuesta, hundiéndose en ella con la fuerza de un lobo que marcaba territorio, de un hombre que no pensaba soltar lo que le pertenecía.

Cuando todo terminó, se quedaron tendidos, respirando entrecortado. Selene apoyó la cabeza en su pecho, escuchando los latidos de su corazón.

—¿De verdad crees que podremos con todo esto? —preguntó ella en un murmullo, insegura.

Aiden la abrazó con fuerza, como si pudiera transferirle su certeza.

—No lo creo, Selene. Lo sé. Porque ya no luchamos solos.

Ella cerró los ojos, sintiendo cómo esa verdad se clavaba en su pecho. Había pasado años huyendo, sintiéndose condenada por las sombras de su pasado. Pero ahora… ahora tenía un compañero.

Afuera, el murmullo del viento trajo sonidos lejanos: lobos conversando, pasos, la vida de la manada. El mundo los esperaba. Y aunque el miedo no había desaparecido del todo, por primera vez Selene creyó que tal vez sí podía enfrentarlo.

Aiden besó la cima de su cabeza y se levantó para vestirse por completo. Antes de salir, se volvió hacia ella.

—Quiero que te quedes aquí y descanses. Prométemelo.

Selene sonrió con dulzura, aunque sus ojos brillaban de inquietud.

—Te lo prometo.

Pero en su interior, sabía que no podría permanecer escondida para siempre.

El día en que el mundo la mirara de frente estaba mucho más cerca de lo que imaginaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.