El primer rayo de sol se filtró entre las ramas, dorando la tierra húmeda y acariciando suavemente los cuerpos entrelazados. Selene abrió los ojos lentamente, aún sintiendo el calor del pecho de Aiden bajo su mejilla. La respiración del alfa era profunda y pausada, como si nada pudiera perturbar su descanso.
Durante un instante, pensó que estaba soñando. Su vida siempre había sido una sucesión de huidas, noches frías y soledad. Y ahora, ahí estaba, envuelta en los brazos de alguien que no solo la había aceptado, sino que la había elegido como su compañera.
Sonrió apenas, con incredulidad.
Aiden se movió, murmurando algo entre sueños. Una de sus manos, pesada y firme, se deslizó por su cintura, atrayéndola aún más. Selene cerró los ojos de nuevo, dejándose llevar por esa calidez que nunca antes había conocido.
—¿Ya despierta? —la voz ronca de Aiden interrumpió el silencio.
Selene alzó la mirada. Sus ojos dorados la observaban con una mezcla de ternura y deseo que la hizo ruborizar.
—Un poco —respondió, apenas en un susurro.
Aiden sonrió.
—Me gusta despertar así. Contigo aquí… sabiendo que esto no es un sueño.
Ella no supo qué contestar. Bajó la mirada, jugando con los hilos desordenados de su propia manta. Siempre había tenido miedo de esas palabras, de lo que significaban. Pero esta vez, en lugar de apartarse, apoyó su frente contra la de él.
—Yo… nunca había compartido un amanecer con alguien. Nunca había tenido a nadie con quien soñar el día siguiente.
Los dedos de Aiden se alzaron hasta su mejilla, obligándola a mirarlo.
—Entonces empezamos hoy. —Sonrió con suavidad—. Dime qué sueñas, Selene. Dime qué quieres.
Ella lo pensó un momento, mordiéndose el labio.
—Quiero… —su voz titubeó—. Quiero dejar de tener miedo. Quiero que, cuando cierre los ojos, no solo vea a mis padres muriendo… sino que pueda ver otra cosa. Nosotros. Un futuro.
El alfa la abrazó fuerte, como si quisiera protegerla no solo del mundo, sino de los fantasmas de su mente.
—Te lo prometo, Selene. Yo seré esa otra cosa que veas.
Las lágrimas se acumularon en los ojos de la loba blanca, pero no eran de dolor. Por primera vez, lloraba de alivio.
Se quedaron así un largo rato, en silencio, hasta que el sol terminó de elevarse. Aiden le acarició el cabello y, con tono juguetón, murmuró:
—Además, no pienso dejar que nadie te quite de mi lado. Si el consejo vuelve a dudar, si el bosque entero se vuelve en contra… lucharemos juntos.
Selene sonrió débilmente.
—¿Incluso contra la luna?
Él asintió, firme.
—Incluso contra la luna.
Más tarde, cuando bajaron hacia el campamento, notaron que la manada estaba inquieta. Algunos lobos los observaban con respeto, otros con desconfianza. Pero entre ellos había un murmullo distinto, algo que no estaba allí la noche anterior.
—¿Lo sientes? —preguntó Selene en voz baja.
Aiden frunció el ceño. Sí, lo sentía. Un aire pesado, un rumor en el bosque. No eran solo los juicios de los ancianos. Era algo más oscuro. Algo que acechaba desde fuera.
El alfa pasó un brazo por los hombros de Selene, como si pudiera protegerla incluso de lo invisible.
—No importa lo que venga —dijo, con voz baja y grave—. Primero somos nosotros. Y mientras estemos juntos, nada nos quebrará.
Ella lo miró, y por un momento el miedo se disipó. Su unión, sellada en la intimidad y fortalecida en la confesión, era más fuerte que cualquier sombra.
Pero en lo profundo del bosque, ocultos tras los árboles, unos ojos brillaron con un rojo intenso. Observaban, esperando. La calma de los amantes era el preludio de una tormenta que se aproximaba con pasos silenciosos.